Teatro perfecto y necesario
Crítica de Teatro
NADA QUE PERDER
21 Grados, Cicus. Cuarta Pared. Dramaturgia: QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe. Dirección: Javier G. Yagüe. Intérpretes: Marina Herranz, Javier Pérez-Acebrón y Pedro Ángel Roca. Escenografía: Silvia de Marta. Iluminación: Alfonso Ramos. Lugar: Cicus (Univ. de Sevilla). Fecha: Jueves, 21 de julio de 2016. Aforo: Casi lleno.
Nos habían contado que Nada que perder empezaba muy arriba, imagina cuando te señalan con la mano una gran altura, y ya no baja de allí en toda la función. Esta imagen serviría de crítica de esta impresionante obra dirigida por Javier G. Yagüe y escrita en compañía de los hermanos Quique y Yeray Bazo y Juanma Romero. Cuatro autores que han encontrado la fórmula de la piedra filosofal para escribir este juego casi perfecto de maquinaria teatral. Ocho escenas que van conformando un todo a medida que se va desarrollando. En principio, cada acto se diferencia perfectamente del anterior, los intérpretes cambian de personaje en cada secuencia y, sólo, cuando vamos avanzando encontramos que la historia se nos va montando ante nuestros ojos.
Un detalle. Por favor, no echen cuenta de la palabra asesinato en el programa de mano. El crimen llega, pero más tarde. Y comento esto como una anécdota y por sacarle un fallo a una pieza que te mantiene atento de principio a fin desgranando una trama negra de corrupción llena de personajes que cumplen una función matemática dentro de la historia. Como en las buenas novelas negras el trasfondo social: concejales corrompidos, amantes poderosas, maridos cornudos, vástagos endebles, funcionarios desechados y, como guinda, animales salvajes, es lo que funciona realmente en esta espantosa y dolorosa radiografía de una sociedad a la que le sobran los políticos corruptos, la policía llamando a tu puerta para desahuciarte o el miedo al hambre. Estos magos de la Cuarta Pared cuentan con tres intérpretes que se parten el cobre para dar vida a casi veinte personajes. Se han inventado a una especie de Pepito Grillo que funciona como conciencia en las sucesivas escenas-interrogatorios y que coloca al espectador en pleno escenario. Todo un acierto.
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