Retratos de la insatisfacción
After. Drama, España, 2009, 116 min. Dirección: Alberto Rodríguez. Guión: A. Rodríguez y Rafael Cobos. Fotografía: Álex Catalán. Música: Julio de la Rosa. Intérpretes: Guillermo Toledo, Tristán Ulloa, Blanca Romero, Jesús Carroza, Marta Solaz, Maxi Iglesias, Daniel Grao, Álvaro Monje. Estreno: 23 de octubre.
La tercera película de Alberto Rodríguez sigue apuntando hacia el retrato generacional (en 7 Vírgenes fueron los adolescentes del barrio, ahora son los adultos en plena crisis de los cuarenta), pero difumina el perfil realista para optar por un trabajado mecanismo de estructura y una conseguida abstracción de espacios y lugares (Sevilla nunca pareció tan fantasmal) que buscan dotar a su relato triple de una dimensión intemporal, abstracta incluso.
Se trata aquí de tomarle el pulso a la quiebra de una generación de triunfadores que, sin embargo, encierran un profundo malestar interior, un amargo desasosiego existencial, tras sus ejemplares vidas de ciudadanos, maridos, padres, amigos o profesionales. Los tres protagonistas de After cruzan sus destinos en una noche-símbolo que saca a la luz los temores y las máscaras, el vértigo por dejar atrás la juventud, el pánico a ese futuro dictado por la inercia social. Una noche impulsada por los recuerdos y el vacío, por el alcohol y las drogas, por la ráfaga suicida, la búsqueda del peligro autodestructivo y el coqueteo con lo prohibido. Rodríguez ha sabido trasladar todos esos temas a la pantalla sorteando clichés, dejando pequeños e interesantes detalles de originalidad y observación por el camino y a través de un relato cíclico que aspira a dar a las vidas de sus protagonistas un sentido especular de universalidad.
Queda la curiosidad de saber qué hubiera sido de After sin esta filigrana narrativa, sin su vistoso juego de puntos de vista, sin sus repeticiones y regresos. Tal vez no hubiera dado tanto de sí una historia que busca la intensidad en el coqueteo con lo sórdido (la compulsión primero, el bajón después) y algún que otro respiradero por la vía del costumbrismo (véase el personaje del camello que interpreta Carroza). Quién sabe. Lo cierto es que After es como es, deudora de un artificio posmoderno que la hace atractiva (aun en su pesimismo descorazonador) pero que también la limita, encerrándola en su propio bucle, reincidiendo, sobre todo en el último episodio, en temas, ideas y hallazgos (del uso de las canciones desgarradas al plano del trío abrazado en la discoteca) que ya habían quedado suficientemente expuestos en los dos bloques anteriores.
La otra gran duda es saber si esa misma filigrana no camufla también el que se supone ha de ser el otro punto fuerte de la película, el pulso interpretativo de sus actores. Si, como se cita, Cassavetes es una referencia, falta aquí precisamente algo de esa tensión y esa verdad que nace de la espera, del tiempo, de la dilatación. After se conduce fundamentalmente sobre el montaje y sobre unos modelos interpretativos que se nos antojan esforzados pero insuficientes: la escuela española, tan limitada para determinados registros naturalistas. Así, los excesos lisérgicos de Guillermo Toledo se descompensan con la pulcra contención académica de Tristán Ulloa. A su lado, inopinadamente, la debutante Blanca Romero sale mucho más airosa de su particular y calculado descenso a los infiernos de la insatisfacción crónica.
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