Regreso al paralelo 38

David Halberstam firma su libro póstumo con este homenaje a la Guerra de Corea

El escritor y analista D. Halberstam.
El escritor y analista D. Halberstam.
Jaime García Bernal

25 de enero 2009 - 05:00

En su discurso inaugural del pasado martes el presidente Obama, apelando al coraje de los norteamericanos que lucharon lejos de sus fronteras, recordaba los míticos lugares de Concord, Gettysburg, las playas de Normandía y el sitio de la base aérea de Khe Sanh, altiplanicie en medio de la selva donde miles de soldados resistieron el asedio de las tropas del Vietcong. Nada dijo, sin embargo, del infierno de Corea, donde perecieron cientos de miles de hombres, siguiendo así la inercia del olvido que parece condenar este conflicto a una categoría inferior o marginal, como si se quisiese negar su dimensión nacional, tendencia que comenzó cuando el presidente Truman adoptó la expresión acción policial para referirse a este incómodo forúnculo que le había salido al cuerpo americano aún convaleciente de la Guerra Mundial, sí, justo en el momento más inoportuno.

Pero David Halberstam, el célebre reportero de Guerra cuyos despachos desde Vietnam se hicieron famosos a fuerza de contrariar al propio Kennedy, no ha querido guardar silencio por más tiempo, aunque su ronca voz se haga oír por última vez (murió en accidente de tráfico en abril de 2007). En este imponente ensayo de casi mil páginas entrelaza la vivacidad de sus reportajes juveniles que le encumbraron a la fama con el premio Pulitzer, con el análisis del escritor maduro, durísimo impugnador de los gabinetes Clinton y Bush en las guerras de Bosnia, Kosovo, Somalia y Haití y de la cobarde postura mantenida frente al genocidio de Ruanda (War in a time of peace, 2001). Y su voz es tan poderosa y convincente que ha conseguido que volvamos la atención sobre el conflicto más olvidado de la Guerra Fría, paradójicamente, el único cuyas heridas permanecen abiertas.

Así que estamos ante un gran libro de un gran conocedor de la América del siglo XX. No sólo un libro de guerra, sino un ensayo sobre el poder y su percepción en la mentalidad del norteamericano medio. Una penetrante indagación acerca de la política interna de los dos grandes partidos que habían colaborado durante la Segunda Guerra Mundial y se fueron distanciando ante el dilema del papel que debían cumplir los Estados Unidos en el mundo de la posguerra.

La situación en las vísperas de Corea era desalentadora: un déficit presupuestario galopante, los chicos que volvían a casa y no estaban dispuestos a enrolarse de nuevo, mientras los tanques se oxidaban en las costas del Pacífico. Los rotativos no pintaban mejor panorama: los comunistas en las puertas de Beijing, Chiang Kai-shek refugiado en Taiwan, mientras los soviéticos ensayaban su primera bomba atómica (conocida popularmente como Pepe Uno).

La fuerza de los acontecimientos terminó imponiéndose en las directrices del todopoderoso Departamento de Estado donde hombres prudentes como George F. Kennan, gran conocedor de la cultura rusa, dieron paso a las posiciones atlantistas (partidarias del protagonismo de USA en Occidente) de Paul Nitze, George Marshall y (un hombre a descubrir) el Secretario de Estado Dean Acheson, cuyo discurso defendía la urgencia de estabilizar las democracias europeas para frenar el expansionismo soviético. En el fondo de este escoramiento hacia una política intervencionista sitúa Halberstam la presión del lobby ultraderechista que asediaba al gobierno de Truman con insidiosas acusaciones como las que el senador McCarthy lanzó contra Hiss y otros destacados miembros de Exteriores, supuestamente implicados en un complot que habría facilitado el vuelco político de China.

La pérdida de China fue, en efecto, el gran tema del debate interno de demócratas y republicanos en los años 50 y 60. Una óptica de acción intercontinental que olvidó la fuerza de otros agentes históricos, como el nacionalismo, que fue a la postre, más que la lealtad a un comunismo internacional nunca homogéneo, el agente que movilizó a los coreanos cuando Truman tomó la decisión de superar el paralelo 38, convirtiendo una intervención de tres semanas en una insufrible guerra de tres años. De este cruento e interminable conflicto, dirigido con torpeza en los despachos y pagado con miles de vidas humanas en los duros inviernos de Corea, nos habla, en fin, David Halberstam en su testamento como gran periodista de investigación.

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