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La Sevilla de Sorolla

La colección Arte Hispalense publica la primera monografía sobre la pasional relación del pintor valenciano con la capital andaluza, obra del historiador Juan Carlos Montes Martín

La Sevilla de Sorolla
Charo Ramos Sevilla

17 de abril 2016 - 05:00

Joaquín Sorolla Bastida (Valencia, 1863-Madrid, 1923) dominó con su talento y arrolladora personalidad el panorama artístico español en el tránsito al siglo XX. Varias fueron las ciudades esenciales en su vida y obra: Valencia, donde nació; Madrid, su lugar de residencia habitual; San Sebastián, su lugar favorito de vacaciones... Y Sevilla, la cuarta en importancia por el protagonismo en su producción y con la que mantuvo una relación más pasional, según recoge un libro del historiador Juan Carlos Montes Martín, Sorolla y Sevilla, que acaba de editar la Diputación en su colección Arte Hispalense.

"Siempre me llamó la atención que, cuando inmortalizó España para The Hispanic Society of America, Sevilla fuera la ciudad más representada, pues aparece en cuatro de los cinco paneles que, salvo La pesca del atún en Ayamonte, le dedicó a Andalucía, la región más captada en ese proyecto", explica Montes Martín, licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla. "Sorolla", continúa, "era una persona dual para todo y su relación con la capital andaluza fue, desde el principio, de amor-odio. Llegó aquí buscando la ciudad sensual y colorista que había visto en la obra de Fortuny pero encontró registros que no le interesaban y se negó a pintar lo de siempre (la Fábrica de Tabacos, las cigarreras o la Feria de Abril). Incluso cuando tuvo que pintar la Maestranza por encargo de la Hispanic Society en el óleo LosToreros inmortalizó el saludo, la parte más liviana de la corrida. Su fijación con Sevilla fue el resultado de un proceso de seducción que abarcó años y de una lucha constante entre el disfrute y el sufrimiento". Hoy queda como testimonio de esa entrega Sevilla. El baile, que compuso para la Hispanic Society como complemento a la seriedad de Los nazarenos (El encierro lo pintó en una finca de Tabladilla) y donde recreó con desenfrenada alegría los vestidos, farolillos y guirnaldas de una Cruz de Mayo.

Además de Visión de España, el célebre encargo estadounidense que le ocupó sus últimos años, Sevilla está inmortalizada en otros trabajos del pintor, como su serie sobre los jardines del Alcázar, los retratos de condesas y gitanas y las escenas de baile en el desaparecido café Novedades, donde captó con inigualable maestría el revuelo de los trajes de flamenca y los torsos envueltos en los mantones de manila. El cuadro Café Novedades de Sevilla se lo encargó en octubre de 1913 el millonario norteamericano Ryan, que ya le había comprado otro sorolla que hoy se da por desaparecido, Los contrabandistas. La pintura terminó en las oficinas centrales de Banesto junto a la Plaza Nueva, donde colgó durante años. "Por desgracia, ahora está en Madrid, dentro de la colección Banco Santander. Es triste que se lo hayan llevado porque apenas quedan obras de Sorolla que el público pueda admirar en Sevilla, si descontamos la que el propio pintor regaló al Museo de Bellas Artes -un boceto de un garrochista a caballo- o el retrato que cuelga del palacio de la Condesa de Lebrija en la calle Cuna".

Para pintar algunos detalles de esa obra maestra que es el Café Novedades Sorolla recurrió a una fotografía que le había dedicado Pastora Imperio. En su libro, Montes Martín analiza esa fecunda relación entre la cámara y los pinceles que se dio en la producción sevillana del valenciano. "Aunque pintaba del natural, Sorolla se apoyaba a veces en la fotografía y a menudo se inspiraba en ella. Viajaba siempre con su cámara de instantáneas Kodak. Su suegro, Antonio García Peris, le había enseñado los secretos de la profesión y en su estudio se encargó de colorear y retocar fotografías en blanco y negro. En esos inicios profesionales en el taller de fotografía aprendió la percepción intimista del retratista y la preferencia por captar lo fugaz e instantáneo, que luego trasladó al lienzo, y además conoció a su futura esposa, Clotilde".

Con todo, es la fascinación que ejercieron en Sorolla los jardines del Alcázar de Sevilla lo que más atrajo la atención de este investigador. "Su serie sobre los jardines del Alcázar ha sido realmente el motor de la investigación que recojo en este libro. Sorolla siempre me fascinó por la sinceridad y belleza de sus lienzos pero tuve una epifanía al conocer el catálogo de la exposición Jardines de luz, que organizaron el Museo Sorolla y al Palacio de Carlos V en la Alhambra. Mi sueño, y espero que podamos cumplirlo algún día, es organizar una exposición en el Alcázar donde se reúnan los cuadros que pintó aquí. Ya me he dirigido a las instituciones responsables del Alcázar y me han mostrado su interés pero necesitamos encontrar un patrocinador porque, desgraciadamente, no queda en Sevilla ningún lienzo de esta serie. La primera vez que trabajó en el Alcázar fue para retratar a la reina Victoria Eugenia. Luego volvió muchas veces para pintar por placer los jardines o atender encargos de sus clientes estadounidenses. Esos lienzos hoy están dispersos por museos como el Getty de Los Ángeles".

En estas obras, Sorolla avanzó en su inclinación impresionista y plasmó su interés por el paisajismo, del que su propia casa sería el mayor exponente. Sorolla diseñó, plantó y pintó el jardín de su último hogar, que hoy es la sede del Museo Sorolla, inspirándose en la Alhambra y el Alcázar. Incluso compró en Triana azulejos para decorar algunos de los patios, como prueban las cartas y facturas analizadas por este investigador.

"Sorolla concebía la pintura como algo trascendente, incluso la de encargo. De Sevilla lo que más le gustaba eran estos jardines, y en cada carta que enviaba a su mujer -cuando venía a trabajar se alojaba en el Hotel París, que estaba en la Plaza de la Magdalena- procuraba incluir una flor del Alcázar".

En Sevilla también frecuentó a amistades muy queridas, como Andrés Parladé, conde de Aguiar, o los artistas José Jiménez Aranda, Gonzalo Bilbao, José García Ramos y el gaditano Felipe Abárzuza. Esa estrecha relación con la escena artística sevillana del XIX hace inevitable, según Montes Martín, rastrear la huella del valenciano en la obra más luminista e impresionista de la Escuela de Alcalá.

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