Variopinta colección

Rita Payés y Andalucía Big Band | crítica

La cantante y trombonista Rita Payés y la Andalucía Big Band, ofrecieron un amplio catálogo de canciones propias y ajenas, adaptadas para la ocasión, en el magnífico concierto que dieron en el Teatro Lope de Vega en la noche del viernes

Rita Payés / Antonio Torres

Esta noche interpretaremos un repertorio muy variopinto, tanto como yo misma, nos dijo Rita Payés al poco de comenzar el concierto que nos ofreció en la noche del viernes al frente de los dieciocho músicos que componían la Andalucía Big Band, reunidos todos en el escenario del teatro Lope de Vega, tan poblado de gente como sus localidades, agotadas desde varios días antes. Cinco saxofonistas, cuatro trompetas, cuatro trombones y una sección rítmica de contrabajo, batería, guitarra y piano, además de Miguel Ángel López, el director de todos ellos y la propia Rita, que alternó el canto con el sonido claro y orgulloso que sacaba de su trombón en las múltiples ocasiones en que actuó como solista.

Tuve noticias de algunos problemas de salud el fin de semana pasado de ella que habían impedido el debido número de ensayos, por eso cuando en los segundos iniciales de la primera de las piezas, The Heather on the Hill, la canción que Gene Kelly interpretaba en la película Brigadoom de nuestras teles en blanco y negro, aprecié la descoordinación entre la voz y la música, algo en mi cabeza hizo tic. Pero no llegó a hacer tac, porque enseguida todo se ajustó y el sonido de todos juntos fue fantástico y continuó avanzando siempre con confianza, de un momento destacado a otro. Dos standards más escuchamos a lo largo del concierto, You Don't Know What Love Is y End of a Love Affaire el clásico que Edward Redding escribió para Frank Sinatra; además de boleros, sambas y canciones originales de Rita y de su hermano, una de las cuales fue la segunda de la noche, Alma en vilo, en la que ella puso letra a una melodía de su hermano de tonos oscuros en un vibrante ritmo medio, arreglada para esta ocasión por Javier Ortí, uno de los saxos tenores. López, el director de la Big Band, hizo lo propio en media docena más de piezas, gozando las restantes de hermosos arreglos también de Leandro Perpiñán, otro saxo tenor, y de la trompetista Alejandra Artiel; que siempre agregaban algo original al sonido de la Big Band, ya fuese como solistas o añadiendo pequeñas joyas a la mezcla. De su mano, las dos piezas siguientes, los standards ya mencionados, siguieron un curso natural, con flujos y reflujos de una manera en la que el tiempo se detuvo, paralizándonos todos en aquello que nos llevaba, en lo que podríamos escuchar durante horas.

Rita brilló en Eu desespero, una pieza de ella misma con aires de bossa nova que comenzó con un solo de contrabajo de Javier Gazpacho Delgado, al que se unió la voz de ella para posteriormente los metales convertirla en algo tan moderno como atemporal, lo mismo que las inmortales piezas anteriores. Seguían en ascenso la emoción y el interés, que llegó a su culmen con Viver como un passarinho, muy bien versionada, aun con el tratamiento único que le dio la Big Band. López nos anunció que nos íbamos de carnaval, ya que bastantes de los miembros de la banda son gaditanos y estamos en las fechas propicias; comenzaron a sonar las flautas, simulando el trino de pajaritos, dispersados por los platillos de la batería de Nacho Megina a los que siguieron las reconocibles notas de Volando voy y una estrofa de Blackbird, el mirlo de los Beatles, para fluir ya desde aquí las palabras que Beth Carvalho escribiese para la canción, todavía enredadas en Camarón, hasta soltarse en una samba magnífica, en una subversión de las expectativas, que fue una táctica muy, pero que muy, efectiva.

El alcance de la música era maleable, a veces reuniendo todo el poder de la banda y a veces reduciéndola a subunidades más delgadas. La sección rítmica fue una de ellas, y lo demostró con creces llevando el peso de la samba en estos Passarinhos, estableciendo el tempo en que Rita cantaba entre el contrabajo, la batería y la guitarra de Álvaro Fernández Vieito, suaves y elegantes para, cuando era necesario, encajar perfectamente en la matriz el piano de Óscar A. Rifbjerg. A estas alturas del concierto, y sobre todo en esta gran pieza, llamaba la atención el viaje realizado por las canciones y las melodías, cómo fluían y se transformaban, cambiaban de camino hacia un lugar completamente diferente de donde comenzaron; hubo varios momentos con los arreglos extendidos, pasajes y estados de ánimo, que me recordaban a los que aparecían en el rock progresivo; como aquella vez en la que cantó David Byrne, ¿cómo demonios llegué aquí?

Rita Payés / Antonio Torres

Rita Payés es una excelente cantante de jazz. Ella es música de jazz y por eso lo canta tan bien. Sabe confrontar las melodías, armonías y ritmos de una canción como lo hace un instrumentista de jazz, algo que ella es también. Su forma de tocar el trombón sonaba brillante, melódica y sin investigación; se deslizó entre los nuevos arreglos, moviéndose con sentimiento. Pero algo se me desdibujaba escuchándola cantar los boleros; y eso que de los dos que interpretó uno era original suyo. Primero Contigo en la distancia, un bolero escrito e interpretado por el cantautor cubano César Portillo, que hoy en día es uno de los más aclamados de la música cubana y cantado por infinidad de intérpretes, en el que brilló el saxo de Chema Espinosa, y luego Nunca vas a comprender, en el que el brillo pasó al saxo de Pedro Cortejosa, un bolero, este, que Rita dedicó a su madre, la guitarrista Judith Roma, diciendo que siempre lo cantaba con ella, algo que en esta ocasión no pudo suceder así porque Judith casualmente estaba sentada en el patio de butacas a mi lado. No es que Rita bajase el listón del canto hasta un punto en el que podamos decir que fuese deficiente pero, al contrario de cuando su voz era jazzy, en los boleros no destacaba contra el remolino subyacente de la sección rítmica y el lienzo de colores cambiantes de los arreglos, y fueron los músicos solistas los que dejaron impresiones duraderas.

El set se completó antes del segundo bolero con una pieza sin nombre, compuesta por Rita y su hermano hace siete años, muy animada; si Alma en vilo era el nocturno en la ciudad, esta No name era el bullicio de las primeras horas de la mañana, un si bemol siempre en ascenso, enfebreciendo las cuerdas del piano de Óscar y de la guitarra de Álvaro. Y la despedida fue con una nueva samba en el bis que concedieron, la Samba de uma nota so que compuso Tom Jobin hace más de sesenta años en la que el trombón de Rita se alternó con el de Miguel Barrones, en un desenfadado final que a la gente se le hizo muy corto, a pesar de llevar más de ochenta minutos de música.

Se suele decir que una entidad es más grande que la suma de las partes, pero cuando cada parte es tan sobresaliente por derecho propio, como resulta en este caso, tanto por parte de Rita como de la de todos los maestros de la Big Band, la unión de tal genio musical y estilo en un espacio crea una gran cantidad de riquezas, una sobrecarga musical a la que es imposible resistirse. No podemos perdernos estas uniones que propicia la dirección del Teatro Lope de Vega del singular de una artista concreta con el plural de la Big Band. Primero fue con Rosario la Tremendita, esta vez con Rita Payés; estaré también en la tercera ocasión, para la que ya cuento las horas.

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