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La cultura silenciada
SIN ánimo de darle a los premios -a cualquier premio- más importancia de la que tienen, resulta prácticamente imposible no sorprenderse ante este Nobel de Literatura. Al margen de la discusión -pienso que algo inocua- de si el cancionero de Dylan tiene o no categoría literaria (por supuesto que la tiene, por supuesto que la puede tener), lo que más llama la atención son los motivos esgrimidos. Que la irrupción de Dylan a principios de los 60 cambió por completo el mundo de la música, nadie lo pone nadie en duda; que sus letras hayan aportado algo al mundo de la literatura es una cuestión que, personalmente, pongo en tela de juicio.
La poesía de Dylan bebe de una tradición literaria muy marcada. En este sentido es poco original. Cuando en 1971 se publicó Tarántula, el único libro oficial de Dylan, una suerte de novela de prosa poética claramente influenciada por la estética beat, la crítica fue feroz con ella. ¿Acaso pasaba Dylan por una mala racha creativa? El libro fue escrito entre 1965 y 1966, es decir, en sus años de esplendor, cuando Dylan revolucionó el mundo de la música.
A Dylan le alaban el haber "creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición americana de la canción", lo cual es indudablemente cierto. Debe entonces interpretarse que la Academia considera la canción como un formato literario válido. Con todo, parece claro que a Dylan no se le premia por el valor literario de su cancionero, sino por haber incorporado cierta poética al cancionero tradicional americano. Bajo este punto de vista, resulta curioso que en su momento no se postularan para el Nobel figuras de la talla de Hank Williams, Huddie Ledbetter o Woody Guthrie, todos padres putativos de Dylan. Pero ésta claramente es otra batalla: una que tiene sus raíces en la eterna dicotomía entre alta cultura y cultura popular.
¿Debe entenderse entonces que este Nobel sirve para legitimar la valía artística de la música popular? Si la respuesta es sí, nos encontramos ante un caso de paternalismo sin parangón. Si la respuesta es no, tan sólo habremos asistido al día en que Philip Roth, Don DeLillo, Joyce Carol Oates o Thomas Pynchon no ganaron el premio literario más prestigioso del mundo.
Hagamos caso al de Duluth: sigamos mirando los parquímetros.
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