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Una aproximación a lo absoluto

La persona y lo sagrado | Crítica

En este breve ensayo de Weil nos encontramos, acaso, ante una de las últimas formulaciones de lo sagrado que ha dado el XX europeo

Imagen de la pensadora francesa Simone Weil. / D. S.
Manuel Gregorio González

24 de marzo 2019 - 06:00

La ficha

'La persona y lo sagrado'. Simone Weil. Prólogo de Giorgio Agamben. Trad. José Luis Piquero. Hermida Editores. Madrid, 2019. 106 páginas. 14 euros

Dónde situar este texto de Simone Weil, certera y benignamente prologado por Giorgio Agamben. Acaso junto al Michelet que escribe que "sólo Europa ha tenido una idea clara del Diablo; sólo ella ha buscado, amado, adorado el mal absoluto". También en las cercanías del Larra que proyectó una obra sobre el Mal y afirma que sólo "lo malo es lo cierto". Weil encuentra lo sagrado en ese fondo puro, indistinto, de lo humano, que anhela el bien. Lo cual supone que Weil considera lo sagrado como una superación romántica de todas las concreciones que ha traído consigo el XVIII: el cruce de derechos y deberes donde se instala y crece el individuo.

Para Weil (y para el XIX todo), lo sagrado es superior a la ley y a la persona. A la persona, porque la persona es una degradación, una máscara, de una verdad impersonal y más alta. Al derecho, por cuanto las leyes no son sino el bosque donde se ha perdido la Justicia. También Weil se manifiesta aquí contra lo colectivo, en tanto que realidad espectral donde esa verdad se tuerce o se disuelve. Y sin embargo, esta impersonalidad de Weil se parece demasiado a las aspiraciones colectivas, comunismo y nacionalismo, que azotaron su siglo. Y ambas nacen de esa inquietud, de esa decepción, que los modestos logros de la Ilustración aplican sobre el ciudadano.

Para Weil, y para el siglo romántico que lo impugna, el Derecho ha instituido lo legal donde debiera albergarse lo justo. Es decir, que la ambición de Weil se mueve en torno a lo absoluto, mientras que el mundo se ha construido sobre verdades menores, y en cualquier caso, históricas, caducifolias. Ese extraordinario logro (extraer al hombre del pecado eterno para llevarlo al mero y terrenal delito), es el que cabe adjudicarle al gran Beccaria.

En Weil, sin embargo, se exige lo que el XVIII aún no había previsto: la necesidad de ultrapasar lo contigente. Un sueño de pureza que aún atraviesa el mundo contemporáneo, desde los trémulos deliquios de Rousseau, y que Weil reivindica aquí con verdadera emoción, frente a la vieja dura lex de Roma.

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