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'Safo' y el deseo libre de culpa

Festival de Mérida

Christina Rosenvinge protagoniza hasta el domingo en el Festival de Mérida un espectáculo sobre la poeta griega y la belleza de lo que se ama

Christina Rosenvinge, en un momento de la función. / Jero Morales

"Que se me perdone", apuntó el Premio Nobel Odiseas Elitis, "si hablo de Safo como de una contemporánea mía. En la poesía, como en los sueños, no envejece nadie", dijo el escritor griego sobre su paisana. La cita abre Poemas y testimonios, la hermosa aproximación a la autora de Lesbos que coordinó Aurora LuqueAurora Luque en un precioso volumen publicado por Acantilado, pero parece haber inspirado también a las creadoras de Safo, la producción que estrenó el Festival de Teatro Clásico de Mérida este miércoles, una suerte de ceremonia laica que se divide entre el poema escénico, el concierto y la coreografía -la gozosa libertad que respira el montaje rehúye las etiquetas- y que reivindica el discurso que defendió en sus versos su protagonista, que cantó a la pasión como un ancla, o un árbol, que echa raíces en la vida. "A partir de Safo", se cuenta en la obra, "el amor es deseo". Un deseo desligado de la culpa y del desgarro trágico, más amigo del placer y del juego, campos vedados a la mujer durante siglos por el peso de las convenciones. El equipo liderado por la directora Marta Pazos, la dramaturga María Folguera y la cantante, actriz y compositora Christina Rosenvinge otorgan carne, una carnalidad temblorosa y anhelante, y rescatan así del limbo a una figura que se convirtió en leyenda y pasó a la posteridad envuelta en la bruma.

Safo resulta moderna hasta en la forma en que nos ha llegado: fragmentada, inconclusa. De los más de diez mil versos que escribió apenas han perdurado poemas enteros, líneas sueltas, inicios de los que no se conoce el desenlace. La autora, también en el relato de su vida que ha trascendido, es un mosaico al que le faltan teselas, pero a las responsables del espectáculo se les antojan rabiosamente contemporáneas esas piezas que no encajan. "En el futuro amamos lo que está roto", le dirán en algún pasaje de la obra. Y es verdad: aquí se ama lo imperfecto y lo humano. Folguera está acostumbrada a escribir sobre mujeres enigmáticas -Santa Teresa de Jesús, Elena Fortún- y en la poeta de Mitilene encuentra otro filón. No hay certezas de que conociera el exilio, como se cuenta de ella, ni de que el papa Gregorio VII ordenara quemar sus libros, y Ovidio la describe, a ella, símbolo del afecto entre mujeres, suicidándose tras el abandono de un hombre. Todo es confuso alrededor de Safo, no existen las versiones oficiales, por eso la compañía recurre a otra verdad: la verdad del arte. O de las artes: de la poesía, de la música, del baile. La palabra de Safo y de Folguera; las estupendas canciones que ha compuesto Rosenvinge. De la coreografía se encarga la andaluza María Cabeza de Vaca, que consigue una poderosa expresividad en las siete intérpretes que completan el elenco, la sevillana Lucía Bocanegra entre ellas.

Las actrices ante el decorado del espectáculo. / Jero Morales

Safo, el espectáculo que se puede ver en el Teatro Romano de Mérida hasta este domingo, es de esta manera una celebración de lo sublime, pero también de lo terrenal, de lo mundano, que paradójicamente tal vez sea la forma más exacta de hablar con los dioses. "Hago una súplica. Que se hagan ahora la fiesta y su alegría", escribió la poeta, y ese carácter lúdico y vitalista impregna la obra. Hasta la extrañeza del deseo, en una escena en que se refleja con toda su violencia, la prueba del talento de Marta Pazos para cautivar a los espectadores, tiene aquí un parentesco, el mismo componente de aventura y de abismo, con una rave salvaje. Y lo que se festeja, claro está, son los asuntos del corazón. Los hombres prefieren la épica, pero Safo, que canta en las bodas, escoge otro camino en su jardín de Lesbos. Es ahí donde radica la belleza: "Dicen unos que una tropa de jinetes, otros la infantería y otros que una escuadra de navíos, sobre la tierra oscura es lo más bello; mas yo digo que es lo que una ama".

La producción reflexiona también sobre el papel que el teatro clásico ha destinado a las mujeres, condenadas en las tragedias a roles de seres cegados por la locura, capaces en su enajenación de asesinar a sus hijos; que en las comedias cargan con personajes insidiosos, quebraderos de cabeza de los hombres y objetos de burla. Observar a la heroína a la que encarna Christina Rosenvinge -una artista en su plenitud: qué emocionante es verla embarcada en este proyecto-, esa mujer serena y lúcida que ha elegido el amor y la vida, brinda una reparación que tal vez las piedras de Mérida llevaban esperando mucho tiempo. Marta Pazos, autora también de la escenografía, que reproduce el Teatro Romano envuelto como si se tratara de un regalo, explicó que "Safo, como el Teatro Romano, es otro monumento, pero ha estado oculto, ha pasado desapercibido, para la gente. Queríamos reflejar y denunciar eso". Entre los versos sueltos que se conservan de la autora, hay uno que dice: "Te aseguro que alguien se acordará de nosotras". Ese momento ha llegado.

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