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"Este país pasó del Seiscientos al BMW, pero en el maletero no metió la cultura"

juan casamayor. editor de páginas de espuma

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), la cita más importante del sector editorial en español, le rendirá homenaje "por su militancia, empeño y especialización en torno al cuento"

Juan Casamayor (Madrid, 1968), es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza. / Lisbeth Salas
Charo Ramos

14 de septiembre 2017 - 08:14

Sevilla/La Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, que la semana pasada otorgó su premio en Lenguas Romances al escritor y periodista francés Emmanuel Carrère, anunció ayer que el editor español Juan Casamayor (Madrid, 1968) recibirá el 27 de noviembre el homenaje al Mérito Editorial "por su militancia, empeño y especialización en torno al cuento, un género que ha impulsado con tenacidad y paciencia" desde Páginas de Espuma, el sello que creó en 1999 junto con su esposa, la andaluza Encarnación Molina. El reconocimiento, instituido en 1993 para distinguir la visión y el oficio de esta figura esencial en el mundo de los libros, ha honrado, entre otros, a editores tan aclamados como Antoine Gallimard, Neus Espresate, Roberto Calasso o el recordado Jaume Vallcorba.

-Sucede en este palmarés a varias leyendas del mundo editorial que han moldeado nuestra forma de leer en español, incluidos Jorge Herralde (Anagrama) y Beatriz de Moura (Tusquets), sin los que no se entendería la escena literaria de las últimas décadas. ¿En qué modelos se reconoce especialmente?

-Por cercanía geográfica me identifico con el trabajo insumiso que hacían en los años 60 contra la dictadura de Franco Beatriz de Moura y Jorge Herralde, un espíritu que pienso que recogimos muchos de los sellos que aparecimos en los años 90, como fue el caso de Páginas de Espuma, en el sentido de ser editores pequeños, independientes e insumisos ante el fenómeno de la gran concentración editorial que en estos momentos protagonizan Planeta y Random House. Como filólogo que soy, admiro muchísimo a Vallcorba, fundador de Acantilado y Quaderns Crema, era textualmente un editor impecable. Y mantengo una amistad maravillosa pese a la distancia geográfica con el argentino Daniel Divinsky, me encanta la rebeldía de este abogado de formación que un día decidió publicar las historietas de un personajillo llamado Mafalda. Y por supuesto, de los galardonados antes que yo, me quedo quieto ante todos con mucho respeto comenzando por el fundador de Siglo XXI Editores y director del Fondo de Cultura Económica, el argentino Arnaldo Orfila Reynal, que es con quien debutó este premio.

-¿Qué supone que este reconocimiento le llegue precisamente de Latinoamérica, de donde proceden tantos de sus autores?

-Es una lotería porque conforme fue creciendo este proyecto se apegó y vinculó cada vez más a la otra orilla y desde hace 14 años acudimos a la FIL, que es la mejor feria del libro en español con diferencia. A nosotros, que nos alegra siempre una buena reseña de un libro porque es un reconocimiento indirecto a un editor, este premio nos sume en la perplejidad y la felicidad porque un jurado ha apuntado que merece la pena subrayar ese ideario que tienes de la cultura y del mundo del libro y el acompañamiento a cada autor, título a título. Así que queremos asumir el premio con buen paso y nuevos libros, intentando hacer lo que creo que hemos hecho para recibirlo: cometer más aciertos que errores.

-La historia de Páginas de Espuma coincide en el tiempo con la transformación radical del panorama editorial y el derrumbe del papel frente a la eclosión digital. ¿Cuál ha sido su estrategia para sobrevivir?

-A finales de los 90, cuando surgimos nosotros y otras editoriales que valoro muchísimo, como Minúscula y mi añorada Lengua de Trapo, ya se dieron los primeros signos fuertes de concentración del mercado editorial y comenzó a verse que el paradigma de la palabra impresa, de cuanto supone su transmisión y conocimiento, se derrumbaba. El paradigma ya no es válido y no funciona. Pero lo curioso es que lo nuevo tampoco: internet no es la panacea y el canal de negocio de distribución digital no ha venido a absorber lo que quizá ya no vendamos por los cambios del modelo de ocio y consumo de la sociedad. Obviamente en estos años nuestro trabajo ha cambiado por completo y estrategias como las ventanas abiertas a lo virtual y el uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales al servicio de los nuevos formatos de lectura son el pan nuestro de cada día. Pero la estrategia que nos ha permitido llegar hasta aquí tiene que ver con algo más profundo: con una filosofía editorial que implica asumir riesgos y encarar retos en el trabajo, algo que abarca desde lo personal a lo político, una militancia que te incita a perseverar, a fortalecer tu catálogo y darle coherencia, a trabajar activamente con los autores y los lectores pero que también conlleva ser interlocutores del sector y poder hablar a nuestros gobiernos del tesoro que supone el conocimiento, llamando incluso su atención sobre el modo en que estas disciplinas se están dejando de la mano. Este es el reto más complejo al que se enfrenta actualmente un editor: crear ese discurso. Y después, por supuesto, no hay que olvidar que nos especializamos en el cuento, un género que cuenta con un lector fiel que nos permitió salir adelante en 2012, el año en que pasamos el trago más duro de la crisis. Con ese ideario y esa especialización hemos ido sorteando los retos del camino porque ahora cuesta muchísimo trabajo vender un solo ejemplar.

