Andalucía y su máscara: la tetralogía social de Távora
Muere Salvador Távora
En la fundamental primera etapa de su trayectoria, el autor sevillano encontró un amplio respaldo fuera de nuestras fronteras, especialmente en Francia
Salvador Távora Triano (1934-2019), sevillano del Cerro del Águila, siempre se mantuvo fiel a su barrio. Su teatro permanece hoy abierto en Hytasa, empresa en la empezó a trabajar a los 14 años, con la representación de su particular versión de Carmen (1996).
Muy cerca, bajo el puente del Matadero, vivía el Bizco Amate, del que Távora aprendió los primeros fandangos. Quizá porque no tenía nada que perder, el Bizco cantaba fandangos sociales en una época, la posguerra española, en la que el flamenco, como todo el país, era sometido, entre otras cosas, a un fuerte proceso de despolitización, enmascarando la parte más cruda del género.
Pero siempre están los márgenes y los insatisfechos. En un primer momento Távora buscó sus márgenes, su verdad sobre Andalucía, allende nuestras fronteras. Antes debutó en la Maestranza como novillero pero abandonó los toros en 1960 para formar el dúo cantaor Los Tarantos junto a Paco Taranto y en 1971 entra en el Teatro Estudio Lebrijano de Juan Bernabé como cantaor. Aquí se empapa de los secretos de la escena y conoce las primeras mieles del éxito más allá de nuestras fronteras, en el Festival Mundial de Teatro de Nancy en 1971 con el que iniciaría un largo idilio. Ese mismo año funda su mítica formación, La Cuadra, a la que estuvo ligado su trabajo hasta ayer mismo. La retumbante presentación del grupo fue Quejío. Estudio dramático sobre cante y bailes de Andalucía que hemos podido ver en su última reposición en la pasada Bienal de Sevilla.
La obra se presentó en Madrid en 1972 pero su éxito se basa en los triunfos que cosechó en el Teatro de las Naciones de París y en el mencionado Festival de Nancy. Una obra que marcó una época y que influyó en otros profesionales de lo jondo como Mario Maya. Con ella el teatro flamenco volvió a la realidad social del momento ya que el género hubo de sobrevivir en la posguerra en el exilio, primero, y en lirismo de las compañías de Pilar López y Antonio Ruiz Soler más tarde.
Hay que subrayar la influencia de Oratorio (1971) del Teatro Estudio Lebrijano en Quejío. Incluso comparten dramaturgo, Alfonso Jiménez Romero. Quejío entronca con la realidad social del momento, es la respuesta desde la escena jonda a la necesidad de protesta y los deseos de libertad que había en la Andalucía del último franquismo. Por eso el número estrella del montaje fue la seguiriya que interpretó el bailaor Juan Romero cargada de rabia, de rebelión, de ira acumulada durante treinta y tantos años y que pasó a la historia del flamenco desde el primer momento.
Asimismo, el montaje, como ocurriría después en las obras de Mario Maya o Antonio Gades, utiliza la ropa de la calle en su vestuario, lo que supuso otra gran aportación para el teatro flamenco de entonces. A este siguieron otros montajes que hablaban de la realidad andaluza contemporánea: Los palos (1975), de inspiración lorquiana, Herramientas (1977), sobre el maquinismo y la explotación laboral. Las dos obras se estrenaron en el Festival Mundial de Teatro de Nancy.
Su romance con el público francófono siguió con Andalucía amarga (1979) una obra producida por el Kaaitheater de Bruselas y estrenada en la Capelle des Brigittines de la capital belga en la que intervinieron andaluces residentes en Bélgica y que obtuvo el premio al mejor espectáculo de la muestra.
El tema de la emigración, clave para entender la realidad andaluza del momento, completa la tetralogía social-andaluza de Távora. A partir de este momento Távora estrena en su tierra con asiduidad y normalidad siendo la Bienal de Sevilla el vehículo preferido para este fin.
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