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Rubens, mejor y más cerca

arte

El Prado legitima al gran maestro flamenco como el autor de los bocetos pintados más importante de la historia del arte europeo

'El descendimiento' (1612), Courtauld.
Texto: Charo Ramos / Fotos: J.r.ladra

08 de abril 2018 - 11:29

Madrid/Un muchacho con la boca entreabierta mira a su derecha. De allí procede una fuerte luz que arroja sombras intensas sobre su mirada arrebatada y su cabello desordenado. Alejandro Vergara, conservador jefe de pintura flamenca del Museo del Prado, encuentra en este retrato realista pintado por un juvenil Rubens durante la década que pasó en Italia la huella de otro maestro, el Caravaggio atento a la belleza que creara Los músicos del Metropolitan de Nueva York.

Esta Cabeza de joven de Pedro Pablo Rubens (1577-1640), un óleo sobre papel montado en tabla, mide apenas 34 centímetros de alto. No es un cuadro definitivo, sino el anticipo de un lienzo posterior. Y sin embargo, pese a su carácter preparatorio, es ya una obra maestra. Ha llegado a Madrid procedente de Austin (Texas) y con él arranca Rubens. Pintor de bocetos, que hasta el 5 de agosto reúne en el Prado 73 de los cerca de 500 bocetos que pintó el maestro flamenco, el artista más célebre de su tiempo y el pintor favorito de Felipe IV.

La exposición, que se inaugura este martes, es tan diferente y novedosa que será recordada en la historia del museo que atesora más cuadros del artista, advierte su director, Miguel Falomir. Por primera vez, se pone el foco en Rubens como el pintor de bocetos más importante de la historia del arte europeo y en el papel de esta herramienta en su proceso creativo. Rubens empleó estas composiciones para probar, diseñar, seducir a su clientela y, sobre todo, para pensar pintando. En la Italia del XVI Barocci, Tintoretto o Veronés ya utilizaron bocetos pintados pero en contadas ocasiones. Él los usó sistemáticamente y en soportes más duraderos que el papel, como tablas. A diferencia de una obra acabada, aquí la capa pictórica que cubre la madera es tan delgada que a veces podemos ver la imprimación.

La exposición, que se inaugura este martes, podrá verse hasta principios de agosto

Organizada por el Prado junto con el Boijmans Van Beuginen de Rotterdam, que cede una veintena de obras y donde recalará en septiembre, la muestra cuenta con el patrocinio de la Fundación AXA y la colaboración del Gobierno de Flandes. Es el resultado de una investigación exhaustiva de sus dos comisarios: el conservador de pintura antigua del Boijmans, Friso Lammertse, y Alejandro Vergara. El Louvre, el Hermitage, el Metropolitan o la National Gallery aportan algunas de sus piezas más espléndidas a esta sucesión de trabajos. Son muy distintos en sus temas, finalidad y tamaño pero nos asombran siempre por la calidad y viveza del dibujo, la fluidez de la pincelada, la magistral representación de los volúmenes. Vemos a Rubens creando en su taller, con la intensidad del primer día, como si la pintura aún estuviera fresca.

La museografía, con su ambientación oscura y escenográfica, pone a dialogar en algunas ocasiones los bocetos con las obras definitivas que les dan contexto (pinturas, dibujos y estampas) y, al compararlos, el espectador comprende que Rubens no quisiera desprenderse de ellos. Hay bocetos monocromos o apenas sin color, como los de la Fundación Gulbenkian, que sirvieron de modelo para grabados. Otros, más arquitectónicos, tenían como destino los talleres de tapices o de carrozas procesionales. Y los hay con una paleta cromática tan apasionada que es imposible, incluso en los más devocionales, no asociarlos con la vibración nerviosa y la rotundidad carnal del autor de Las tres gracias. Así ocurre con La Circuncisión, hoy propiedad de la Gemäldegalerie de Viena. Se cree que Rubens pudo realizar este boceto por su propio capricho y hacia 1605 como un recuerdo del altar mayor que había ejecutado para los jesuitas de Génova. Lo cierto es que se lo llevó con él a Amberes cuando partió de Italia en 1608 y lo conservó hasta su muerte.

Entre las obras religiosas destinadas a comitentes vale la pena fijarse, por ejemplo, en el Descendimiento de Cristo que presta The Courtauld Gallery de Londres. Es el boceto al óleo que le sirvió de estudio preparatorio para la tabla central del tríptico de la catedral de Amberes. En el cuadro final cambió a José de Arimatea por una figura más juvenil porque, piensan los comisarios, debió de parecerle demasiado viejo para el esfuerzo físico que exigía bajar a Cristo de la Cruz. El retablo final es más idealizado y fino. En cambio, para el espectador contemporáneo, resultan especialmente sugerentes las pinceladas abruptas y enfrentadas del boceto porque nos muestran el "trepidante campo de batalla" que, a decir de Vergara, era la mente del pintor, quien sí decidió respetar los colores apagados en la obra final para apoyar el carácter doloroso de la escena representada.

Los bocetos pintados ilustran también el mecanismo interno de algunas de las series capitales de Rubens, como la de Aquiles, la última que diseñó para confeccionar tapices, y que enriquece aquí un boceto del Fitzwilliam Museum de Cambridge. Otro, procedente del Art Institute de Chicago, se suma a la serie de la Eucaristía que le encargó para las Descalzas Reales la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y soberana de los Países Bajos meridionales. Con la serie mitológica de la Torre de la Parada, que Felipe IV le pidió para decorar su pabellón de caza madrileño, la muestra remarca la genialidad de Prometeo, elegido portada del catálogo. Jan Cossiers, que realizó el cuadro grande, se esfuerza por seguir el boceto de Rubens incluso en los reflejos que proyecta sobre la antorcha este titán que acaba de robar el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres. Aquí Rubens ha extremado el "duende", confiesa Vergara. "Da forma a un anhelo difícil de poner en palabras: la vida entendida como una cuestión importante y exaltada".

El cierre de la visita lo ofrece, al igual que su inicio, otro rostro cargado de belleza: es un retrato idealizado de su hija mayor, Clara Serena Rubens, a los 5 años. En su cara perfectamente acabada, pero circundada por una zona muy abocetada, Rubens conecta íntimamente los ideales del amor y la hermosura. La niña moriría a los 12 años pero la viveza que irradia su mirada, expresión de su alma, habita para siempre en esta obra maestra. Solo por verla a ella, esta exposición ya valdría la pena.

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