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Hace poco más de un año, el Festival de Cine Internacional de Rotterdam acogió a un cortometraje llamado Silent things, protagonizado por Andrew Scott, en el cual se trataba lo fácil que era crear el caos en la vida de un autista. Si en el corto, el esfuerzo del muchacho para mantener en equilibrio su delicada existencia era brutal, de haberlo dirigido Steven Soderberg, Scott se habría dado de narices contra el suelo (y contra la realidad) a la primera de cambio.
Esto se justifica a través de una técnica que acostumbra a irrumpir con fuerza y con una maestría alejada de los convencionalismos del neo-noir actual. Tal vez, Soderberg se esfuerce demasiado en otorgarse el título de genio cinematográfico, pero sólo porque lo suyo carece de nombre. La mayoría de sus proyectos impactan por la espontaneidad de sus escenas, pero ha prescindido de la brutalidad visual de la que presumen las epopeyas fincherianas y coenianas, obteniendo, por ejemplo, una cinta como Perros de Paja, apta para todos los públicos.
Y es que a través del fotograma digital se llega a ver más que a través de un baño de sangre. Sin duda, el mejor Soderberg que hemos visto en años ha sido el de los cinco primeros minutos de Contagio, y no precisamente por mostrarnos un parque infantil. Su nueva cinta, Indomable, que se estrena hoy en España, sirve de sucedáneo para el tramo final de una carrera cuyos últimos proyectos parecen formar un solo retablo con varios paralelismos narrativos, tal y como presentaba el director en Traffic.
En esta clase de ocasiones, se podría decir que el proyecto es de los que no le pegan a Soderberg, a quien la tensión existencial le parece un hogar, pero al que tampoco le favorece la confrontación física. Últimamente, se le vería con más facilidad en un thriller financiero al más puro estilo Margin Call. Algunos pensarán que Indomable presenta un error de bulto llamado Gina Carano (exluchadora de artes marciales), sin embargo, se trata de una protagonista que goza de método (aunque sin experiencia), que encanta al espectador con esa ambigua personalidad basada en la violencia pasional. Incluso cuando la encorsetan en esos pomposos vestidos de gala parece intentar dejar de lado su impetuoso espíritu. De todos modos, y aunque Carano entusiasme, la fórmula funciona a medio gas, y tampoco representa para Soderberg lo que fueron Julia Roberts o Catherine Zeta-Jones, que se disputaron ese título de musa del artista. Sin embargo, gusta bastante que se dedique a buscar actrices donde nadie lo haría. Puede que le haga falta pasarse de vez en cuando por alguna que otra escuela de interpretación, pero el resultado de The Girlfriend Experience se dejaba ver gracias a una Sasha Grey enérgica y enigmática, siendo otro fichaje bastante mediático, tratándose de una actriz porno.
Hay que recordar lo bien que se le da a Soderberg dar telefonazos a los agentes de las estrellas más cotizadas. Allí están Fassbender, McGregor, Douglas, que se disputan el dominio absoluto, e incluso un Antonio Banderas que brilla en sus escasas escenas, cual gigante secundario en Philadelphia.
Lo que convence de Soderberg puede ser su sutileza a la hora de rodar una historia alejada del intimismo, más cercana a la taquilla que a una crítica algo dividida a la hora de juzgarle como, más que un genio, como una buena imitación; un parapeto para los que se quieren alejar de los convencionalismos comerciales.
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