Transitar el desconcierto

En su cuarto libro de relatos, Cristian Crusat recorre algunos de los caminos menos explorados de la vieja, oscura y castigada Europa.

Retrato del escritor hispanodanés Cristian Crusat (Málaga, 1983).
Retrato del escritor hispanodanés Cristian Crusat (Málaga, 1983).
M. Ángeles Robles

08 de noviembre 2015 - 05:00

SOLITARIO EMPEÑO. Cristian Crusat. Pre-Textos. Valencia, 2015. 128 páginas. 18 euros.

Cristian Crusat es autor de relatos. También ensayista y traductor, pero, fundamentalmente, autor de relatos, un género complicado que se mueve en las arenas movedizas de la indefinición, que se enfrenta al reto de conquistar al lector en esa media distancia en la que el escritor lo tiene que dar todo sin tiempo a reponerse, centrado en mantener la tensión de la historia hasta el final. Y qué difícil es rematar bien un cuento. Whiskey con agua, como lo definía el maestro Fernando Quiñones para diferenciarlo de la novela -un trago largo- y de la poesía -whiskey solo-. ¿Pero whiskey y agua en qué proporciones? Ahí el secreto.

Solitario empeño, publicado como los anteriores en la editorial Pre-Textos, es el cuarto libro del malagueño Cristian Crusat, que es un autor reconocido y premiado pese a su juventud y su corta -aunque imparable- trayectoria. En él recorre algunos de los caminos menos transitados de la vieja, oscura y castigada Europa. La Europa del pretendido bienestar, ahora perdido en el abrazo cruel de la crisis económica. La tierra prometida que no cumple sus promesas, que ha perdido la razón, ciega, sorda, muda. Un escenario desolador sólo entrevisto entre las páginas de estos relatos. Cuentos personales que no pecan de oportunistas, aunque sean oportunos.

Hay autores que escriben sobre la realidad y hay otros, como le ocurre a Crusat, que crean un mundo propio en el que conviven múltiples realidades. Es difícil introducirse en el mundo de este autor. La puerta está apenas entreabierta. Sus cuentos no son amables, no están escritos para agradar, ni para convencer. No son literatura de moda, sino literatura de verdad, capaz de cambiar algo dentro del que se enfrenta a estos textos.

En algunos de ellos, el lector tiene la sensación de encontrarse en mitad de un mal sueño definido por signos inquietantes, como ocurre en el titulado Sarajevo-Estepona, aunque esos signos cobren todo su sentido para dibujar el panorama desolador de la guerra, el desarraigo, la violencia. Oscuridad para arrojar luz sobre el pasado, también sobre el presente. El miedo, la sinrazón de nuestro tiempo suspendida en el temblor de los cuerpos de las adolescentes suicidas que se cuelgan de los árboles de la ribera del Miljacka.

En estos cuentos está también la infancia, las difíciles, a veces comprometidas, relaciones familiares: la madre, amante de un hombre muy joven. Hiriente luz de un inquietante paraíso terrenal habitado por dioses y monstruos en Hijos de los focenses. Encontramos también el miedo al otro, al extraño, la desigualdad del primer mundo, y de nuevo la mujer madura, inquietante, en Timbre.

Especialmente redondo el titulado La casa de Thomas y el ciclo de Saturno: un pueblo de la costa almeriense, un barrio marginal habitado por personajes variopintos que viven en la calle para soportar la canícula estival. El verano compartido por un joven español que trabaja en el extranjero, su novia holandesa y el padre de ésta: un anciano impertinente, punto discordante en el aparente idilio vacacional, que no es tal idilio, que es más bien la antesala de algo que parece no suceder nunca. Recuerdos, vueltas atrás, despedidas y reencuentros vividos de soslayo. Como en la mayoría de los relatos del libro, la identidad de los personajes desleída en la soledad que los enfrenta en una sociedad, en un tiempo, de rápidos cambios. Viejas fortalezas que han dado paso a un mundo en tránsito.

Cierra el libro Audacia, verano de 1894, homenaje de Crusat a uno de los autores sobre los que más ha trabajado: el judío francés Marcel Schwob, ya que se ha encargado de editar, prologar y traducir sus artículos y ensayos críticos, recogidos en El deseo de lo único (Páginas de Espuma, 2012). El puerto de Calais es el brumoso escenario en el que Schwob se anticipa al viaje a punto de comenzar, rememora pasajes de su vida y de su relación con autores como Robert Louis Stevenson. Pero este relato es también una reflexión personal sobre la creación y sus empeños, sobre la literatura como forma de penetrar en los secretos de la existencia. Audacia para enfrentarse a los fantasmas interiores, para trascenderlos y transcender.

Adentrase en la lectura de Solitario empeño es dar un paso hacia el desconcierto, poner un pie en el límite, aprender a aprender. No basta con pasar las páginas de atenta lectura. La mayoría de estos relatos cobran cuerpo definitivamente algún tiempo después cuando una ráfaga de memoria, cuando un destello de cordura, reintegra todos los elementos expuestos frágilmente. Crusat nos invita al solitario empeño de entender el terreno que pisamos.

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