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Solistas de la ROSS | Crítica

Juan Ronda, Auxiliadora Gil y Claudia Medina en el Espacio Turina. / Guillermo Mendo

La ficha

SOLISTAS DE LA ROSS

*** Ciclo de Música de Cámara de la ROSS. Solistas de la ROSS: Juan Ronda, flauta; Claudia Medina, violín; Auxiliadora Gil, piano

Programa

Jacques Ibert (1890-1962): Deux interludes (1948)

Jean Françaix (1912-1997): Musique de cour (1937)

Philippe Gaubert (1879-1941): Médailles antiques (1916)

Bohuslav Martinu (1890-1959): Sonata para flauta, violín y piano (1937)

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Domingo, 6 de febrero. Aforo: Media entrada.

Matinal relajada, sin conflictos, inocua si se quiere, la que presentó el ciclo camerístico de la ROSS. Desde aproximadamente los años de la Primera Guerra Mundial, París se hizo musicalmente neoclásica. En torno a Satie y a Stravinski se fue forjando un estilo que desdeñaba las tensiones del expresionismo tardorromántico tanto como las disonancias del atonalismo. En su lugar, se prefería el lenguaje diátonico, las texturas claras, la fácil melodía y la vuelta a formas clásicas.

Para este trío de instrumentos no demasiado habitual, los neoclásicos franceses y asimilados (como Martinu, alumno de Albert Roussel en los años 20) escribieron un buen número de obras dominadas por esos principios: transparencia de texturas, armonías simples, ritmos claros, ligereza expresiva. Todas ellas características que, con matices, servirían para describir las obras del programa. Los matices: las dos piezas de Ibert son evocativas, tienen algo de música programática, cinemática; la de Gaubert, en sus pretensiones historicistas, resulta más bien escolástica; la de Françaix es lúdica, juguetona, alegre; la de Martinu es la más clásica, la más contrastada (sigue la formalidad de los movimientos de una sinfonía) y en la que los solistas pueden sentirse algo más comprometidos por sus pasajes solistas (la flauta domina el trío del Scherzo; el piano marca el sentido del final).

Superado Ibert, con un violín ocasionalmente destemplado, el trío sirvió la música con la probidad que se espera de profesionales de este nivel: todo resultó equilibrado, eufónico y leve. Ideal preludio para un distendido vermú dominical: una música sin preguntas comprometidas, sin estridencias, sin desasosiegos, sin huella.

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