La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
En uno de los sugerentes espacios de la Barcelona gótica del siglo XVI, la antigua iglesia del Convent dels Àngels integrada ahora en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, Carlos Ruiz Zafón presentó ayer la tercera entrega de su saga del Cementerio de los Libros Olvidados. El prisionero del cielo, así se titula la nueva obra del escritor nacido en la capital catalana en 1964, viene a ser una secuela de La sombra del viento, la novela con la que empezó a convertirse -como fue definido durante el acto- en la "estrella literaria" que desde hace tiempo es, y a la que sucedió hace tres años El juego del ángel.
Con citas de Cervantes, proyecciones y música de vocación misteriosa y romántica compuesta por el propio novelista comenzó un acto que se desarrolló ante una escenografía inspirada en los grabados de las cárceles de Piranesi. Un ambiente del agrado del autor, que pareció no inmutarse ante la multitudinaria presencia de libreros y de decenas y decenas de periodistas, muchos de ellos procedentes de Estados Unidos, México, Canadá, Italia, Portugal o Argentina, sólo algunos de los más de 50 países donde se editan sus libros. Era tal la medida del acontecimiento, uno de los más importantes de la temporada en España en términos industriales (si no el que más), tan milimetrada su espectacular puesta en escena, que a ratos sorprendía recordar que lo que se presentaba era, al fin y al cabo, un libro.
De él habló Ruiz Zafón con la periodista Gemma Nierga, la única que durante la ceremonia pudo preguntarle por su trabajo. Y lo primero que quiso destacar el autor fue que El prisionero del cielo, editada como las anteriores por Planeta, es una novela "mucho más luminosa" que El juego del ángel. "Yo sabía que algunos lectores se iban a enfadar conmigo", dijo el escritor sobre el desconcierto que generó entre una parte de su público la continuación -en realidad "precuela", puntualizó- de La sombra del viento. "Si aquel libro complicó y oscureció la saga, ahora las piezas empiezan a encajar. Todo lo que parecía inconexo hasta ahora, ya dejará de serlo", aseguró Ruiz Zafón.
En El prisionero del cielo, ambientada en la Navidad de 1957, reaparecen varios personajes de la serie, "pero todos cambiados un poco por el paso del tiempo". Fermín Romero de Torres, por ejemplo, que ahora gana protagonismo respecto a las anteriores entregas, y por supuesto Daniel, el joven protagonista de aquellas mismas, y que en esta ocasión deberá hacer frente al nacimiento de una oscuridad peligrosa en su interior; o Mauricio Valls, El Villano con mayúsculas de la historia, un tipo que representa, según explicó el escritor, "lo peor" de aquella época, una especie de destilación de los comportamientos malvados y miserables amparados por el manto protector del franquismo.
Nierga se preguntó por qué el autor no quiere vender los derechos de esta historia para su adaptación al cine, si de ella saldría, dijo, "un peliculón". Ruiz Zafón le contestó que precisamente concibió esta serie como un homenaje "a los libros, a quienes los escriben, a quienes los venden, quienes los leen y los destruyen". Y además, añadió, "no hace falta que todo sea una película, una serie o un videojuego: estaría mal intentar convertir las novelas en otra cosa para hacerlas más populares".
La trama arranca cuando, en plena agonía de la librería Sempere e Hijos, ya conocida por los lectores de la saga, Daniel recibe la visita de un enigmático individuo que le compra una preciada edición de El conde de Montecristo y luego le pide que se lo entregue a su amigo Fermín después de escribirle a éste una extraña dedicatoria. Aquí se encuentra uno de los "guiños" a clásicos de la literatura que contiene la obra, un "juego" en el que el lector puede entrar si lo desea, explicó Ruiz Zafón, aunque también puede "quedarse sólo con la aventura", pues la novela "tiene varios niveles" y también una "dimensión moral", ya que reflexiona sobre cómo "las decisiones que tomamos" van decantando "la versión de nosotros mismos que acabamos siendo".
En esa dedicatoria, por lo demás, irá cifrado un terrible secreto, que aflorará tras dos décadas enterrado en la memoria de la ciudad. La ciudad, por supuesto, es Barcelona; una Barcelona "estilizada" y que él pudo conocer muy bien "por dentro y por fuera" en su "infancia dickensiana light", desde los "tugurios infectos a los conventos" pasando por los barrios más acaudalados, cuando iba a las casas de los clientes de su padre a pasarles los recibos de los seguros que daban de comer a su familia.
Ruiz Zafón vislumbra ya el final de esta tetralogía iniciada hace casi una década. Y aunque no le gusta "trabajar con plazos" y ha acostumbrado ya a su editorial a respetar sus tiempos, calculó que "en dos o tres años" puede estar lista la última entrega, que será "mucho más rápida" y "disparará la historia hacia su gran final donde todo convergerá".
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