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Temporada de premios

Existen pocos gremios más proclives a darse premios que el del cine, una costumbre ciertamente longeva.

Enrique Cerezo, de Egeda, con Santiago Segura en los Forqué de 2016. / D. S.
Manuel J. Lombardo

13 de enero 2017 - 02:34

Sevilla/Pocos gremios más proclives a darse premios que el del cine, una costumbre autopromocional que tiene ya una larga tradición desde aquellos primeros Oscar de Hollywood que la Academy of Motion Picture Arts and Sciences empezó a otorgar(se) en 1929.

Una tradición que las distintas academias nacionales, instituciones de origen profesional bajo amparo gubernamental y con visos de oficialidad (con todos los peajes que eso conlleva), han ido copiando y modelando para sus respectivas industrias bajo una misma fórmula publicitaria de glamour y autobombo televisados: los Bafta británicos (desde 1948), los César franceses (desde 1976), los David de Donatello italianos (desde 1956), o los Deutscher Filmpreis (Premios Lola) alemanes (desde 1951); los Ariel mexicanos (desde 1947), los Cóndor de Plata argentinos (desde 1943), los de la Academia Japonesa (desde 1976), los de la australiana (desde 1958), los de la canadiense (Genie, desde 1949), o los de la Academia Internacional de Cine de India (IIFA), o sea, Bollwyood, que llegaron incluso a entregarse en Madrid el pasado 2016 como estrategia de proyección internacional de la que hoy por hoy es la segunda gran industria del cine mundial.

Añadan a estos premios otros más recientes de ámbito continental: los de la EFA europeos (desde 1987), los del cine asiático (auspiciados en Hong Kong desde 2007), los del cine latinoamericano (Fénix, desde 2014), los del cine africano (Fespaco, desde 1992), por no hablar de inventos como los Premios Latino que, con patrocinadores de lujo (Antonio Banderas) y ambiente marbellí, parecen más bien campañas de promoción turística o galas de sábado noche antes que verdaderos eventos relacionados con el arte cinematográfico.

Por si todos estos premios más o menos oficiales o académicos no fueran suficientes, los propios gremios profesionales sindicados (actores, directores, guionistas, etc.) han ido creando sus galardones país a país, modelo de producción a modelo de producción (ahí tienen los Independent Spirit Awards, que limitan sus candidaturas no tanto al espíritu como al presupuesto de las películas, o los populares Razzies a las peores películas del año), a lo que se suman también, en una tradición no menos longeva, los premios que otorga la prensa y la crítica (nacional, extranjera, local, de Boston, afroamericana, etc.) asociada en no menos organizaciones (bajo el amparo de Fipresci), o los que otorga el público en un reconocimiento al cine más comercial, de los People's Choice Awards de Hollwyood a su copia europea patrocinada por una conocida marca de whiskey y que se entregan en la ceremonia de la EFA.

Un no parar de dar(se) premios que tiene desplegada en las primeras semanas de cada año una pasarela constante y casi mimética de títulos, estrellas y discursos emocionados para regocijo de fans, blogueros, periodistas y, sobre todo, de productores a la caza de un último pellizco de recaudación en taquilla.

El cine español no ha sido ajeno a estas dinámicas, y desde 1987 la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas otorga los Goya para dar ese pequeño impulso mediático a una industria en permanente estado de crisis. Pero a su rebufo, o nacidos incluso con anterioridad, han proliferado muchos otros premios en nuestro país. Por un lado están los que se adscriben a las comunidades autónomas: los Gaudí de la Academia del Cine Catalán (desde 2009 con ese nombre), los Zinemira del cine vasco, los Mestre Mateo de la Academia Galega do Audiovisual (desde 2002), los Berlanga del cine valenciano (desde 2008) o los Asecan del cine andaluz (desde 1983), auspiciados indistintamente por asociaciones profesionales o críticos y con una cierta inclinación a la reivindicación nacionalista (oficial e institucionalizada) y los golpes de pecho y el orgullo por las raíces desde el hecho diferencial lingüístico y/o cultural.

Por otro, también con larga tradición, encontramos premios otorgados por publicaciones especializadas como los veteranos Fotogramas de Plata (desde 1951) o el Premio Turia, que otorga la revista valenciana Cartelera Turia (desde 1992).

Desde 1991, los miembros de la Unión de Actores y Actrices entregan sus premios anuales por estas fechas, de la misma manera que los socios de la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores (Egeda) pusieron en marcha en 1996 los Premios José María Forqué (confiemos en que algunos conozcan a quién les dio nombre), en cuyas bases fundacionales puede leerse que "reconocen las mejores producciones cinematográficas españolas por sus valores técnicos y artísticos, [...] cita obligada de todos los profesionales del sector audiovisual y de muchas personalidades de otros ámbitos de la cultura, así como de las más altas autoridades políticas".

Pero no se vayan, que aún hay más. No contentos con el generoso panorama de galardones, la Asociación de Informadores Cinematográficos de España, de la que no tenemos el gusto de formar parte, creó en 2014 los Premios Feroz, particular "antesala de los Goya" (sic) y nueva demostración de redundancia de un modelo (mismas películas, mismos rostros, mismos premiados) que, eso sí, incluye al menos nuevas y estimulantes categorías al mejor cartel o el mejor tráiler. Y es que en este país lo difícil es que no te acaben dando un premio más tarde o más temprano.

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