Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Arte
'Noches y días'. Salomé del Campo. En el CAAC hasta el próximo 29 de agosto
La gran cantidad de imágenes que circulan en nuestra vida cotidiana lleva consigo un intenso debate acerca de la eficacia de estas. Por las pantallas que nos habitan fluyen imágenes sin cesar, somos voraces productores y consumidores. A la vez y debido a la proliferación de dispositivos tecnológicos que organizan nuestro día a día, ello hace que nos preguntemos acerca de cómo enfrentarnos a esta visualidad grandilocuente y excesiva. Pero quizá la discusión, más que en el exceso de imágenes, deba centrarse en un cuestionamiento de los sistemas dominantes de información, que seleccionan y extraen de las imágenes toda singularidad y nos las devuelven repetidas y homogeneizadas.
La exposición Noches y días de la artista Salomé del Campo (Sevilla, 1964) problematiza estos temas a través de la construcción de imágenes que emanan de aquellas que circulan por algunos canales de distribución, configuran nuestros imaginarios y a su vez provienen de la historia del arte, del cine o los medios de comunicación. La muestra, comisariada por Juan Antonio Álvarez Reyes y Yolanda Torrubia Fernández, se divide en series de pinturas que la artista ha estado realizando desde los años 90.
La manera en la que Del Campo construye las obras incide en la idea de que las imágenes importan, que son dispositivos que crean cierto sentido de realidad. En esta línea, encontramos tres óleos que reciben el mismo título: Jóvenes en la cancha (dos de ellas de 2011 y una de 2021) y que nos muestran la escena nocturna de unos niños en distintas actitudes en una pista de tenis. Son jóvenes sin rasgos definidos, aparentemente ensimismados en un ambiente enigmático y ambiguo. A partir de fotografías que después pasa al lienzo, la artista obtiene como resultado unas obras que parecen fotogramas de una película, los mismos niños se distribuyen por el mismo espacio: es la misma escena, pero con tres puntos de vista diferentes. La elección de fragmentar una escena cotidiana y multiplicar sus puntos de vista es una forma de desafiar, desde la práctica de la pintura, la normatividad de ver desde un único lugar y de cambiar la forma tradicional de la perspectiva unívoca de la cámara.
Un óleo de gran formato: La ronda de noche (2008), titulado como la célebre obra de Rembrandt, recoge lo que podría ser un acontecimiento al uso: unos policías inspeccionan lo que parece ser un accidente de coche. Uno de ellos alumbra la escena con una linterna y, mientras, los otros en primer plano parecen comentar lo que están viviendo. Todos ellos, de nuevo, anónimos, sin rasgos definidos. Los diez interesantes lienzos que acompañan a esta obra son de menor formato y todos poseen un fondo neutro sobre los que se superponen figuras en diferentes actitudes. Los títulos describen algunas de las acciones que aparecen representadas: Jóvenes con balón (2008), Mujer tapándose (2008), etcétera... Lo que llama la atención de estas composiciones es que, a pesar de su aparente simplicidad, nos inquietan. Las figuras aparecen ocultando sus rostros, están representadas de espaldas o con cabeza gacha, no quieren ser reconocidas: todo un cuestionamiento de aquellas representaciones que tienen que ver con el poder. La manera en la que la artista las ha construido pone de manifiesto el valor operatorio que tienen las imágenes. Nos generan malestar.
Encontramos otras composiciones en la muestra, como por ejemplo las piezas del proceso de un mural La nave, en donde la artista parece plantearse los límites del cuadro con un juego de artificio que pone a prueba el ilusionismo del plano (el cuadro dentro del cuadro) pintado. También los monocromos de gran tamaño, como los dos óleos de principio de los años 90 y titulados de la misma manera Mar rojo, en los que la artista investiga sobre el uso de un solo color y nos evoca Sciascia, o la grisalla y las dos piezas de la serie Demoliciones en blanco y negro. La serie El bosque I, II y III (1993) fue realizada para la exposición 100%, una muestra comisariada por Mar Villaespesa y Luisa López para el anterior Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla, destaca en las salas de la exposición. Con esta serie la artista vuelve a cuestionar las imágenes que nos habitan a través de la figura simbólica del bosque, muy presente en los cuentos populares e importante referente en relación con la feminidad.
Sería interesante para el CAAC abordar algunas de las cuestiones del trabajo de Salomé del Campo y de otros artistas no sólo a través de exposiciones temporales, sino también mediante otro tipo de actividades. Sigue llamando la atención que el centro carezca de programas públicos que tengan en cuenta otras formas de transmisión de conocimiento más allá del dispositivo exposición y que no genere redes con profesionales que se sitúan desde otras prácticas.
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