Sevilla, Borau y la suite 'Niágara'
Ocurría a finales de los 80. Con motivo de los preparativos de lo que luego sería la inolvidable Exposición Universal de 1992 en Sevilla, un osado y entonces joven productor logró reunir en esta ciudad y a su alrededor a algunos de los mejores talentos y profesionales del cine español. Bajo el inevitable contagio de su ilusión, Juan Lebrón congregó también un pequeño grupo de novatos que asistimos al comienzo de uno de los recorridos más fascinantes del audiovisual andaluz. Entre ellos tuvo la fortuna y el privilegio de encontrarse el que suscribe.
Antonio Betancort, José López Rodero, José Luis Alcaine, José Salcedo, Luis Berraquero, José F. Aguayo, Teddy Bautista... Son algunos de los nombres propios de una larga lista de excelentes profesionales que sería aburrido y prolijo completar. Hoy se rinde merecido homenaje en Sevilla a uno de los hombres que colaboraron en Juan Lebrón Producciones en aquellos lejanos e irrepetibles años: José Luis Borau. De todos los citados quizás sea de este aragonés socarrón y brillante del que guardo más nítida y emocionada memoria.
Con motivo del rodaje y la postproducción del documental Sevilla Siempre compartí con Borau algunos de los mejores momentos de aprendizaje de mis ventipoco años. La primera vez nos vimos en la magnífica casa de la Plaza de Alfaro, donde Juan tuvo vida y oficina durante cerca de 20 años. Recuerdo que fue José Luis Borau quien, en su vasto conocimiento del cine norteamericano, nos contó que aquel palacete había sido reproducido en Hollywood para la segunda versión de Sangre y Arena. En la última planta de aquella casa se alojaba el director aragonés cuando, tan frecuentemente, venía a Sevilla. De su humor, profundo y, como ya he dicho, socarrón, nació el nombre de aquella habitación: Suite Niágara. La cisterna del cuarto de baño contiguo derramaba un hilillo de agua que trastocaba el sueño al director de Furtivos. Y así se denominó, ya para siempre, aquel cuarto que desveló el descanso a muchos de los mejores talentos del cine español: Carlos Saura, Manuel Gutiérrez Aragón, Paco Rabal,...
Con José Luis Borau viajé a Londres y Nueva York. Fue en los legendarios estudios de Pinewood donde sonorizamos y mezclamos Sevilla Siempre. Allí estaban los impresionantes platós donde Ridley Scott acababa de rodar Alien y donde Sean Connery había protagonizado los mas acreditados títulos de James Bond. Para un joven andaluz apasionado por el cine estar allí junto a Borau rematando un soberbio documental sobre Sevilla fue, pueden suponerlo, una experiencia inolvidable. En ocasiones Juan Lebrón aún me recuerda las facturas que le pasé de los taxis londinenses, comparados con ellos cualquier taxi del mundo son hermanitas de la Caridad. Porque además José Luis Borau es uno de esos privilegiados y envidiables caballeros que no conduce y cuya relación con las máquinas y todo el resto de artefactos mecánicos es deliberadamente nula. Recuerdo ahora los descansos de los técnicos ingleses para tomar el té que irritaban sobremanera a Borau, porque rompían su ritmo creativo, y también que fue el aragonés el primero que me llevó a disfrutar de un restaurante japonés en aquel Londres punky y neorromantico de los 80. Para uno de Huelva, acostumbrado al pescaíto frito, aquello del pescado crudo fue una revelación.
Con Sevilla Siempre tuve un doble privilegio. Junto a Borau colaboró también en la producción de aquella pieza clásica Fernando Fernán Gómez. Recuerdo llevarle el texto del guión, que interpretaría con aquella prodigiosa y peculiar voz, a su casa en las afueras de Madrid y recibirme en bata y con inusitada generosidad invitarme a un trago, pese al carácter huraño que casi todo el mundo le atribuía. Eso sí, recuerdo que en la grabación del texto, bajo la dirección de José Luis, se le pidió que repitiera algún párrafo y se negó rotundo con aquel gesto airado pero entrañable que le caracterizaba. Genio, figura y leyenda.
De José Luis Borau recuerdo muchas cosas. Su oficina de El Imán Producciones en Madrid, su casa en la calle Triana, su afán minucioso de coleccionista de fotos, artículos, críticas y programas de mano sobre cine, supe de su labor como gran creativo publicitario en los años 60, de su pasión por la literatura, en fin de las múltiples y variadas inquietudes y conocimientos de un hombre de intensa vida y cultura. Algunos años después, tuve también ocasión de conocer otras de sus múltiples facetas. Fue director y profesor de un máster de guión cinemátográfico en la Universidad Autónoma de Madrid, al que asistí junto a 12 privilegiados alumnos. Recuerdo cómo desbrozaba los secretos de la construcción en los guiones de las películas de Billy Wilder o de Mankiewicz, cómo nos ilustraba sobre la secreta maquinaria de narrar en imágenes, y asombrados asistíamos como aprendices de relojero a aquellas inolvidables clases, contando generoso, ameno y con humor sus conocimientos. Mucho de lo mejor que sé como profesor se lo debo a aquellas tardes y a él.
Debo recordar aquí que fue en Sevilla donde escuché al maestro Borau decir, en un tono sin ningún complejo, que el único género que el cine español ha aportado a la historia del cine mundial ha sido el género folklórico andaluz. El gran aragonés que en La Sabina y Tata mía mira con cariño hacia nuestra tierra bien merece este homenaje que Sevilla le rinde en su Festival. Y gracias Juan por aquellos años.
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