Marco Socías | Crítica
Guitarra elegante y elocuente
CLÁSICOS OLVIDADOS DEL SIGLO XX (VI)
Estamos en noviembre de 1943, en Hanratty, un pueblo ficticio del interior de Canadá que se parece mucho al pueblo de Ontario donde Alice Munro pasó su infancia. Frances, la profesora de música del instituto, vive una historia de amor clandestino con el profesor de ciencias, Ted Makkavala, un hombre de origen finlandés, casado y padre de tres hijos. Todo el pueblo está al corriente de ese adulterio -salvo Greta, la mujer de Ted-, pero los amantes parecen ignorarlo, o más bien prefieren ignorar que todo el mundo lo sabe. Un día, mientras Frances y Ted están haciendo el amor en el cuartito de materiales del laboratorio, alguien llama a la puerta. Es la secretaria del instituto, que sabe perfectamente lo que está ocurriendo allí dentro. "Señor Makkavala, lo siento, su hijo se ha matado", anuncia la secretaria a bocajarro. En la gélida voz de la secretaria no sólo resuena la indiferencia burocrática, sino la condena moral que todo el pueblo ha dictado contra la pareja de adúlteros.
"Cuando escribo una historia, quiero que el lector sienta que está ocurriendo algo sorprendente. Pero no en la historia que cuento, sino en la forma en que suceden las cosas y en la forma en que reaccionan los personajes". Eso dijo Alice Munro en una entrevista: lo importante de sus relatos no es el qué, sino el cómo. Y eso es lo que ocurre en Accidente. El hijo de Ted, Bobby, muere a los doce años en un estúpido accidente de trineo, y a partir de ese momento, Frances y Ted tienen que enfrentarse a ese hecho terrible. En cierta forma, la muerte del niño es una especie de castigo por su historia de amor ilícito -eso es lo que anunciaba la voz de la secretaria-, de modo que lo más normal es que Ted, destrozado por el dolor y la culpa, decida terminar su relación de forma abrupta igual que ha terminado de forma abrupta la vida del pobre Bobby. Pero en Accidente ocurre justo lo contrario: lejos de ser una maldición para la pareja de adúlteros, la muerte del niño se convierte es una inesperada bendición que permitirá a la pareja vivir su amor libremente. Gracias a la muerte del niño, Ted Makkavala rompe con su familia, se enfrenta a la comunidad y decide casarse con Frances. Y así, los dos amantes se van a vivir muy lejos de Hanratty y rompen por completo con su pasado.
El hada de los deseos ha sido muy generosa con Frances. En vez de condenarla, la salva. En vez de dejarla encerrada en ese pueblo horrible, le permite vivir su historia de amor con el hombre que ama. Por supuesto, todo eso se debe a que un niño inocente ha muerto en un accidente estúpido. Y por supuesto, la vida nunca es sencilla. A raíz del accidente, Frances descubre una faceta de Ted que no conocía: el hombre que amaba ha resultado ser un personaje frío y cruel. Y ella misma, por su parte, ha demostrado ser una mujer egoísta que, ante la muerte del niño, sólo siente el temor de perder a su amante. Así que el accidente que ha permitido ser felices a Frances y Ted también ha sacado a flote lo peor que hay en ellos. Frances se casa con Ted, sí, pero se casa con un hombre muy distinto del que ella creía amar.
Un escritor mediocre habría terminado aquí su historia. Pero Alice Munro es cualquier cosa menos una escritora mediocre, así que hace un último juego de manos y de golpe hace avanzar la acción treinta años, hasta el momento en que Frances regresa a Hanratty, en 1973, ya con sesenta años. A primera vista, Frances se ha salido con la suya. Pero nada está claro. ¿Qué ha pasado con Frances en todo este tiempo? ¿Qué ha sido de ella desde que consiguió a Ted? ¿Y qué precio ha tenido que pagar por haber recuperado al hombre del que creía estar enamorada? ¿Y valió la pena que un niño muriera para que ellos dos pudieran ser felices, o al menos pudieran creer que podrían ser felices?
Alice Munro nunca nos aclarará las cosas. En sus relatos no hay moralinas ni subrayados ni conclusiones evidentes. Todo permanece en una zona de infinitos claroscuros por la que el lector deberá abrirse paso. Y lo que intuimos, cuando terminamos de leer el relato, son tres cosas. Una, que Frances sabe que se ha convertido en una persona tan egoísta y superficial como era su propia madre. Dos, que Frances sabe que ahora es una persona común y corriente que ya no tiene nada que ver con la mujer que desafió en su juventud todas las normas morales de su pequeña comunidad. Y tres, que Frances sabe desde hace mucho que su marido Ted ya no tiene nada que ver con el hombre con ideas propias que una vez la fascinó cuando era profesor de ciencias. Y por si fuera poco, Frances se cruza por la calle con el vecino del pueblo que provocó sin querer el accidente del niño y de pronto todo el sentimiento de culpa que llevaba dentro sale de nuevo a la superficie.
Pero Alice Munro coge la balanza de las emociones humanas y nos recuerda que esas emociones actúan de forma equilibrada, y al mismo tiempo que actúan las emociones negativas también pueden actuar las positivas. Así que Frances rememora todo lo que ha vivido, y constata que la tragedia que fundó su supuesta felicidad sólo ha servido para convertirla en una persona anodina, en una más de las personas convencionales que vivían en Hanratty. Pero ahora llegamos a la última frase del relato: "Frances tiene un camino que recorrer todavía". Sí, es verdad, la tragedia no sirvió para nada, pero aun así, Frances sigue teniendo el mismo deseo de salir adelante que tenía cuando era joven. Y la astuta señora Munro sonríe, y nos deja entrever que la vida es así, y que todos llegaremos algún día a la misma conclusión a la que llega Frances.
Alice Munro (Wingham, Canadá, 1931) se crió en una granja en el interior de Ontario. Se casó a los 20 años con un compañero de la universidad y tuvo dos hijas. Cuando empezó a escribir sus relatos, tenía que decirles a sus hijas que estaba escribiendo la lista de la compra para que la dejaran trabajar. En 1963 abrió una librería en Vancouver, Munro's Books. Igual que en el caso de Chéjov, Munro sólo escribe relatos. En 2013 ganó el Premio Nobel de Literatura. Accidente forma parte del volumen Las lunas de Júpiter (1982).
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