Solemne estampida
LO llamaban, hace nada, con vacua solemnidad, "el gran teatro del sur de Europa". Anunciaban una edad de oro que habría de rescatarnos de siglos de retraso y de penurias. Seríamos el heraldo que porta el estandarte del progreso y de la luz. El brujo que lleva la magia del fuego a un sur que se había cansado de su destino trágico y pedigüeño. Y a la primera dificultad salieron todos, los solemnes, en estampida.
Si las amenazas que se anuncian estos días se cumplen, y tanto la Diputación Provincial como el Ministerio de Cultura (o lo que sea que salga en las próximas semanas de la renovada Moncloa) abundan en los recortes que ya han reafirmado el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, el Teatro de la Maestranza quedará convertido en un yate de lujo varado en los arenales de un río seco. Su proyecto como gran espacio dinamizador de la cultura en Andalucía quedará seriamente comprometido, si no dañado sin remedio. Ni gran escaparate para mostrar todo lo que de nuevo y excelente se produce en el mundo ni altavoz que amplifique la capacidad de innovación creativa de nuestros artistas. Un triste escenario provinciano, espejo de una sociedad que no se cansa de mirarse al ombligo.
Lo que llaman crisis no es otra cosa que la realidad. La burbuja del consumo y la deuda desmedidos nos estalló en las manos. Somos más pobres de lo que nos creímos, y eso hace inevitables los recortes. Pero para una ciudad que vive sobre todo de los servicios y del turismo un centro cultural ya consolidado y capaz de generar actividad productiva (y hay auditorías que constatan que el teatro devuelve triplicado a la sociedad cada euro recibido) no es un lujo, sino una necesidad cuya voladura no podemos permitirnos. El Teatro de la Maestranza es más que el emblema de un tiempo ya agotado de utopías y de sueños. Sin vacua solemnidad: es la garantía de un futuro de dignidad y esperanza.
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