Retablo del infortunio
Octavio Escobar Giraldo. Periférica, Cáceres, 2010. 208 páginas, 16,50 euros.
Ya dimos noticia aquí de Saide, la anterior novela del colombiano Escobar Giraldo. También dijimos que era una obra en taracea, sin aludir con ello a la polémica entre fragmentarios y narrativos que hoy abulta los suplementos culturales. Sea como fuere, Destinos intermedios acude nuevamente a esta técnica del retablo medieval, donde varias historias, diferentes vidas, acaban por enlazarse en un ápice de violencia cuyo origen está en el narcotráfico, en la lucha de cárteles, y en la profunda herida de la corrupción, que ejerce aquí de oscuro lubricante para esa inmensa maquinaria, asediada por la pobreza, la guerrilla y el fascinante brillo de las armas, llamada Colombia.
Fragmentario o no, Escobar Giraldo es un escritor cuya economía de medios, cuyo sentido escenográfico, dispone en el breve lapso de estas páginas un angustioso relato donde la impunidad y el miedo, la fuerza coercitiva, acorralan al ciudadano en una ínsula de temor y en una suerte de colaboracionismo ineludible. Todos los personajes son, en cierto modo, partícipes de un carnaval de sangre donde la muerte -la muerte violenta, arbitraria, de una brutalidad ejemplarizante- es el engranaje mismo de la vida. Hannah Arendt llamó a este fenómeno, referido al nazismo, "la culpa organizada". Y es así como un padre desesperado, un médico tenaz y diligente, unas muchachas de paso, se convierten en parte involuntaria de una red de intereses, en cuya cima se vislumbra el poder político. También en el mexicano Élmer Mendoza encontramos esta colusión entre el crimen y las urnas, entre los representantes de la ciudadanía y el servicio (bien remunerado) a unas fuerzas tan colosales como espurias. La diferencia, sin embargo, entre el género negro clásico y este noir austral de Giraldo y Mendoza, es que la corrupción y la sevicia, junto a la expeditiva violencia en que se cimentan, no son una deplorable anomalía, sino que parecen erigirse en los caracteres que singularizan al sistema.
Qué puede el hombre, el hombre normal, frente a esta fulminante victoria de la sangre. En Destinos intermedios, Escobar Giraldo escenifica esta perplejidad, esta indefensión, sin olvidar en ningún caso que el matarife, que el sicario, que el policía envilecido por la plata (también la muchacha acuciada por la muerte), sueñan y aman, quizá con desesperación, quizá con un despreocupado cinismo, mientras las balas le respeten el cuerpo. Esta parece ser la habilidad de Giraldo: exponer escuetamente, con vertiginosa concisión, la completa deriva de lo humano.
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