Con ese arte que no se pué aguantá
Icónica Sevilla Fest | crítica
Rosario Flores llenó de alegría la Plaza de España e impregnó de sentimientos tanto dulces como nostálgicos a los espectadores que llenaron este recinto, una vez más, donde se celebra el Icónica Sevilla Fest
Parecía que no iba a venir nunca. Con esa misma frase se nos presentó Rosario Flores en la noche del viernes, cuando por fin vino a cantar a Sevilla, al escenario de la Plaza de España por el que están pasando todos los artistas que participan en el Icónica Sevilla Fest. Está presentando su nuevo disco, Te lo digo todo y no te digo na, pero apenas entresacó cuatro canciones de él en todo el concierto, en el que se paseó por todo su repertorio grabado desde 1992 hasta ahora. Y lo hizo con ese arte que no se pué aguantá, con el que canta porque lo siente, y lo siente con todo su cuerpo, con todo su ser. Tras comenzar con la canción que le da título al disco presentado, en la siguiente, Mariposas blancas, también de las nuevas, lanzó al aire ese sentimiento, a los acordes de la guitarra flamenca de Josete Ordóñez y cayó sobre el público que llenaba el recinto rasgando la noche con su magia, inundando los espíritus de claridad y emoción. Y continuó así hasta el final.
La voz de Rosario no necesita apoyo, aún así en el escenario la acompañaban dos magníficas voces más que en realidad la hacían resaltar y que a veces tomaron un gran protagonismo también. Dos mujeres, gitana y paya, Chonchi Heredia y Mayte Pizarro, uniendo estilos vocales diferentes en una única voluntad infinita. Pero es que cuando se separaban eran una bola de fuego entre la bruma; la primera, comenzando Mariposas blancas, que para eso la escribió su hijo a mayor gloria de Rosario, o terminando con su quejío flamenco la versión del Te quiero te quiero de Nino Bravo, o alzándose como protagonista absoluta en De mil colores; la segunda, arrastrando tras su poderosa voz de blues, acompañada solo de los teclados de Tato Icasto, la canción Nuevo para los dos, una de las mejores del actual disco, que estalló de forma indescriptible cuando Rosario la retomó, propiciando el mejor momento de la noche: Chonchi se unió en el baile a Juan José Villar y Rapico mientras Dayan Abad desgranaba otro de los grandes y contadísimos solos en los que parecía el reflejo de Slash; pero todas las miradas, mariposas de la noche, seguían fijas en Rosario y Mayte, inmenso resplandor. Nunca la letra de una canción describió tan fielmente lo que ocurría alrededor de quien la cantaba.
Ya habíamos tenido un presagio de esto con la tercera de las canciones, Yo me niego, genial y pegadiza, en la que Rosario tuvo el contrapunto de los increíbles gritos de aires soul de Mayte y Abad salió por primera vez con su guitarra eléctrica de entre las sombras donde se mantenía y a las que volvía tras algún riff asesino. Gloria a ti fue más calmada pero no menos sentida; flanqueada por el baile de Villar y Rapico, fue la escalera de subida a las estrellas de Rosario, al lugar donde se encuentran los miembros más queridos de su familia, todos muy presentes esta noche. El primero fue su padre, Antonio González, el Pescaílla, al que recordó como rey de la rumba catalana antes de arrancarse ella misma por ese palo con Al son del tambor de una forma en la que solo cupo decir: ¡vaya tela, niña…!
Como quieres que te quiera la comenzó Rosario de nuevo a solas con la guitarra de Josete; era una balada tierna hasta que el golpe de bombo de la batería hizo estallar a la gente, convertida en un coro de cientos de voces cantando con ella. Qué bonito era todo entonces, qué bonito cómo la sentíamos, qué bonito era cuando Rosario hablaba y cuando callaba. Qué bonito fue que la siguiente canción fuese la que lleva ese nombre, la primera que escribió Rosario solita, según ella inspirada por los ángeles que le envió su madre desde aquellas estrellas, que ahora lucían menos que las luces de la ingente cantidad de teléfonos móviles que inmortalizaban este momento, terminado cuando Abad nos mató con un intenso solo de guitarra y Tato nos remató con otro de teclado, perfecto.
Mientras Villar y Rapico se alternaban al baile y al cajón, Rosario cambió su vestuario, pero no su actitud. De ley unida a unos esbozos de Mi gato con ella bailando al son de la guitarra de Abad, fue el recuerdo a sus inicios. Diego y Fernando Illán compusieron una excelente sección rítmica y este último, también director artístico del espectáculo, fue el protagonista poniendo su bajo al servicio de los bailaores en un pequeño interludio anterior a que entrase de nuevo Rosario, quitándose la chaquetilla y gritando aquí estoy yo, aquí solita. Tremenda Rosario, con el pelo largo cayéndole sobre una cara bellísima de animal salvaje de energía sin fin, echándose las manos al culo para usarlo como una bola que nos arrastrase, como hacía Tina Turner, y desde allí arriba, al borde del escenario, mientras todo el público cantaba el estribillo de su canción, lanzarnos una mirada de triunfo, descarada, presumida.
En la mezcla de rumba y electro latino que es Oye primo salió a cantar con ella Ramón González, el León, que hasta ese momento se estaba ocupando de las percusiones y a ellas volvió, no sin antes sentarse en un tercer cajón para hacer que resonasen más fuerte estas rumbitas que ella enfrenta al reguetón, ton, ton. La colaboración de la Maui de Utrera fue fascinante; apareció con uno de los extravagantes trajes de volantes que suele ponerse cuando transforma en alegría la garra que ha heredado de su tío, el gran Bambino, y se puso a recordar… ¡mira niñaaa!... con Rosario a su madre, Lola Flores, a su abuela Rosario, la costurera, al tío Joaquín, al tío Fernando, de una forma en la que incluso yo, quién me ha visto y quién me ve, me sorprendí siguiéndolas haciendo palmas por tangos. Luego la alegría se convirtió en añoranza de su hermano Antonio con la canción que más recordamos de él. Rosario echó los brazos al aire al suave ritmo de los teclados; cuando entró la batería y se le unieron todos los músicos, No dudaría desplegó toda su intensidad y puso un emocionante final al concierto.
Pero la gente quería marcha y Rosario volvió para dársela. Y volvió incluso acompañada, porque ahora los bailaores eran infantiles, Curro y Soleá, la última perla de la saga de los Farrucos, que hasta ha probado mieles internacionales en Eurovision Junior con los cortos diez añitos que tiene. Y el padre de esta, Antonio, el Farru, puso pureza con su arte en el baile al Queremos marcha que todos pedían. La última frase de esa canción dice que hay muchas flores, pero esta noche solo había una, Rosario, como demostraba que cientos de gargantas repitiesen su nombre una y otra vez en su despedida. Pero todavía quedaba el regalo de escuchar a Chonchi Heredia cantándole a su Rosario por bulerías con el Farru de nuevo al baile, poniendo así el final fiestero que la noche mereció.
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