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Surrealismo divertido en un Madrid cutre

Blackie Books reedita la historia del terrorista del Grapo al que le tocan 203 millones de pesetas del año 1986 en la Primitiva y no puede cobrar el premio por carecer de DNI.

Santiago Lorenzo, en 2007, durante la presentación de su película 'Un buen día lo tiene cualquiera'.
Fernando Pérez Ávila

18 de agosto 2013 - 05:00

Los millones.Santiago Lorenzo. Blackie Books. Barcelona, 2013 (reedición de Mondo Brutto, 2010). 236 páginas. 21 euros.

Los millones es un producto de los que llaman la atención en las librerías. Tiene unas tapas duras de un color dorado apagado, el mismo tono de aquellos pasos de Semana Santa cuyas canastillas llevan siglos sin dorar. En el centro de la portada hay un extraño dibujo que representa la cabeza de un hombre. Dentro de ella, en colores fuertes, se acumulan objetos sin ningún orden. Hay un volcán en erupción, una araña, un cartucho de dinamita, un reloj de arena, una cerilla, unas llaves rotas, una calavera, lágrimas, fuego, lluvia, nubes, rayos, un eclipse de sol... La barbilla del tipo es una moneda, la nariz un hueso roto y el cuello una telaraña que deja paso a un tren saliendo de un túnel a toda velocidad.

Es una ilustración de Ricardo Cavolo en la que se concentra a modo de batiburrillo surrealista el argumento de una obra que no lo es menos. Por encima de la portada, cortando el dibujo, está la faja azul publicitaria con una descripción muy breve del argumento: "A uno del Grapo le toca la lotería. No puede cobrar porque no tiene DNI". Nada más. No vienen frases de críticos literarios ni extractos de reseñas de periódicos. A estas alturas es probable que quien se haya parado a ojear el libro seducido por la conjunción portada+faja se esté planteando muy seriamente comprarlo.

Será una decisión acertada. Los millones es una novela que está a la altura del golosísimo envoltorio bajo el que la acaba de reeditar Blackie Books. Es una obra del año 2010 de Santiago Lorenzo, un cineasta convertido ahora en escritor que ya publicó con la misma editorial Los huerfanitos. Como dice la faja, la novela va sobre un terrorista del Grapo al que le tocan 203 millones de pesetas del gordo de la Primitiva, que no puede cobrar porque no tiene carné de identidad. La escena se desarrolla en el Madrid de 1986, que se describe magistralmente en toda la parte inicial del libro.

De aquel Madrid de los ochenta poco queda ya. El autor incluye una guía de los lugares que aparecen en la novela, con la que el lector capitalino podrá ir siguiendo la evolución de su ciudad. Es el Madrid de los bares cutres, los de los chicles pegados debajo de la barra, de los barrios de aluvión, de los pisos diminutos cuyos habitantes sueñan con una Primitiva que los retire, de las viviendas tan mal construidas que los suelos están en pendiente y eso supone un incordio hasta para cocinar...

El Madrid de los trifásicos, que no son enchufes sino bebidas a base de ginebra, gaseosa y chinchón, tres líquidos tan blancos como la camiseta del Real. El Madrid de los abrigos de termoforro, de las marcas baratas, de los refrescos Blizz Cola, de la colonia Nenito, del tabaco Rex, de la margarina Tulicrem, de las galletas Reglero y de la pasta de dientes Fluordent, de cuando los bonobuses eran bonobuses que se metían en una máquina que taladraba un cartón y no las tarjetas recargables modernas que emiten un zumbido cuando se pasan junto a un dispositivo electrónico.

Por este escenario pulula Francisco García, un terrorista que el autor presenta como un ser digno de lástima, lejos de ser un asesino despiadado ni un criminal calculador. Este pobre grapo no causa más que cariño y compasión.

Es casi una célula durmiente de la banda. Su misión consiste en ir cada día a un bar para ver si hay algún mensaje en clave para él y pasar a la anhelada acción. Y así pasan los meses, subsistiendo por debajo del umbral de la pobreza, con los únicos ingresos que obtiene de un trabajo tapadera: coser las etiquetas de unos polos de Benetton falsificados que se venderán en los mercadillos de Madrid.

García se revela como un eficiente administrador de sus fondos y consigue hacer las cuentas justas para poder sobrevivir con menos dinero que una mosca y de paso ahorrar para permitirse algún refresco de más el domingo por la tarde. Un día cree que la Policía lo persigue y, para despistar, se mete en una administración de lotería. Se ve obligado a jugar un boleto cuando la lotera le dice que si no va a comprar nada se vaya por donde vino. Así, el terrorista se vuelve a casa en autobús lamentando su suerte y su gasto imprevisto. Tendrá tantísima mala suerte que le tocará el Gordo y leerá en la prensa con impotencia que sólo podrá cobrar en el plazo de tres meses presentando el DNI.

En paralelo se cuenta la historia de Primi, una joven periodista de una revista gratuita a la que el director le encarga encontrar al tipo que le han tocado los millones. A partir de ahí se enlazarán ambas historias y los dos protagonistas pasarán a protagonizar un bonito romance, en el que sólo importa el amor y poco preocupa que el presupuesto sólo les dé para un Kas de limón.

Los millones es una novela corta, de poco más de 200 páginas, divertidísima y a la vez tristísima, una tragicomedia en toda regla. A su autor se le compara con Eduardo Mendoza, como si Francisco García fuera un alter ego madrileño del detective sin nombre que resuelve casos surrealistas por las calles de Barcelona. También de Santiago Lorenzo se ha dicho que su literatura recuerda a los guiones de Rafael Azcona. Benditas comparaciones.

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