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"Rosales buscaba una poesía capaz de contener todos los géneros"

Antonio Hernández. Escritor

El reciente ganador del Nacional de la Crítica evoca el germen de su poemario 'Nueva York después de muerto'

El escritor Antonio Hernández, durante su reciente visita a Sevilla.
Francisco Camero

25 de mayo 2014 - 05:00

El pasado 25 de abril, cuando se anunciaron las obras ganadoras del Premio Nacional de la Crítica de este año, Antonio Hernández ingresó en un selecto y restringido club, con una lista de socios -Octavio Paz, Claudio Rodríguez o José Hierro- tan breve como privilegiada. Aquel día, el escritor gaditano, nacido en Arcos de la Frontera en 1943 y reconocido con prácticamente todos los premios relevantes de la poesía española, entre muchos otros el Adonais en 1965 por El mar es una tarde con campanas o el Rafael Alberti en 2000 por El mundo entero, se convirtió en uno de los pocos autores que han ganado en dos ocasiones ese galardón. De la primera, en 1994 por Sagrada forma, hace justo 20 años.

Nueva York después de muerto, el poemario que le ha valido esta última vez el premio, es una obra "complejísima", en sus propias palabras, y por encima de todo de un gran valor sentimental para Hernández. El "riesgo" al que se expuso le ha entregado ya algunas recompensas: aparte de este Nacional de la Crítica, la obra recibió también el Premio Andaluz de las Letras que concede anualmente la Asociación Colegial de Escritores de Andalucía.

El libro, publicado por la editorial Calambur, es el homenaje póstumo que quiso rendir el escritor a Luis Rosales, con el que tuvo una amistad muy estrecha. "No solamente era mi maestro literario, sino también mi maestro llamémoslo casi familiar", confesaba esta semana, minutos antes de participar en un acto conmemorativo de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, de la que él es su presidente honorífico. "Cuando tuvo sus problemas de salud, aquella embolia cerebral, prácticamente dejó en mis manos algunas cosas que él podía haber hecho, pero que la enfermedad se lo impidió. Por ejemplo este libro: él quería terminar su obra con Nueva York después de muerto, que iba a tratar el tema de la segregación racial, del mestizaje, de la corrupción, de las relaciones en la grandes urbes, los problemas que agobian al hombre contemporáneo... Tuvo que aprender a leer y escribir después de la enfermedad y yo me convertí en una especie de lazarillo para él. Cuando tuvo que vender su biblioteca, me llamaba y me decía: necesito tal libro, bien para completar alguna información, bien para escribir un artículo, aunque le costaba muchísimo trabajo... Un día que fui a visitarlo estaba muy alicaído y me dijo que no iba a poder terminar el libro, que su obra no podría quedar redondeada, y yo un poco de broma, para darle ánimos, le dije: bueno, maestro, no te preocupes porque eso te lo hago yo". "Lo prometido es deuda", le contestó Rosales, y aunque a Hernández al principio le pareció que tal empresa "no tenía demasiado sentido", cuando pasó el tiempo, dos décadas después, se dijo un día: "Bueno, y por qué no, lo voy a intentar".

El resultado de esa promesa cumplida, la que le ha valido este Premio Nacional que al escritor le llena de orgullo porque "supone un reconocimiento de todo el idioma" (el galardón abarca no sólo obras españolas, sino de todo el ámbito hispanohablante), fueron algo más de 130 páginas en las que Hernández trenza voces y ecos en un libro coral: los de su amigo y maestro, los del "maestro del maestro", esto es, los de Federico García Lorca, y los suyos propios; una especie de diálogo en busca de lo que Rosales llamaba la "poesía total", capaz de contener todos los géneros.

Confiesa el autor que fue difícil por la gran ambición de la obra, pero sobre todo por el sentimiento de responsabilidad hacia el legado de su amigo, fallecido en 1992, y hacia la palabra dada a una persona que vivió casi toda su vida con una herida incurable: "También abordo la pesadumbre de Rosales. Él recogió a Lorca, lo tuvo en su casa... en fin, todo con tan mala suerte que, bueno, lo que ya sabemos, los nacionales lo liquidaron. Aquello influyó mucho en el carácter de Luis Rosales, que obviamente quería mucho a Federico García Lorca".

Antonio Hernández trabaja actualmente en una novela que está reescribiendo de arriba abajo. "Parece que me la han copiado", bromea. "Trataba de un navarro y una andaluza... y ahora resulta que al cabo del tiempo, después de haber trabajado mucho en ella, me encuentro con que hay película que se llama Ocho apellidos vascos -dice entre risas- así que tendré que rectificarla".

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