Síntomas de un futuro inquietante

Oliver Ressler analiza con dolorosa lucidez en 'No reivindicaremos nada, no pediremos nada...', en el CAAC, los cambios geopolíticos y el empobrecimiento de las clases medias

Síntomas de un futuro inquietante
Síntomas de un futuro inquietante
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

10 de noviembre 2015 - 05:00

Las crisis económicas no se superan. Son viajes de ida sin vuelta: la situación anterior nunca se recupera. Las crisis acaban sólo con un nuevo equilibrio entre fuerzas económicas, sociales y políticas. Un equilibrio lo bastante estable para satisfacer a los contendientes más fuertes y justificar la resignación de los más débiles. Mientras, se hacen y deshacen alianzas y ensayos. Por eso, aunque algunos proclaman cada día el fin de la crisis, se suceden fenómenos nuevos, unos de incierto futuro (la Primavera Árabe o ciertas economías emergentes) y otros se van asentando lenta pero firmemente. Así los cambios geopolíticos o el empobrecimiento de las clases medias. Pero todo esto no son sino síntomas, aspectos de un futuro aún irresuelto.

Detectar esos síntomas y sugerir qué actitudes pueden fortalecer a las fuerzas sociales más críticas y más perjudicadas son las inquietudes de Oliver Ressler (Knittelfeld, Austria, 1970).

Uno de esos síntomas es la propensión de ciertos Estados a recortar derechos civiles. Sus dirigentes, liberales neoconversos, atienden más al elitismo autoritario de Hayek que al legado humanitario de Stuart Mill. Ressler muestra en el vídeo ¡Ésta es la verdadera cara de la democracia! (2002) hasta dónde pueden llegar tales recortes. La reunión en Salzburgo de una entidad privada, el Foro Económico Mundial, provocó una amplia protesta. La Policía no disolvió la manifestación: la rodeó con tácticas militares hasta inmovilizar a los participantes. El vídeo recoge el desconcierto de los manifestantes y el esfuerzo de los organizadores por conservar la calma e intentar el diálogo. Éste no fue posible porque la fuerza pública no buscaba garantizar el orden sino identificar a los agitadores. Los manifestantes sólo salieron del cerco pasando ante cámaras que los fichaban. Poco queda así del derecho a manifestarse.

Otro síntoma es la capacidad de las empresas para desaparecer y ocultarse. Ressler ofrece tres vídeos de empresas que se desvanecen y otros tantos testimonios de trabajadores que intentan mantener su trabajo pese a tal abandono. Así ocurrió en VioMe (Tesalónica), dedicada a accesorios para la construcción, Rail Service Italia (Roma), que producía suministros y servicios para coches camas, y Maflow (Milán), fabricante de accesorios para automóviles Audi. Si el primer caso es consecuencia del desplome de la construcción y el segundo de la supresión de los trenes nocturnos en Italia, el cierre de Maflow se debe sólo a cambios en el accionariado y al afán de los nuevos propietarios de llevar todas sus fábricas a Europa oriental. En todos los casos no hubo reestructuración sino abandono, al que siguió el empeño de los trabajadores por ocupar las factorías y mantenerse activos en ellas por pura dignidad.

Si Maflow señala las estrategias empresariales sobre deslocalización, tales estrategias llegan, en las empresas financieras, al ocultamiento. Lo sugiere otro vídeo de Ressler, Lo visible y lo invisible (2014). La pantalla permanece casi en blanco: a través de un plano traslúcido vemos el lago de Ginebra, trabajadores de color y explotaciones mineras, mientras una voz explica por qué Suiza ha llegado a ser primer productor mundial de cobre. El mineral se extrae en Zambia por firmas despreocupadas de la protección y los derechos de los obreros a los que retribuyen con salarios al uso en el país. La producción la compran empresas radicadas en Suiza y la venden a países emergentes, en especial, China. No es intermediación sino financiación. La empresa que, al comprar y vender, financia, aparece como productora. De ahí, la identidad minera de Suiza, sede de tales empresas, que mantienen una discreta presencia en el país y disfrutan de sus ventajas fiscales. Todo es limpio y ordenado: el tráfico, el beneficio, la identidad. Si un día el mercado de futuros señala otra dirección, quizá no tengan ni que cerrar.

Un tercer síntoma es la falta de medios de partidos y sindicatos tradicionales para hacer frente a estas situaciones. Así lo evidencia Ressler en Toma la plaza (2012), opiniones recogidas por vídeos en los acampados en la Puerta del Sol, la Plaza Sintagma y el Central Park (o Wall Street). Tal vez a algunos les recuerden las jornadas del Mayo Francés de 1968. Pero hay diferencias: entonces se exigía más a partidos, sindicatos y Estado. Ahora, los acampados dan fe de su desconfianza, cuando no de su escepticismo. Quizá por eso el tono de quienes hablan es más analítico, más mesurado, menos heroico.

La muestra se completa con un gran mural. En él, el célebre aforismo de Proudhon ("Property is theft"; "la propiedad es un robo" en español) se funde con el logotipo de una entidad financiera española. Es una variante de otro síntoma subrayado por Ressler en otro gran mural: Too big to fail, demasiado grande para fracasar. Toda una garantía de impunidad para la gran empresa.

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