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Trinos, revuelo de palomas

Rocío Molina | Crítica

Rocío Molina y Rafael Riqueni en 'Trilogía sobre la guitarra: Inicio (uno)' / Antonio Pizarro

La ficha

***** XXI Bienal de Flamenco. ‘Trilogía sobre la guitarra: Inicio (Uno)’. Baile y coreografía: Rocío Molina. Guitarra: Rafael Riqueni. Desarrollo conceptual: Nerea Galán. Espacio escénico: Antonio Serrano, Julia Valencia, Rocío Molina. Lugar: Teatro Central. Fecha: Domingo 6 de septiembre. Aforo: Lleno.

No sobra una nota de la música, no sobra un gesto de la coreografía. La enseñanza que trasmite la obra es que cada instante de nuestra existencia es sagrado. Único. Irrepetible. No hay tiempos muertos, todo es esencial. Cada momento cuenta. Rocío Molina ha renunciado a algunas de sus señas de identidad y ha alumbrado una obra mayor. A la ironía, a los excesos de la ira. Casi ha renunciado al zapateado porque cuando este aparece, poderoso, terminante, es a la vez sutil, íntimo. Acariciador. Y eso lo hace más letal, profundamente significativo. Combatir el ruido con el silencio, puede ser otra enseñanza. Molina ha creado una partitura delicada para recrear, ilustrar, comentar, trasmitir, disfrutar de nuevo de la música de Riqueni. Ha aprendido, como lo hizo el guitarrista, el lenguaje de los pájaros. El gorjeo, el aleteo de las palomas del Parque de María Luisa, pues buena parte de los temas que integran la obra pertenece a este magno ciclo del guitarrista sevillano. Cuando el protagonista de La serpiente blanca alcanza la iluminación, la primera señal de este nuevo estado de consciencia es comprender el lenguaje de los pájaros. Esta obra es también un cuento de hadas en el que Molina ejerce de madrina, de joven enclaustrada deseosa de respirar al aire libre. De gigante y de duende. De dolorosa y de penitente. Es un cuento gótico enmarcado por tersa blancura. Por la ternura. Por la discreción, por la miel. Transcurre en las nubes, proyectadas sobre el telón en el que baila Molina. Otra posible enseñanza de la obra, o la misma, es que este lenguaje secreto está al alcance de todos nosotros: basta abrir la ventana y levantar la mirada. Intensidad y libertad. La propuesta, como toda obra maestra, rompe las ficticias fronteras entre lo culto y lo popular, porque la gramática es jonda y al mismo tiempo se nutre de otros lenguajes escénicos, desde el Kabuki a la plástica de la semana mayor de Sevilla que este año se nos volatilizó de repente, como inopinadamente llegó el final de esta pieza que no acabará nunca porque no queremos despertar de este sueño a la otra pesadilla. Hemos visto una procesión en las nubes, una ceremonia religiosa en el cuarto de estar de nuestra casa. La falta explícita de ira no significa ausencia de fuerza porque Molina es una bailaora muy física. Pero la obra oscila, con buen criterio, entre la melancolía y la alegría. Mucha alegría. Alegría de espacios abiertos, cielos despejados. Árboles, lirios y plantas. Trinos, revuelo de palomas.

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