‘Roma: la memoria de la tinta’: Carlos Montaño y el camino del arte

Exposiciones

La galería Birimbao despide este sábado una exposición en la que el artista recupera obras de finales de los 90

AC/DC, cuando el rock es perfecto

Entrevista con Mikel Izal

Carlos Montaño, fotografiado en la galería Birimbao.
Carlos Montaño, fotografiado en la galería Birimbao. / Ismael Rubio

"La potencia creativa de Carlos Montaño es muy acusada, tanto como su personalidad. La creación artística es para él un modo de vida, más que eso es su vida misma, la extensión de sus preocupaciones existenciales", apunta Andrés Luque Teruel en Carlos Montaño. La pintura y la instalación escultórica como concepto, un lúcido ensayo publicado en la colección Arte Hispalense de la Diputación de Sevilla en el que el especialista destaca de su protagonista "la solidez de su prestigio en los círculos culturales más avanzados" y su "posición distinta a la mayoría de pintores y escultores determinantes de su tiempo; es, como Luis Cernuda en su día, un modelo distinto, alguien en un extremo contrario de la sevillanía tan reconocida, y no por ello menos sevillano que otros artistas más convencionales".

Roma: la memoria de la tinta, la exposición que la galería Birimbao ha albergado las últimas semanas y que se despide este sábado, es otra muestra más de la sensibilidad prodigiosa con la que Montaño (Sevilla, 1956) convierte sus intuiciones y preguntas en arte. La muestra recoge obras que el autor realizó en su estancia en la Real Academia de España en Roma, donde acudió becado en la rama de Escultura a finales de la década de los 90. Un periodo especialmente fértil en el que Montaño acabaría centrándose especialmente en el dibujo. "Me encerré en el estudio, salvo con los compañeros que sentía más afines no traté mucho a la gente. Yo había ido a la Luna a ver si había agua y quería aprovechar el tiempo", recuerda el pintor.

Montaño destaca las emociones humanas de mitos como Salomé o San Sebastián

En esos meses, las joyas que reserva la ciudad de las siete colinas impactaron al creador, como una colosal cabeza de Constantino –una pieza de mármol de más de dos metros y medio– que custodian los Museos Capitolinos, un motivo con el que Montaño juega en sus composiciones y que aquí pierde su solemnidad: podría ser un balón que se disputan los personajes de los dibujos. También una visita a la playa de Ostia, el lugar donde asesinaron a Pasolini, inspiraría una serie que se exhibe en Birimbao. "En Ostia hay una parte del litoral más civilizada, con sus tumbonas y sus sombrillas, y otra más salvaje", recuerda Montaño sobre un enclave donde le asaltó una inesperada revelación. "Caía la tarde y había gente bañándose. Yo me sentía en casa, porque había algo de aquel ambiente que me resultaba familiar, como si estuviera en Matalascañas. El mar andaba calmado, como una piscina, y una de las figuras me llamó la atención. Tenía medio cuerpo fuera y medio cuerpo dentro del agua, y pensé que en esas mismas olas se habrían bañado también muchos otros hombres antes que ése, podíamos remontarnos incluso a la prehistoria. Eso me hizo pensar en el tiempo, y en que yo, ahí, formaba parte de una larga cadena". Esa idea entronca con una convicción que posee el artista: que el suyo no es un mundo emocional exclusivo, "lo que siento y pienso es algo común, algo que puede compartir cualquiera", analiza un artista humilde que prefiere la palabra "matraca" a "imaginario", que titubea mientras pronuncia el concepto "trascendencia".

Una serie de dibujos inspirados en la playa de Ostia, uno de los paisajes que Montaño visitó en su estancia romana.
Una serie de dibujos inspirados en la playa de Ostia, uno de los paisajes que Montaño visitó en su estancia romana. / Ismael Rubio

Es en esos años cuando Montaño empieza a representar a San Sebastián, un perfil al que volverá a lo largo de su trayectoria. Al autor le fascina la firmeza con la que el tribuno militar escogió el cristianismo pese al castigo que le supondría esa elección, la terquedad de "alguien que persigue una idea y la defiende hasta sus últimas consecuencias", que tras haber sobrevivido al martirio con las flechas se presentará ante el emperador para reiterar su fe y provocar de este modo un nuevo sacrificio. "Yo me preguntaba: antes de ser santo, ¿esta persona no era un hombre? ¿Qué había detrás de esa actitud?", señala el artista sobre un mito al que retrata en su versión más terrenal, como un individuo "que toma un camino y lo recorre". Ocurre lo mismo con Salomé, otro personaje que irrumpe en los dibujos de Montaño, y que aquí, liberada de ese juicio moral que la cataloga como encarnación del rencor y la lascivia, danza como "una mujer que desea lo que no puede conseguir, el amor de San Juan Bautista. Lo que mueve a esos personajes es algo que podemos sentir nosotros perfectamente", opina el artista.

Roma: la memoria de la tinta pone de manifiesto la fidelidad a sí mismo que caracteriza a Montaño, que más de un cuarto de siglo después continúa transitando por las mismas sendas que entonces. "Los artistas somos como los asesinos, tenemos un modus operandi", afirma sobre un universo propio en el que ya asoman algunas de las claves que prolongará más adelante: ya están en estas obras las superficies abstractas que plantea como fondo, los objetos que se erigen en símbolos –aquí una simple madera encontrada en la playa, como más tarde serán un alambre o un cardo los materiales que den pie a la poesía– o su interés en una geometría sutil "en la que todo esté colocado con un sentido". Montaño, como San Sebastián, barruntaba ya aquel curso en Roma los pasos que debía dar: le esperaba el camino del arte.

También te puede interesar

stats