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A pesar de los rumores que circularon sobre la contratación de Ennio Morricone para componer la música original de Inglourious Basterds, la nueva y magnífica película de Quentin Tarantino viene servida con uno de esos estimulantes repertorios de temas de segunda mano a los que tanto nos tiene acostumbrados el director de Pulp fiction. El esperado Morricone original está sustituido aquí, como ya ocurriera en Kill Bill o Death proof, por un puñado de temas extraídos de la enorme, ecléctica y reconocible filmografía del compositor romano, fragmentos dispersos y heterogéneos que Tarantino ha sampleado en el nuevo tejido de su febril y personal reescritura del cine bélico a partir de un sinfín de homenajes y citas que siguen desafíando la memoria cinéfila del crítico más erudito. Y no sólo Morricone, otras músicas cinematográficas de Tiomkin, Schifrin, Bernstein o Loussier, canciones (funk, pop) de Billy Preston y David Bowie y temas populares alemanes y franceses de los años cuarenta se dan cita en la ecléctica y vibrante banda musical de la película.
Desde su debut con Reservoir dogs, Tarantino ha demostrado lo prescindible que resulta para su concepción del cine la música original de acompañamiento. El director ha repetido en muchas ocasiones que el hecho de trabajar con un compositor le ponía nervioso: "No me gusta no controlar ninguna faceta del proceso creativo ni usar música nueva porque quiero elegir yo mismo lo que conozco".
Tarantino se une así al grupo de los cineastas-DJ como Scorsese, Wenders o Michael Mann, grandes conocedores y apasionados de la historia del pop y el rock que han sabido edificar las bandas sonoras de sus filmes a partir de su discoteca personal y de un gran instinto y mejor gusto para explorar las imprevisibles relaciones significantes entre la imagen, la narrativa y las canciones y músicas de origen popular.
Las bandas sonoras made in Tarantino inscriben la cultura posmoderna del reciclaje y la reapropiación de la misma manera que sus imágenes transitan sin prejuicios ni jerarquía (no hay género chico) por la historia del cine en una síntesis entre el pasado y el presente que no sabe de sincronías y correspondencias sino de una estimulante asociación de formas en una nueva dimensión estética.
Los temas que Tarantino toma prestados del repertorio Morricone para Inglorious basterds son una buena muestra de su talento para establecer insólitos puentes entre tiempos, estilos y géneros no necesariamente ortodoxos. El primero de ellos, Doppo la condanna, extraído de El halcón y la presa (1966, Sergio Leone), aparece para presentar al oficial nazi Hans Landa, personaje-estrella de la película. En una pirueta musical de enorme significado, el tema fusiona los famosos primeros acordes del Für Elise de Beethoven con los reconocibles punteos de guitarra propios del sonido spaghetti-western que él mismo definió. Con esta elección musical, Tarantino integra con un magistral golpe de mano el espíritu germano que preside su película y la evidente filiación leoniana de su cine, en el que la palabra dilatada y el manierismo han venido a sustituir a los ya famosos silencios y la gramática del montaje del cine del director de El bueno, el feo y el malo y Agáchate maldito.
Un segundo tema, Un amico, procede del policiaco Revolver (1973, Sergio Solima), sostiene el peso y el ritmo de una de las mejores secuencias del filme, en la que la heroína vengadora Shosanna se bate en duelo con el galán alemán en la cabina de proyección al son de una hermosa nana pop. Un poco antes, en ese mismo escenario, los acordes sinuosos y la letra incendiaria de Putting out the fire, compuesta originalmente por David Bowie para el filme de Paul Schrader Cat people, hace las veces de monólogo interior del personaje para condensar mejor que ningún diálogo o ninguna música compuesta ex profeso el sentido de la escena.
Y ya para terminar, la Rabbia e tarantella, extraída del film de los Taviani Allonsafan (1973), una enérgica y grotesca marcha in crescendo, nos despide de la sala compartiendo el mismo aliento victorioso de esos malditos bastardos con licencia poética para recolectar cabelleras nazis y de camino reescribir la Historia del siglo XX con los materiales de la propia historia del cine.
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