-¿Se han sentido desprotegidos por las administraciones?

-Sí. Con seguridad absoluta. Pero no sólo Páginas de Espuma y el resto de editores, sino los profesionales de la danza, el teatro, la música… Es algo coyuntural aquí en España. Este país pasó del Seiscientos al BMW pero en el maletero no metió la cultura. No se aprecia hasta el fondo la cultura y lo que está tan ligado a ella, que es la educación. Si tuviéramos una educación con profesionales bien pagados y formados estaríamos en mejor disposición de transmitir cultura. Somos una editorial que busca mucho su camino y sus habas contadas y por ello no aspiro a que la salud del sello esté en manos de ayudas externas que un día van y otro vienen pero sí creo que debemos tener bibliotecas bien dotadas, con profesionales convenientemente remunerados. Tiene que haber programas de lectura reales. A menudo las bibliotecas nos llaman a las editoriales pidiéndonos libros gratis para sus fondos porque no tienen presupuesto para novedades y siempre me hago la misma reflexión: a quien ha puesto las luces o ha vendido las mesas de la biblioteca sí se les ha pagado. A veces nuestros autores van a presentar un libro a una biblioteca y se encuentran con fotocopias de la obra. Es fundamental que haya dotaciones para que los centros que no tienen poder adquisitivo compren libros y para que nuestra maltrecha red de bibliotecas vuelva a tener un protagonismo del que ahora carece. Necesitamos políticas fiscales que apoyen al sector, como ha hecho Francia, donde hay incentivos y desgravaciones para las librerías que abren sus puertas en barrios donde no las había y organizan actividades. La compra de fondos para las bibliotecas se paró por completo con la crisis pero cuando ves la diferencia entre las cifras que se destinan a cultura y las que se emplean en otras cosas alucinas. ¿Cómo es posible que para apoyar el sector editorial de todas las lenguas que conviven en España el Gobierno destine sólo 800.000 o 900.000 euros? ¿Cómo piensan que así se puede dar un empujón al sector del libro, fomentar las bibliotecas y apoyar proyectos como las librerías independientes, difíciles de llevar a cabo? No es de extrañar que haya habido un descenso de lectores en las bibliotecas al caer en picado sus novedades porque allí no se va sólo a buscar libros de Pérez Galdós: la gente quiere leer la última novela de Javier Marías, Almudena Grandes o Fernando Aramburu.

-Cuando le llamó la organización de la FIL para comunicarle este premio, ¿qué cita, comentario o imagen que le sirviera de estimulo en estas dos décadas recordó?

-Me acordé inmediatamente de lo que me dijo Andrés Neuman cuando nos conocimos en un acto, que pensó: "Este tipo va a fracasar y yo quiero fracasar con él". Se refería Neuman, que lleva muchísimo tiempo con nosotros, a que advirtió que ese editor que acababan de presentarle tenía un sueño y quería compartirlo y formar parte de él. También pensé en Clara Obligado, a la que la dictadura y las presiones políticas acabaron trayendo hasta España. Neuman y ella, los dos argentinos de origen, me han aportado mucho no sólo en lo literario sino en lo personal, me han ayudado a entender mi trabajo, el compromiso con América y a comprenderme a mí. Y más allá, evoqué la presentación de nuestra antología Pequeñas resistencias, que fue uno de los puntos de arranque del sello. En ese acto logramos reunir a muchos de los autores que hoy son parte de esta casa, como Eloy Tizón, Guillermo Busutil, Care Santos, por supuesto el antólogo Neuman y José María Merino, que firmó el prólogo. Y también me acordé de Paul Viejo, que es otro soñador que comenzó a trabajar con nosotros hace 20 años y sin el que nunca hubiéramos sacado adelante los cuatro tomos de los Cuentos completos de Chéjov.

