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Sabina, su amigo y el "público prestado"

Feria del libro Acto multitudinario en la carpa de la Plaza Nueva

El cantautor y el escritor Benjamín Prado leen fragmentos de sus libros 'A vuelta de correo' y 'Marea humana' en un recital poético con aire de 'acontecimiento pop' y repleto de bromas y carcajadas

Prado y Sabina, ayer, durante la lectura de sus poemas en la carpa de la Plaza Nueva.
Francisco Camero / Sevilla

04 de mayo 2008 - 05:00

Entre copas de whisky y efusiones de amistad de charla de bar -dadivosa tasación de sus respectivos miembros viriles incluida-, Joaquín Sabina y Benjamín Prado protagonizaron ayer un multitudinario acto en la Feria del Libro. Completamente abarrotada, incluso en los pasillos, la carpa de la Plaza Nueva fue el escenario de una lectura poética que por momentos adoptó el cariz festivo de un concierto del cantautor y que acabó con una ovación de los asistentes, puestos en pie. Prado, que sin dejar de estar cómodo parecía abrumado por la capacidad de convocatoria de su "hermano", broméo varias veces sobre el asunto: "¿Ves, Joaquín, qué público te traigo".

Los dos promocionaban Marea humana, un poemario del novelista, y A vuelta de correo, una recopilación epistolar del músico ubetense que "el tiempo ha ido llenando de hermosos muertos"; los dos editados por Chus Visor, "de cuerpo presente" en la primera fila. "A Benjamín y a mí nos parece un milagro que se llenen los sitios para escuchar versos. Aunque entiendo que la gente prefiera que no cante", bromeó Sabina. "Miente como un bellaco. En sus canciones hay litros de poesía", le consoló Prado.

El madrileño, autor de Mala gente que camina, su última novela, abrió la tanda con un poema escrito "de madrugada" por ambos, un conjunto de versos con el inconfundible aire de las serenatas melancólicas de Sabina y en el que ambos, "los gatos más canallas de los portales", anhelan "que se coman a besos las colegialas a los artistas". Y luego uno y otro se alternaron en las lecturas, rematadas siempre con aplausos, gritos, a veces cánticos, por parte de los asistentes, muchos de ellos con camisetas de Sabina.

Éste, que decidió empezar a publicar sonetos, "un corsé estricto", porque andaba ya "harto" de su "caricatura de borracho que anda por las esquinas", admitió que es consciente de que goza de "un público prestado" por su fama como cantautor. Se conforma, dice, con que alguien se anime a descubrir a Quevedo después de leer algún libro de poesía suyo, pues los clásicos, vino a decir, pueden perfectamente ser tan verdes y golfos como él.

A Benjamín Prado, que asume que contemplar las gradas llenas de un campo de fútbol son emociones vedadas a los "humildes poetas", le encantaría que sus poemas tuvieran "un poquito de canción". Más tarde, Sabina haría lo posible por ayudar a su amigo a sentir la electricidad de estar en un escenario: el público, a instancias del cantautor, se lanzó a batir palmas acompasadas -"por bulerías", apuntó, mientras se tronchaba de risa- y sobre esa base rítmica el novelista madrileño recitó un poema. ¿El resultado? Tan satisfactorio que desde el auditorio hubo quien se lanzó inmediatamente a pedir un bis.

Con sus poemas elegidos, Sabina escribió una suerte de autobiografía urgente. Definió sus canciones como "mapamundis del deseo". Recordó sus amores de la adolescencia, trágicos y ridículos, y su total carencia de valor para "triunfar en el toreo, atracar un banco o suicidarse", las tres únicas maneras que concebía entonces de llamar la atención de las mujeres. Recordó -al glosar la relación de Prado con Rafael Alberti- la "nefasta boda" del poeta gaditano con María Asunción Mateo; "nefasta", insistió, antes de invitar con retranca a pedir el libro de reclamaciones si en el público había alguien a quien la viuda de Alberti no le disgustase. Y, como también hizo su compañero, recitó algunos de sus temas, entre ellos La canción más hermosa del mundo y Contigo.

Prado, por su parte, leyó algunos inéditos, como el poema con el que intentó animar a Sabina tras su "marichalazo", y varios fragmentos de Marea humana; versos sobre la "esperanza que hubo en banderas rojas", sobre "un mundo en el que cada vez hay menos fronteras y más muros" y sobre la propia naturaleza de la indagación poética: "Cada poema trata/ de lo que no ha logrado el poema anterior./ Dime tú si al final tendré que arrepentirme".

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