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‘San Vito’ lleva al Lope de Vega su movimiento contagioso

Artes escénicas

El bailarín y coreógrafo Juan Luis Matilla protagoniza el primer montaje de Teatro Anatómico, que explora la rebelión de los cuerpos a través de la danza

El equipo de 'San Vito'. / Ana Cayuela

Según la leyenda que ha trascendido de su martirio, San Vito bailó en el caldero de aceite hirviendo en el que fue inmolado, y desde entonces su figura quedó ligada a las coreomanías, fenómenos asombrosos en los que hombres y mujeres se entregaban a la danza desenfrenada, escenas inexplicables que podían entenderse tanto como arrebatos místicos o, por el contrario, celebraciones de la carnalidad más pecaminosa. ¿Se debían a una intoxicación colectiva, una convulsión neurológica, un culto religioso o a una suerte de paroxismo contagioso? Según la imaginación popular, en ocasiones ese movimiento desmedido lo generaba la picadura de una araña, una taranta, y en esa creencia se generarían los compases de la tarantela.

San Vito, el primer espectáculo de Teatro Anatómico, la compañía creada por la directora escénica, dramaturga y profesora Ana Sánchez Acevedo y el músico Pedro Rojas Ogáyar, se estrena este viernes en el Lope de Vega y toma como inspiración esas enigmáticas epidemias de baile que se propagaron por Europa entre los siglos XIV y XVII. Sánchez Acevedo y Rojas Ogáyar, que ya habían colaborado en Chillar todo el día, una ópera experimental de Proyecto Ocnos, se alían en esta propuesta con Juan Luis Matilla, uno de los bailarines más destacados de la ciudad, para hablar del cuerpo, de "su carácter a la vez individual y social, su potencia y su precariedad, sus necesidades, sus deseos y desórdenes; su disciplinamiento y su resistencia a ser disciplinado".

Fue Rojas Ogáyar, un guitarrista habituado a desafiarse y a interactuar con otras disciplinas más allá de la música, el que oyó un día en un programa de radio la asombrosa historia de las epidemias de baile. "Estaba compartiendo local de ensayo con Juan Luis y buscábamos un tema para trabajar", recuerda el compositor e intérprete, que se topó con que Sánchez Acevedo ya había investigado las coreomanías. "Esa premisa", añade la dramaturga y directora, "nos permitía explorar esos supuestos fenómenos históricos, y cómo los discursos construidos alrededor de ellos reflejaban la relación que cada tiempo había tenido con el cuerpo... Las epidemias de danza se leen como cuerpos desordenados que bailan, que hacen algo que no es productivo y parece peligroso, se vinculan a cuestiones morales dudosas...", analiza la profesora en una reflexión que llega hasta el presente y a la "lucha" por "reapropiarnos de nuestro cuerpo", confundido por el neoliberalismo con una mercancía, una idea que reivindica Silvia Federici.

En muchas de esas coreomanías, señala Rojas Ogáyar, los músicos acompañaban a los danzantes para aplacar a esa multitud extasiada, "para controlar esos cuerpos a través de la melodía. En este espectáculo, sin embargo, se ha dado algo muy estimulante. Nadie ha querido imponerse, ha sido un diálogo generoso, marcado por la curiosidad ante lo que nos ofrecíamos", asegura el codirector de Proyecto Ocnos. "Suele pasar en la danza que la música se plantee para coreografías ya hechas, o al contrario, que el movimiento se ajuste a una partitura. Yo mismo dudaba de la relación entre la música y las artes escénicas", confiesa Rojas Ogáyar, que había investigado anteriormente "cómo romper las jerarquías, en este sentido", con la bailarina María Cabeza de Vaca. "Aquí me propuse no aportar ninguna idea sin haber visto los planteamientos de Ana, y cómo reaccionaba el cuerpo de Juanlu. Íbamos de la mano, con pequeñas píldoras, construyendo desde ahí".

Matilla reconoce que se "asustó" por las fuerzas que le requería un material como el que abordaban. "Yo ya tengo una edad para tanta energía, para esta cosa frenética de las epidemias de baile", bromea el intérprete, "pero hemos tenido un largo proceso, más de un año de preparación, un tiempo en el que todo ha sedimentado, y eso me ha permitido llegar al estreno entrenado, no cansado. Trabajar con ellos, con Pedro tocando, pensando con Ana, me ha trazado un camino cristalino".

Para San Vito, el equipo se ha rodeado de colaboradores fieles que "han ayudado a que todo lo que habíamos leído encontrara un plano estético y no se quedara en lo intelectual". Sánchez Acevedo le pidió a la coreógrafa malagueña Luz Arcas "una mirada externa"; Rojas Ogáyar se apoya en Borja Díaz y Javi Mora, los componentes con los que forma De la Mugre, para un viaje sonoro que tiene "logica rockera" y donde se oyen ecos de la tarantela y de "esa música que se oía en los maratones de baile de EE UU tipo Danzad, danzad, malditos". Así, San Vito vuelve dispuesto al baile y a una liturgia donde lo carnal y lo místico, la reflexión y el gozo, se entrelazan.

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