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Rinconcito arrabalero

Darío Falú recrea en una apasionada novela la historia del posible único amor verdadero de Carlos Gardel.

Carlos Gardel (1890-1935), en un retrato autografiado fechado dos años antes de su muerte.
M. Ángeles Robles

09 de octubre 2016 - 05:00

LOS PAPELES DE GARDEL. Darío Falú. Espuela de Plata. Sevilla, 2016. 152 páginas. 16 euros.

Nostalgia, amores contrariados, humor y una pizca de ironía... Como un buen tango, Los papeles de Gardel de Darío Falú (Buenos Aires, 1955) destila pasión. Es una novela de esas que se leen con alegría, que seducen al lector desde la primera página, escrita como disfrute y para hacer disfrutar.

Darío Falú reconstruye en esta obra la historia del posible único amor verdadero de Carlos Gardel: una muchacha bellísima que, tras la muerte del mítico cantante, compositor y actor de cine, permanece enclaustrada en su casa del barrio bonaerense de la Boca. El autor rescata retazos de la vida de Gardel para construir una historia de romántico y lúgubre suspense. Pero lo que verdaderamente importa, más allá de la anécdota que se establece como hilo conductor de la narración, es la descripción de un ambiente y de unos personajes destinados a convertirse en inolvidables.

Nos encontramos ante una obra sin demasiadas ínfulas en la que no se abusa -aunque sería fácil- de datos eruditos, en la que no se nos da una visión fantástica del héroe: el más famoso autor de tango, el mito en vida, Gardel el inolvidable, el insustituible. En la novela es todo eso, pero es algo más: es el referente arrabalero, el hombre al que alguna vez los vecinos estrecharon la mano, al que vieron comer en su bar favorito, un espíritu vivo -y como fantasma se aparece a la vuelta de alguna esquina- en el corazón de los habitantes de su viejo barrio de la Boca.

Falú despliega una envidiable colección de personajes cortados por la sabia mano de un autor que parece haberlos tomado directamente de las calles del barrio. Con ellos, y con sus pequeñas historias particulares, rinde homenaje quedo a algunos de los más insignes escritores argentinos. Escuchamos los ecos de los maestros Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, nos topamos con algo de la socarronería de Marco Denevi.

El protagonista es un bibliotecario destinado al barrio de la Boca, un joven solterón insignificante que mata su tiempo libre coleccionando y ordenando datos sobre Gardel para confeccionar una exhaustiva bibliografía sobre el mito. La biblioteca se convierte en un lugar de revelación y no sólo porque allí conoce de primera mano una historia jamás contada sobre su héroe, sino porque le da la oportunidad de encontrarse con un grupo de personas que, como él, son almas solitarias aferradas a una lejana luz de esperanza. Magistral la descripción de estos personajes. Pocas veces nos encontramos con un escritor capaz de trazar el mundo complejo de los sentimientos humanos con tan breves e intensas pinceladas.

En el barrio de la Boca conviven vivos y muertos, vida presente y pasada, viejas historias con el quehacer diario de gente que trabaja, sueña, se alegra o se entristece dentro de los límites difusos de un espacio físico que se convierte también en espacio mental enternecedor. Los que no están, los que alguna vez pasearon por sus calles, están presentes. Como Gardel, forman parte esencial del vecindario: "He llegado al convencimiento de que en esta vida los que verdaderamente mandan son los muertos; y no sólo los muertos que cada uno de nosotros puede tener (más bien nos tienen los muertos a nosotros), sino y sobre todo, los muertos que pertenecen a todos", reflexiona el protagonista ante la tumba de su adorado compositor.

Los papeles de Gardel es también una novela sobre la memoria, sobre la necesidad de reconstruir el pasado, de hacerlo verdaderamente nuestro, porque, como comenta el narrador en un pasaje de la novela, "la memoria pule, lima, en fin, hace trampas. Pero esa trampa crea una verdad que va mucho más allá de la correspondencia de lo recordado con los hechos".

Más allá de la omnipresencia del mejor cantante de tango de todos los tiempos, y de la galería de personajes tiernos, irónicos, emotivos y algo locos, el verdadero protagonista de la novela es el barrio de la Boca. Falú lo eleva a la categoría de actor principal de esta historia de amores y desengaños, de grandes y pequeños triunfos, de constantes decepciones. Nos invita a pasear por sus calles, a conocer a su gente, a oler "jazmines, duraznos, sandías, pescados, frituras, miasmas del Riachuelo. Una pugna de olores que se mezclaban y terminaban dando un único olor: el olor de un barrio, que es algo más que la suma de sus olores".

Tras la prosa desenvuelta y penetrante de Falú resuenan los ecos de un bandoneón y su sonido convoca a un coro de personajes singulares que nos devuelven la esencia de un tiempo detenido en los vericuetos de una vieja historia de amor.

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