Tristeza de alcohol por Sarajevo
Cartas desde el manicomio | Crítica
El autor 'underground' Dario Dzamonja mezcla melancolía bosnia y realismo sucio norteamericano con acordes de 'sevdah'
La ficha
Cartas desde el manicomio. Dario Dzamonja. Traducción y prólogo de Marc Casals. Sajalín Editores. 167 páginas. 18 euros
La guerra de Bosnia-Herzegovina y, en particular, el largo asedio de Sarajevo (abril de 1992-febrero de 1996) provocó decenas de miles de muertos. Muchos fueron víctimas de sevicias inconcebibles, como rememoran hoy, entre otros lugares para la memoria, los estremecedores cementerios y monolitos de Srebrenica y Kozarac.
Hubo, además, otras víctimas colaterales de la guerra. Fueron aquellas cuyas vidas quedaron destrozadas por diversa razón (violaciones, separaciones familiares, desplazados). El escritor Dario Dzamonja (Sarajevo, 1955-2001) marca el antes y el después de la guerra en clave cultural. Fue un autor de culto, bohemio, urbanoide, brillante y alcohólico, literalmente, hasta la muerte. Todos los autores que hemos leído con fruición como Miljenko Jergovic, Aleksandar Hemon o Selvedin Avdic (influidos generacionalmente por la catástrofe de Yugoslavia), vindican la gran figura literaria que fue el bosniocroata Dzamonja, el llamado "Bukowski nostálgico de Sarajevo".
Añade Marc Casals en el prólogo de Cartas desde el manicomio que estos relatos recuerdan melancólicamente a los de John Fante en cuanto al vínculo con la niñez. El trazo urbanita y lacónico de Dzamonja lo emparenta a un Raymond Carver balcánico por lo que el autor arrastra como loser y bebedor (en el relato El dedo y el puño de Dios se describe magistralmente el olor a miseria que desprenden los perdedores). Dzamonja admiraba a Hemingway, a los rusos (Gógol, Chéjol, Babel, Shólojov) y, también, al gran escritor yugoslavo Danilo Kis y a los libros donde éste describe el desvalimiento de su protagonista desde la infancia.
La autodestrucción con acordes de sevdah de Dzamonja (género musical bosnio transido de melancolía), hay que descifrarla en su entorno. Su madre se desentendió de él y se marchó a vivir a Ámsterdam. Su padre y un tío suyo acabaron suicidándose. Como adolescente de la calle se crio con su abuelo paterno (su abuela murió siendo él un crío). Muy tempranamente se convirtió en un asiduo precoz del Sarajevo noctívago y contracultural, sobre todo en los fabulosos años 80 (los de los célebres Juegos de Invierno de 1984). Dzamonja es un hijo beat de aquella capital mestiza pero bullente, donde confluían vestigios del oriente, el resabio turco y los fluidos culturales llegados de occidente a aquella singular provincia, la más mezclada de toda la Yugoslavia de Tito.
Cartas desde el manicomio agrupa varios relatos que, entre la realidad y la ficción, recrean la malandanza del autor entre el Sarajevo de la guerra y Estados Unidos, país donde halló refugio (fue herido en el asedio y una hermanastra consiguió evacuarlo en pleno sitio). El libro refleja las señales de un perdedor: desplazamiento, soledad ambulante, añoranza, humor negro, terneza y tristeza patética. Casi siempre los escenarios son bares en ciudades americanas del todo impersonales. Dzamonja irá concatenando empleos ocasionales como cocinero, obrero fabril, temporero en la vendimia y hasta mozo de floristería cuyo cometido era quitar las espinas a las rosas por San Valentín. Su único anclaje, más allá del literario, fueron sus dos hijas Nevena y Vesna (cada una de un matrimonio distinto, pero igualmente fallido).
Dzamonja regresó a Sarajevo en 1998, tres años después de acabada –es un decir– la guerra civil. Ya nada iba a ser igual. Su desnorte en una ciudad arrasada física y espiritualmente lo llevó a beber con suicídica severidad. Murió en 2001 de cirrosis (su primera caída cirrótica la tuvo con 30 años). Pese a sus excesos con los caldos, señala Marc Casals que Dzamonja se tomó sus leidísimas columnas de periódicos y sus relatos con suma seriedad en cuanto a compromiso y entrega puntual en las redacciones y editoriales con las que publicó.
En los relatos cortos Todos aquellos años nuevos, El horror sin nombre… ¿o cuándo comenzó?, Gente de fiar o Adicto se hace patente la citada melancolía de los bosnios rotos por la diáspora en Estados Unidos. Dzamonja fue un doble extranjero para todo el mundo y, sobre todo, para sí mismo. Su Sarajevo de antaño quedó muerto y él sólo quiso unirse a las exequias.
Los otros ‘Sarajevos’
En aquel Sarajevo efervescente de los 70 y 80, del que es figura indiscutible Dario Dzamonja, participaron, entre otros, el poeta Abdullah Sidran, guionista del también sarajevita Emir Kusturica en películas como ¿Te acuerdas de Dolly Bell? y Papá está en viaje de negocios (la postura proserbia del cineasta y músico lo distanció de todos sus colegas de generación). Cartas desde el manicomio nos hace recordar otros Sarajevos, como el contado en cómics por el historietista alternativo Joe Sacco o bien en novelas recientes, como Plegaria en el asedio de Damir Ovcina (cruda memoranza del asedio) o Siete miedos de Selvedin Avdi (alucinante novela de terror psicológico sobre el Sarajevo de la guerra, tan extraño como demoníaco y hasta sobrenatural). Sobre el cerco de Sarajevo el cine ha ofrecido, entre otras, películas harto deficientes (Welcome to Sarajevo de Michael Winterbottom), aceptables (Go West de Ahmed Imamovic), buenas (el biopic Sympathy for the devil de Guillaume de Fontenay) y excelentes (El círculo perfecto de Ademir Kenovic o Grbavica de Jasmila Zbanic). Entre algunos docudramas citamos Good Night, Sarajevo de Edu Marín y Olivier Algora y Álbum de posguerra del fotoperiodista Gervasio Sánchez.
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