"Sucumbimos demasiadas veces a las expectativas de los demás"

Braulio Ortiz Poole. Escritor

Después de un largo ciclo poético, el autor sevillano regresa a la narrativa con 'La fórmula Miralbes', una novela íntima pero de significado colectivo.

El escritor y periodista Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974).
El escritor y periodista Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974).
Francisco Camero

22 de mayo 2016 - 05:00

En el ocaso de su carrera, incapaz de resistirse a la tentación de entonar su última aria para recibir la enésima ovación, anciana y enferma, Silvia Miralbes, diva inamovible de las letras españolas, comete un error que nadie está dispuesto a perdonarle. Ella sabe, tal vez, que ni siquiera es la mayor deslealtad -hacia sí misma, principalmente- que ha cometido en su vida. Da igual. Muchos, la mayoría, se diría que todos, han sacado ya sus mejores galas para asistir al espectáculo de su penosa caída. La fórmula Mirables (Caballo de Troya) supone la vuelta de Braulio Ortiz Poole a la narrativa después de varios años y tres estupendos libros (Defensa del pirómano, Hombre sin descendencia, Cuarentena) dedicados a la poesía. Durante la debacle, los espectadores más cercanos verán lo que tanto deseaban -una reputación arruinada- pero sólo obtendrán ese placer tras tropezarse con una verdad bastante más incómoda: ni la hipocresía, ni la corrupción, ni la mezquindad son patrimonio exclusivo de esa señora podrida de éxito.

-¿Qué significa para usted el personaje de Silvia Miralbes?

-Es un personaje lleno de actitudes reprochables, y a la vez, en su torpeza y en sus muchas contradicciones, absolutamente humano. Para mí es en cierto modo el rostro del declive de la cultura y del clima de permisividad que nos ha llevado a todos a la situación actual. Me interesaba sobre todo preguntarme si ella sería capaz de tener cierta conciencia de todas esas cosas que hizo para tener éxito y por las que los demás la culpan de haberse prostituido.

-Está la voz o la versión de ella en la historia, pero ésta se cuenta sobre todo a través de las miradas de las personas que viven a su alrededor. La novela invita a pensar en la facilidad y la rapidez con que juzgamos a los demás.

-Sí, y además en su caso la presión que supone la opinión de los demás es especialmente acusada. Una mujer huraña, con miedo al otro, esquiva, pero obligada a exponerse públicamente. Sucumbimos con demasiada frecuencia a las presiones y expectativas de los demás. Ella acepta que otra persona acabe el libro por ella porque quiere despedirse de su público. Busca el éxito como un sucedáneo del amor, del respeto, de la aceptación.

-A causa de su enfermedad, no llegamos a saber si ella es consciente de todas esas pequeñas o grandes traiciones cometidas en su vida, y si es así en qué grado se considera responsable de ellas; no sabemos si su desmemoria es inevitable o interesada...

-Esa ambigüedad me evitaba juzgarla, dado que en efecto eso no lo sabemos. Es también un símbolo de nuestra propia desmemoria. No siempre nos sentimos responsables de nuestros actos, es mucho más fácil mirar hacia otro lado. Esa actitud es muy representativa del momento que estamos viviendo.

-Así ocurre también en el libro: no sólo ella, todos los demás personajes, de una forma u otra, han cometido sus traiciones, trampas y deslealtades. Aunque ellos, al menos, sí son conscientes.

-Yo reivindico que hay que volver a tener una mirada moral sobre las cosas que nos rodean. Que parte de todo lo que nos ha ocurrido es porque en algún momento nos distanciamos, porque decidimos que defender una actitud cívica era una cosa que sonaba demasiado solemne. Acabamos recelando del compromiso y de todas las demás palabras que la generación anterior quizás ha quemado. Quería preguntarme qué nos ha pasado y qué podemos hacer al respecto, pero tratando de comprender, con una mirada compasiva, sin hacer sangre, intentando construir, no destruir más.

-¿Por qué dice que hay "demasiada celebración de la ceniza"?

-Lo que me atrae de la narrativa es su humanidad. Si me gustan Anne Tyler, Alice Munro o Joyce Carol Oates, por ejemplo,es porque en sus libros se respira un trozo de vida. Intenté que en todos los personajes de la historia se produjera una transformación, que al menos se avivaran algunas llamas dentro de ellos, algún ascua de lo que quisieron y no pudieron ser, de las esperanzas que una vez tuvieron... Prefiero buscar eso y dejar constancia de eso que el cinismo que hoy se ha instalado en absolutamente todo.

-El libro contiene muchas lecturas: es una historia sobre la hipocresía, sobre la corrupción y sobre la ambición y su reverso oscuro, entre otras cosas, pero ¿es sobre todo, en última instancia, una novela sobre el perdón?

-He acabado dándome cuenta de que sí. Es curioso, porque tengo ahora una nueva novela entre manos que trata de eso, del perdón. Siempre he tenido muy claro que hay que perdonar para avanzar, que el rencor y las cosas enquistadas son un lastre terrible. Ahora veo que estas ideas son importantes en el libro, sí, pero, por tópico que suene, en su momento, mientras escribía, no era demasiado consciente.

-El caso es que son ideas muy presentes también en su poesía...

-Supongo que sí. Considero que mi poesía y mi narrativa son muy distintas. Es más, pensaba que en esta novela no estaba yo. Mis poemarios son muy íntimos, como exorcismos salvajes, tienen esa cosa despiadada de meterse la mano en la herida y sacarse el corazón. La novela era un proyecto muy diferente, un intento de hablar de los otros, de este tiempo, y procuré hacerlo de una manera entretenida, ágil, y sinceramente no pensé que yo mismo estuviera tan latente en ella. Pero una amiga me lo dijo hace poco: que me veía en la novela..., y fue cuando me di cuenta de que así era.

-Después de tantos años escribiendo poesía, ¿por qué necesitó cambiar de registro?

-Es curioso todo esto. Yo entré en la poesía casi pidiendo perdón, porque para mí era un territorio sagrado y sentía que iba a profanarlo, y ahora vuelvo a la narrativa sintiéndome un poco extraño, con la sensación de que soy más poeta que narrador. Esa cosa de no terminar de ubicarse... Me preocupé mucho de que no se viera en la novela a un poeta camuflado, escondiendo versos entre los párrafos, de ahí el estilo fluido, neutro, casi inapreciable. Lo importante era la historia, los personajes. Por lo demás, no he vuelto a escribir un solo verso desde que publiqué Cuarentena. Ahora estoy leyendo mucho a Luis Rosales, uno de mis poetas favoritos, y tal vez sea una señal de que necesito volver a oír la música del verso. Quién sabe si regresaré a la poesía. Espero que sí, claro; para mí es muy importante, incluso sanadora.

stats