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Fantasía antiburguesa

La muerte difícil | Crítica

'La muerte difícil' es una depurada muestra de un lugar común del Surrealismo: la oscura hermandad de Eros y Thánatos, del amor y la consunción, fundidos en un único movimiento de vertiginosa y feroz melancolía

Tristan Tzara, fundador del Dadaísmo, junto a René Crevel
Manuel Gregorio González

05 de mayo 2019 - 06:00

La ficha

'La muerte difícil'. René Crevel. Prefacio, Salvador Dalí. Trad. Julio Monteverde. El Paseo. Sevilla, 2019. 208 pags. 20,95 €

En el breve Apéndice que cierra este libro, Crevel recuerda cuándo conoció a la tropa vanguardista -Breton, Éluard, Tzara-, y cómo un día, ante un cuadro de Giorgio de Chirico, "recibe finalmente la visión de un nuevo mundo". Entonces abandona "el granero lógico-realista" y se lanza, digamos, a la liberación surreal, que luego encarnaría su amigo Salvador Dalí, que es quien abre este volumen con un Prefacio donde, cómo no, se habla más de Dalí (Dalí era un espléndido y ocurrente escritor) que de cualquier otro asunto.

El caso, como vemos, es que Crevel se lanza, a partir de ahí, a una indagación abisal, auspiciada por la poesía de Rimbaud y Lautréamont, y cuyo resultado, publicado en el año 26, es La muerte difícil, cuyo tema, el tema de Thánatos, es uno de los grandes hontanares, simbólicos y literarios, de movimiento surrealista o superrealista, como lo llamaba Azorín.

Otro de los ejes de esta requisitoria nocturna será, lógicamente, Eros, el amor, el amour fou; a lo cual debe añadirse aquella reformulación de la belleza que se resume en "la belleza convulsa" de Breton, y que acaso no fue más que la belleza clásica atormentada por las bajas pasiones. De todo esto hay en La muerte difícil en cantidades vertiginosas. Pero unas cantidades, y unas cuestiones, que no dejan de plantearse, de transcribirse, al modo psiconalítico.

Quizá el gran interés, aparte los intereses obvios y más urgentes de esta novela, sea la comprobación de la tesis de Fromm, contra los sueños de perdurabillidad de Freud y su vitalidad latente. A casi un siglo de su escritura (La muerte difícil se escribe y se publica en el periodo de entreguerras), las cuitas de sus protagonistas y las acerbas críticas a la burguesía, acaban por reabsorberse en un todo burgués, inevitablemente púdico, que acaso nos quede algo lejano.

Es a este carácter "histórico", voluble, de las pasiones humanas, al que se refería Fromm, cuando cuestiona el universo hermético de Freud y su sistema de represiones y traumas. Y es, precisamente, este sistema, hoy extraordinariamente pueril, el que Crevel nos ofrece en todo su dramatismo, pero también, en toda su distancia histórica.

Aun así, La muerte difícil no deja de ofrecer numerosos tesoros: a las bullentes pasiones de la burguesía de entreguerras, a su robusta arquitectura anímica, exhaustivamente retratada por Freud, Crevel añade dos cuestiones en absoluto menores: por un lado, el zigzagueo de la noche bohemia, hija púdica y aseada de aquella bohemia atroz del entresiglo europeo, donde vivieron/murieron Rimbaud y Verlaine; y de otra parte, una minuciosa relación (poco "surreal" en este sentido) de las pasiones juveniles y su obsesivo desarrollo.

En buena medida, La muerte difícil es el esbozo, no de un joven concreto, no de una sexualidad equívoca y triunfal, sino de un sector de la sociedad: la juventud frenética y ociosa que ha conocido el horror de la Gran Guerra y teme perecer en un próximo conflicto. ¿Debemos atribuir a la casualidad que André Breton, antes de capitanear el Surrealismo, fuera médico de campaña en las trincheras francesas? No pareciera lógico despreciar este dato biográfico, a la hora de entender la interna mecánica de las vanguardias.

De igual forma, no debemos ignorar a aquella orgullosa burguesía republicana, aquí tan lacerantemente vilipendiada, como motor a la contra de una expresividad que se quería libérrima, desembarazada y prelógica, pero que hoy nos parece admirablemente deliberada.

Con todo, y a pesar de lo dicho (volvamos a aquel cuadro inicial de Chirico), es el desanudamiento de las pasiones, contenidas por la educación burguesa, lo que aquí quiere expresarse en toda su dramática pureza. Y decimos dramática porque la vanguardia, también la surreal, es un enérgico movimiento de escape que se sabe destinado al fracaso. Digamos que la vanguardia se quiso pura y combustible, como una llama. Y es esta combustión del amor, y su consecuencia lógica (el orden como contrario a la pureza), lo que Crevel ha relatado aquí, no sin cantar a una punzante y dolorida belleza, que todo lo devora.

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