Sana locura, inocente desenfreno

Crítica Zarzuela

Un instante de la representación de 'Los sobrinos del Capitán Grant' en el Teatro de la Maestranza.
Andrés Moreno Mengíbar

15 de enero 2010 - 05:00

Los sobrinos del Capitán Grant. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro del Teatro de la Maestranza. Producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid. Dirección musical: Miguel Roa. Dirección de escena: Paco Mir. Director del coro: Julio Gergely. Escenografía: Jon Berrondo. Intérpretes: Millán Salcedo, Ana Santamaría, Inma Ochoa, Maribel Lara, Antonio Torres, Milagros Martín, Xavi Mira, Fernando Conde. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves 14 de enero. Aforo: Lleno.

A veces el azar se convierte en instrumento de la justicia poética y compensa con la cadencia de las fechas el triste curso de los días. Se acaba de anunciar el incomprensible e intolerable (a la vista de cómo se dilapida el dinero concejil) recorte municipal de sus aportaciones al Teatro de la Maestranza y a la Orquesta Sinfónica, sin que ninguno de los responsables de tal desatino ose asomarse por el teatro, cuando éste nos trae el regalo de uno de los espectáculos musicales más divertidos y de mayor calidad global que se recuerda. Ahí queda el nivel de la oferta de un teatro en absoluto elitista, como los demagogos de la izquierda decimonónica pontifican, abierto a sus ciudadanos, que rentabiliza socialmente su presupuesto con espectáculos como esta genial zarzuela que sembró de risas y aplausos sus gradas durante más de tres horas inolvidables.

Una vez más, ha venido una producción del Teatro de la Zarzuela a sacarle los colores a muchas y muy publicitadas producciones operísticas que no le llegan a la suela del zapato en cuestiones teatrales. A la reciente La Favorite me remonto para que el lector establezca la distancia entre lo plúmbeo e incomprensible y la pura teatralidad y la diversión más fresca. De la mano de Francisco Mir, la disparatada historia de Los sobrinos del Capitán Grant se convierte en una sucesion de gags, de felices hallazgos, de guiños y humor del más fino. La verdad es que la obra original no sólo lo permite, sino que lo pide a gritos. Nacida en el momento culminante del furor por el género bufo por aquel genio del tetro musical que fue Francisco Arderíus, esta zarzuela y las que nacieron a la sombra de Los Bufos Madrileños (que en Sevilla tuvieron entre 1870 y 1880 una especie de sucursal con Los Bufos Sevillanos) hicieron de la autoparodia y del desenfreno de la fantasía su razón de ser. No se espere de ella una música de altos vuelos ni una escritura vocal complicada, porque fue escrita para actores-cantantes a los que se requería más en lo declamatorio que en lo canoro. No quiero decir que la música no sea buena. Al contrario, Fernández Caballero demuestra poseer chispa, gracia y elegancia en su muestrario de aires de salón como el vals, la mazurca, la polca o de los ritmos antillanos que trajo a España tras su estancia en Cuba. Miguel Roa, además, sabe dotar a esta música ligera de brillo y chisporroteo rítmico y tímbrico, dotándola con su batuta de mayor dignidad aún.

Dieciséis cuadros y otros tantos cambios de escenario, a cada cual más atractivo, culminando con una fantástica escena en el fondo del mar que es una sucesión de hallazgos de color y de personajes. El vestuario es de gran variedad y riqueza cromática y la iluminación muy sugerente. El Coro, que lleva el auténtico peso musical, estuvo a gran altura vocal y actoral, con momentos de gran calidad como en las habaneras. Cantó con empaque y contundencia Antonio Torres, mientras que Maribel Lara y Milagros Martín hicieron simplemente lo que pudieron dada la escasa entidad de sus voces. Quienes estuvieron geniales fueron los actores, empezando por unos inspiradísimos Millán Salcedo y Fernando Conde y siguiendo con los divertidos Heredia, Tre y García.

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