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La particular memoria de Rosa Masur | Crítica
La particular memoria de Rosa Masur. Vladimir Vertlib. Traducción de Richard Gross. Impedimenta. Madrid, 2022. 440 páginas. 23.95 euros.
Entre las paradojas más significativas del siglo XXI cabe reseñar la que señala su dependencia, a modo de prolongación mimética, del siglo XX. Cuando creíamos que las comunicaciones, la aldea global, las redes y demás tejidos abstractos habían hecho del mundo un lugar muy distinto del que era hace apenas dos décadas, tan accesible, predecible y elemental como para caber en un tuit, una epidemia y una guerra en Europa nos han devuelto, íntegras, aquellas inseguridades que parecían superadas, adscritas a la pátina nostálgica de los manuales de Historia. De modo que, frente a tales ilusiones de borrón y cuenta nueva, el viejo siglo XX parece haberle cogido gusto a la especie (o tal vez sea al revés) y aquí sigue con nosotros, con su retórica patriótica, sus utopías vergonzantes y su maniquea lectura de los acontecimientos. Conviene, por tanto, echar mano, aunque sea de vez en cuando, a lo que sobre el siglo XX se ha escrito y se escribe, porque, en gran medida, lo que se pueda concluir al respecto seguirá definiendo nuestro presente. Constituye en ese sentido un acierto la publicación por parte de la editorial Impedimenta de La particular memoria de Rosa Masur, la novela del escritor de origen ruso Vladimir Vertlib, ampliamente reconocida en su tiempo aunque soslayada hasta el momento en lengua española. Y es que la historia de Rosa Masur no sólo es la historia del siglo XX desde su escenario más cruel: también es una tentativa respecto a la posibilidad real de que esa historia llegue a ser contada, sobre todo cuando la tarea queda en manos de individuos reducidos a la objetividad de las estadísticas frente al relato hegemónico con el que se articula la otra Historia, la de las mayúsculas. Resulta harto interesante, por ejemplo, leer La particular memoria de Rosa Masur en el contexto que ofrece un país como España, donde la memoria histórica, urgente y necesaria, ha centrado buena parte del debate político de las últimas décadas pero donde, también, el relato racional de la Historia del siglo XX es una cuestión no sólo por hacer, sino ya directamente descartada. La particular memoria de Rosa Masur se mete en este berenjenal con resultados felices y todavía reveladores veinte años después de su alumbramiento.
Vertlib es un escritor nacido en 1966 en San Petersburgo (entonces Leningrado) pero residente desde 1981 en Viena. Salió de la Unión Soviética junto a su familia siendo aún niño, en 1971, para instalarse primero en Israel antes de asentarse en el corazón de Europa, por lo que su periplo vital es ya de por sí suficientemente representativo de su tiempo, en comunión con su obra. Vertlib escribe además en alemán, lo que tal vez refuerza la connotación del exilio en su biografía; sin embargo, el escritor no sólo escribe en alemán, sino que para ser reconocido sin dudas como un escritor alemán ha mostrado un especial interés en insertarse en una determinada tradición de la literatura en lengua alemana, la que prendió en el siglo XX antes de la Segunda Guerra Mundial, cerca de Joseph Roth y Robert Musil. La Rosa Masur de su novela acumula, también, su particular itinerario: nacida en los albores del siglo, crece en el seno de su familia judía en Vichí, un pequeño municipio situado en la frontera entre Polonia y Rusia (actualmente localizado en Bielorrusia), con lo que los pogromos y la expresión más fanática del antisemitismo se convierten bien pronto en elementos habituales del paisaje. Sin más opciones que terminar convertida en una esposa y madre sin estudios, y decidida a tomar las riendas de su propio destino tras la entrada, precisamente, de un maestro inspirador, Rosa Masur recala en Leningrado, donde forma su propia familia. La particular memoria de Rosa Masur se sitúa, sin embargo, mucho después, con una protagonista ya nonagenaria invitada por otro pequeño pueblo, pero ahora en Alemania, a contar su historia a los vecinos. La novela de Vertlib, cimentada en la oralidad (y traducida con gran acierto al castellano por Richard Gross, con soluciones coloquiales realmente admirables), reproduce eso que cuenta Rosa Masur a quienes la escuchan. Es decir, lo que recuerda.
El relato de Rosa Masur se trenza en un tono templado, distante y preciso, como desde un desapego emocional que permite a Vertlib utilizar su voz como mecanismo idóneo de narración. La protagonista evoca la rutina de su infancia y juventud, en una comunidad judía que se resistía a verse como objetivo de persecución concienzuda por los soviéticos primero y por los alemanes después, empeñada en una resistencia centrada en la negación de la evidencia, un tanto a la manera de las novelas familiares de Isaac Bashevis Singer. Desde el principio, el relato de Rosa Masur se tiñe de cierta ensoñación, un anhelo en el que no faltan brujas ni criaturas prodigiosas y que refuerza con consistencia la construcción del personaje. Vertlib describe con gran despliegue de detalles y con intención cinematográfica el Leningrado al que llega después Masur, una ciudad devorada tanto por la decepción respecto al poder soviético como por la desconfianza respecto a los tambores de guerra que suenan en Europa. Pero son los capítulos dedicados al asedio de la ciudad a manos de los nazis donde el horror se multiplica. Y conviene subrayar aquí el modo en que los recursos propios de la ficción permiten a Vertlib narrar los hechos con un alcance distinto, más afinado pero no menos crudo, de lo que ha ofrecido toda la literatura testimonial sobre el cerco de Leningrado en el último siglo.
Terminada la guerra, y tras un episodio relacionado con Kóstik, el hijo de la protagonista, que en más de un sentido recuerda a La broma de Milan Kundera, Rosa Masur desliza en su relato una anécdota brutal, un encuentro entre el sueño y el anhelo, que invita a considerar hasta qué punto todos sus recuerdos obedecen a la experiencia real o pertenecen a un dominio más próximo a la imaginación. Su siglo, delirante y desquiciado, constituye un obstáculo para quienes quieren ser creídos si forman parte del estricto anonimato, si no tienen capacidad de influir en la maquinaria hegemónica que dicta los relatos de la Historia, los duraderos, los asimilados de forma acrítica, donde también lo improbable y lo increíble cunden a sus anchas. La particular memoria de Rosa Masur es una novela sobre el poder político, sobre cómo el mismo determina el relato de lo acontecido, ya sea en tiempo de paz o en tiempo de guerra. Pero también es un alegato de la dignidad del individuo frente a ese poder. Sabemos, al menos, quién podrá tener la conciencia tranquila.
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