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Tradición liberal en el cante

El periodista Alfredo Grimaldos publica 'Historia social del flamenco',donde combina con ritmo y frescura los formatos de entrevista y reportaje.

Paco de Lucía, comprometido con lo jondo.
Juan Vergillos

27 de marzo 2011 - 05:00

Alfredo Grimaldos. Barcelona, Península, 315 pp.

No estoy de acuerdo con la tesis del libro porque lo que se propone, en cuanto que es sólo una parte de la verdad, no es la verdad. Aunque reivindica el carácter rebelde y social del flamenco, significa un rechazo de la realidad actual de este arte. Los valores prístinos primitivos de lo jondo los ve el autor allí donde el flamenco estaba peor considerado socialmente, en las reuniones de señoritos de la posguerra, cuando la falta de profesionalidad motivada por las penurias hace que el flamenco tenga que sobrevivir prácticamente de la mendicidad, como todo el país. Es curioso que esta etapa terrible de nuestra historia haya derivado, por extrañas razones, en mito. Desde la posguerra se viene contando una historia falsa: la de que el flamenco crece en la intimidad y en los cuartos, y se degenera en la escena. Todos los datos que desde hace 20 años vienen sacando a la luz Faustino Núñez, Ortiz Nuevo, Navarro García, Steingress, etcétera, de las hemerotecas respecto al origen y primer desarrollo del flamenco, apuntan a un arte fundamentalmente escénico. Hablar de la "época hermética del cante" supone no atender a estos hallazgos. Hablar de que "el flamenco no ha sido nunca una música de triunfadores" supone despreciar los ejemplos egregios de Chacón, Angelillo, Marchena o Manolo Caracol, o el propio Paco de Lucía. El tópico de que el flamenco ahora, por primera vez, se aprende en los discos, lo desmintió en su tiempo González Climent: el fonógrafo tiene casi 150 años de historia, casi la misma que el flamenco. Pensar que "los estilos primitivos del flamenco" son "tonás y seguiriyas", también va en contra de la realidad documental de los primeros años de lo jondo, aunque a continuación se diga que "se desarrollaron de forma hermética": es un tópico de la historiografía flamenca mairenista que no se sostiene. Otra cosa es el contenido estricto de la obra, las deliciosas entrevistas y declaraciones de artistas del pasado reciente y del presente de la talla de Mairena, Farruco, Rancapino, etcétera, en unas viñetas que aúnan la autenticidad periodística y el arte de la narración, tanto oral como escrita y que he leído con verdadero entusiasmo. Éstas son independientes de la tesis que el libro apunta y, como digo, de un valor extraordinario como testimonios, casi todos en primera persona, de flamencos genuinos. De hecho, la existencia de un arte flamenco social es incuestionable. Lo cual no es óbice para señalar también la existencia de un arte flamenco de evasión, a veces incluso en la voz, en el cuerpo, de un mismo individuo, como es el caso del popular Angelillo, estrella flamenca y cinematográfica que hubo de poner tierra de por medio por su vínculo político republicano.

Del flamenco republicano al cante de las minas. De las cortes de Cádiz a Menese, son los caminos que recorre esta obra, actualizando la que publicara Ortiz Nuevo en 1985, Pensamiento político en el cante flamenco o la de los hermanos Coba de 1935 Andalucía, su comunismo y su cante jondo. Aunque con lo que más tiene que ver esta obra, a nivel ideológico, es con la de los intelectuales mairenistas que en los años 60 vieron en lo jondo una manera indirecta de crítica al régimen, sin preocuparse en exceso por la realidad histórica, especialmente la de Caballero Bonald, prologuista de este libro. La cuestión, siempre, es la de las exclusiones. Creer que una determinada visión sobre lo jondo agota el fenómeno flamenco. El flamenco es comprometido y de evasión, payo y gitano, escénico y rural, íntimo y espectacular, andaluz y universal. Lo fue y lo es, desde sus mismos orígenes. Privilegiar una única mirada sobre el mismo es tergiversar la realidad. En parte el flamenco ha sido "un arte de transmisión oral que, durante mucho tiempo, se ha preservado, fundamentalmente, en el seno de grandes dinastías de la Baja Andalucía, transmitiéndose de generación en generación en el ámbito familiar y del barrio". Pero, al mismo tiempo, nos encontramos a artistas flamencos en la segunda mitad del siglo XIX en Londres, París, San Petersburgo, Nueva York, etcétera.

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