María José Gallardo, regreso a las artes de ingenio

Dios le bendiga caballero | Crítica de Arte

La artista extremeña propone en Espacio Olvera una lúcida reflexión sobre cómo domesticamos y esquilmamos la naturaleza. Preside la muestra un gran lienzo que se vende por partes

Detalle del lienzo principal de la muestra.
Detalle de la obra de gran formato que preside la muestra.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

23 de julio 2019 - 12:00

La ficha

María José Gallardo, 'Dios le bendiga caballero'. Espacio Olvera. Calle Mallén, 8, local 19. Hasta el 14 de septiembre

Calificamos al artista de creador. Para los renacentistas, sin embargo, la instancia creadora era la naturaleza, aunque vista desde ópticas distintas. Miguel Ángel, en un soneto, afirmaba que las ideas del mejor artista ya estaban antes contenidas en la piedra. Creía en una naturaleza cruzada por la inteligencia y también por el orden. Bastaba sacarla a la luz. Otros, Leonardo, sin ir más lejos, veían en la naturaleza una fuerza, si no destructiva, al menos caprichosa, que engendraba monstruos (como el cetáceo fósil hallado en la Toscana) y desencadenaba tempestades.

Entre los fascinados por esta naturaleza imprevisible, un extraño pintor, Piero di Cosimo (1462-1522). Un solitario que no soportaba el llanto de los niños, el sonido de las campanas ni el canto de los frailes. En su casa tenía un huerto lo bastante grande para alojar frutales y vides. Nunca los podó ni recogió sus frutos ni permitió que alguien lo hiciera. En semejante matorral veía a una naturaleza que procedía a su antojo y era capaz de ocuparse de todo. Por eso se interesaba también en animales raros o malformados.

Para Di Cosimo el camino hacia el orden (que maravillaba a Miguel Ángel) estaba lleno de hallazgos y fracasos. En uno de sus cuadros hay un cervatillo y un jabalí con rostro humano, y los sátiros y centauros eran tan naturales como los propios hombres. Sus cuadros, donde pululan esas diversas criaturas en rico entorno natural, evocan además momentos claves de la civilización: el descubrimiento de la miel, el del fuego, la domesticación de animales, el hallazgo de la forja. No son momentos creativos de la humanidad, sino impulsos de la fecundidad y fuerza naturales.

A la vitalidad de la obra de Cosimo me recordó el gran cuadro de María José Gallardo (Villafranca de los Barros, Badajoz, 1978). Es un lienzo de dos metros de alto y seis de largo, Las dimensiones, parecidas a las del célebre Mural de Pollock, venían exigidas por el testero de la galería elegido por Gallardo (también el Mural debía atenerse a las dimensiones de un espacio, sólo que allí no decidía Pollock sino Peggy Guggenheim). El lienzo, trabajado en superficie, construye una densa vegetación (que hace pensar en Rousseau y su Jardin des Plantes) de la que surgen diversos animales. Hay perros, gatos, cabras montesas, monos, vacas. colibríes que se besan al vuelo, palomas, tucanes, un gorila albino, serpientes, una rata-canguro.

Vista general del lienzo, de dimensiones similares al célebre 'Mural' de Pollock.
Vista general del lienzo, de dimensiones similares al célebre 'Mural' de Pollock.

Dejo incompleta la relación para señalar las víctimas de la caza (una cabeza de ciervo, una jirafa degollada) y otros artificios menos crueles: criaturas escapadas de los programas infantiles de la televisión o de la inefable factoría Disney, unos monos que tocan el tambor y los platillos, un cerdito violinista, un tigre que hace equilibrio sobre una bola (si se le da cuerda).

Finalmente, el arte (de la espesuras surgen manos que muestran el dibujo de un caballo, que hace pensar en Degas o Lautrec, y un ciervo atacado por perros: ecos de Courbet) y la ironía: Cosimo pintaba animales con rostro humano y Gallardo muestra una extraña afinidad erótica entre monos y gatos.

'Vánitas' de María José Gallardo
'Vánitas' de María José Gallardo

El gran lienzo da que pensar. Puede que esa amalgama de rasgos de una naturaleza domesticada (el jardín), animales salvajes pero servidos en la sobremesa por la televisión, figuras forjadas por el arte e inventos kitsch sean la imagen socialmente compartida de la naturaleza. Por eso apenas pensamos en cómo la esquilmamos día a día. Lo hacen los taladores de bosques (en la Amazonía, en las urbanizaciones de lujo), los que se empeñan en vaciar de oxígeno las ciudades, quienes sacralizan la economía productivista o potencian una industria turística no sostenible.

Con esta idea conectan fragmentos del lienzo de Gallardo. Tres lechuzas, dos de aguda mirada y una tercera con los ojos cerrados ¿es la rendición del ave de Atenea, la diosa de ojos brillantes símbolo de la revolución neolítica? Hay además vánitas, no bodegones sino presencia cruda de la muerte aunque tocada por el humor. Sobre la firma de la autora, hay unas calaveras, que yo llamaría siamesas, y encima un gato orgulloso de su chaleco. En torno a todo ello, una orla de flores. Más a la izquierda, otro flash: un árbol casi sin tronco, aún se sostiene junto a un esqueleto guadaña en mano. El lienzo está lleno de lo que los barrocos llamaban ingenio.

Quizá por eso otro cuadro, al fondo de la galería, rechaza las visitas guiadas. Es mejor que el espectador mire hasta extraviarse sin recurrir a palabras ajenas. Así podrá, si quiere, comprar con seriedad. Porque el gran cuadro se vende aunque por partes. Hay disponibles marcos de distintos tamaños. Usted puede elegir su encuadre favorito y decidir su precio. Vaya a la muestra antes de que los entusiastas reduzcan el cuadro a fragmentos.

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