-Su compromiso con la narrativa breve de las dos orillas de América Latina ha convivido siempre con el interés por los clásicos.

-Los clásicos le dan solidez y proyección al catálogo pero, cuando tienes en el equipo a Paul Viejo y el dinero necesario para lanzar un tomo al año, no es difícil acertar porque el resto lo pone Chéjov. Lo difícil es llegar a los medios cuando apuestas por un autor desconocido de Segovia. Por eso, como editor me siento más identificado con el proyecto de los autores contemporáneos que, aquí y ahora, escriben cuentos en nuestro idioma, tengan más o menos trayectoria. Y luego está muy bien publicar a Poe, Maupassant, Chéjov... De hecho, en breve publicaremos los Cuentos completos de Henry James, pero esa la parte del trabajo editorial que menos riesgos acarrea.

-¿Cuál fue el primer autor de cuentos en su catálogo?

-El escritor mexicano Guillermo Samperio, que se nos fue en diciembre de 2016. En España entonces no lo conocía nadie pero en Latinoamérica era un clásico.

-¿Y cuál es su best seller?

-El Ajuar funerario del autor peruano afincado en Sevilla Fernando Iwasaki, que va por los 60.000 ejemplares. El libro suma ya nueve ediciones, tiene licitaciones de gobiernos latinoamericanos y entró en el plan lector peruano. Son nuestras mejores cifras.

-¿A qué escritor le gustaría reivindicar al hilo de este premio?

-A muchos pero uno de ellos es el almeriense Miguel Ángel Muñoz. Me gustaría hacer más visible su libro Entre malvados, que es una joya que por desgracia disecciona muy bien lo que nos está pasando.

-¿A qué autor en otras escuderías le gustaría haber fichado?

-De este lado al barcelonés Carlos Castán, que junto con Hipólito G. Navarro y Eloy Tizón es un autor ineludible. Y del otro me gusta muchísimo Eduardo Halfon pero está en muy buen sitio, con Luis Solano en Libros del Asteroide.

-La prensa cultural internacional no deja de hacerse eco del auge de las cuentistas latinoamericanas, muchas de las cuales debutaron en Páginas de Espuma. ¿Está justificado el revuelo?

-Sí porque la realidad que ahora se visibiliza llevaba varios años en cocción. Nosotros hemos publicado los primeros libros de Isabel Mellado (Chile), Inés Mendoza (Venezuela), Paola Tinoco (México), Valeria Correa (Argentina/España), Mariana Torres (Argentina/Brasil/España), entre otras. Si a ello le sumas los casos de escritoras con trayectoria más extensa que están haciendo libros extraordinarios, como Guadalupe Nettel o Samanta Schweblin, constatas que vivimos un excelente tiempo creativo del cuento en manos de escritoras latinoamericanas que viven en un reino similar. Y por supuesto hay lazos entre ellas y las que están en este lado, como Pilar Adón o Patricia Esteban Erlés; me refiero a cierta distorsión de lo fantástico en lo cotidiano, aunque unas sean más abiertamente fantásticas y otras menos.

-Con la generación anterior a ellas, Páginas de Espuma desarrolló un vínculo especial, sobre todo con Clara Obligado y Ana María Shua.

-Es curioso pero el exilio tiene mucho que ver con nuestro catálogo y Clara Obligado, argentina exiliada en España desde 1976, es un nombre clave para nosotros. Y Ana María Shua, la reina del microrrelato, es como mi segunda madre, me ha cuidado en Buenos Aires cuando he enfermado y me enorgullece su amistad tanto como la de su marido Silvio Fabrykant, que es un fotógrafo argentino mayúsculo, de los mejores del continente americano. Con muchos escritores llegas a formar una piña y eso nos ocurre también, por ejemplo, con Samanta Schweblin, que pese a que tenía otras ofertas va a publicar con nosotros su nuevo libro de cuentos.

-Y por último, ¿a qué gran clásico del cuento le hubiera gustado editar el primer libro?

-A Julio Cortázar y sé que es obvio pero es que soy devoto de él incluso en esos malos momentos que se suelen poner en cuestión. Ingresé en un hospital por una salmonelosis brutal y leí allí todos los cuentos y supe que era un autor vertebral para mí. Y creo que es algo que se nota en el catálogo, incluso en los autores más jóvenes, como el jerezano Carlos Frontera, al que le viene lo cortazariano también por el lado de Hipólito G. Navarro.

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