Reencontrar el honor y el orgullo

Shangrila edita en España 'Béla Tarr, el tiempo del después', brillante ensayo del filósofo francés Jacques Rancière sobre la poética y la política del cine del gran director húngaro

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Manuel J. Lombardo

18 de agosto 2013 - 05:00

Bél a Tarr, el tiempo del después. Jacques Rancière. Shangrila. 92 págs. 12 euros

La importancia y el prestigio del cine en el seno de una cultura nacional también se miden por el nivel de atención que le han prestado sus intelectuales y pensadores más destacados. Parece claro que la buena salud social y cultural del cine en Francia ha pasado por su apreciación histórica como un verdadero arte de su tiempo y no sólo como un mero producto de consumo en la trama de las industrias del entretenimiento.

A diferencia de nuestro país, donde apenas Eugenio Trías se ha atrevido a legitimarlo y sistematizarlo desde una posición intelectual sólida, ya sea en sus acercamientos a Hitchcock, como en el libro póstumo que verá la luz este otoño (De cine. Aventuras y extravíos), el cine ha sido y es para los franceses una cosa a tomar muy en serio, una parte esencial y definitoria de su patrimonio e identidad culturales, un fenómeno merecedor de cuidado y atención por parte de las instituciones y, por supuesto, del pensamiento y la reflexión académica o divulgativa, de la Universidad a la crítica especializada.

En este sentido, ya desde las vanguardias (Delluc, Epstein, Cocteau), el pensamiento francés ha sido prolijo, heterogéneo y concienzudo a la hora de aproximarse al cine en sus distintas facetas: desde la Psicología (Malraux), la Sociología (Morin, Lipovetsky), el pensamiento contracultural (Sartre, Débord), la Filosofía pura y dura (Deleuze, Foucault, Nancy) o desde la Historia del Arte y los estudios sobre la imagen, con las muy brillantes y originales aportaciones de Georges Didi-Huberman (Imágenes pese a todo) o Jacques Rancière (La fábula cinematográfica), profesor de Filosofía y Estética en la Universidad de París VIII, autor de este breve y enjundioso ensayo sobre uno de los cineastas capitales de nuestro tiempo, el húngaro Béla Tarr.

Con ánimo clarificador, prosa lírica y un exhaustivo trabajo de análisis de cada uno de sus nueve largometrajes, sostiene Rancière que el cine de Tarr no es un cine formalista ni de "imágenes bellas" sobre la decadencia de lo humano en un mundo en descomposición, sino más bien la afirmación, realizada con la propia y esencial materialidad del cine, con imágenes y sonidos arrancados de las sombras, de un continuum de momentos sensibles ("el cine como arte de lo sensible, y no sólo de lo visible"), de recortes de duración: "El arte de Béla Tarr, apunta, reside en construir el afecto global donde se condensan [...] momentos de soledad donde los cuerpos se reúnen en un lugar cerrado y donde los impactos del mundo exterior se convierten en repetitivos aires de acordeón, sentimientos expresados por canciones, golpes de pies contra el piso, choques de bolas de billar, conversaciones anodinas en las mesas, negociaciones secretas detrás de un cristal, peleas tras bastidores o en los baños, metafísica de guardarropa".

No se le escapa a Rancière la frontera y el cambio de registro, el camino hacia un estilo de madurez (agotado ya en su esqueleto y sin retorno posible en El caballo de Turín, en buena lógica, su última película), hacia "una manera absoluta de ver, una visión del mundo devenida creación de un mundo sensible autónomo", entre los primeros trabajos (Nido familiar, El intruso, Gente prefabricada, Almanaque de otoño), obra de un "joven cineasta furioso" enfrentado a los conflictos de la Hungría socialista y deseoso de "sacudir la rutina burocrática y los comportamientos nacidos del pasado", y aquéllos rodados desde La condena (1987) en adelante (Satántángó,Las armonías Werckmeister, El hombre de Londres, El caballo de Turín), películas "cada vez más negras en las que la política está reducida a la manipulación; la promesa social a una estafa; y lo colectivo, a la horda brutal". Si en las primeras late un pulso documental, agitado y verité, en las segundas se afirma ya el peso específico de la imagen-tiempo, los largos y lentos planos-secuencia, el trabajo con el espacio, la duración y el sonido que lo caracterizan como uno de los grandes autores del cine contemporáneo.

Traficantes, ladrones, estafadores y falsos profetas ocuparán el centro de estas películas: "encarnación de una posibilidad pura de cambio. Una cotidianidad de lluvia y de viento, de ruina material y desorden anímico; una promesa de escapar a la repetición, cualquiera que sea la forma que esta asuma". Sin embargo, entre las sombras, el fango y la miseria moral, el cine de Tarr reivindica tozudamente, con su propia existencia y su materia trabajada a conciencia, "el honor y el orgullo […] la capacidad de los seres más mediocres de afirmar su dignidad". Ahí el gran tema de su cine, ahí la "rabia intacta del cineasta contra todos aquellos que ofrecen a los hombres y los caballos una vida humillada".

Cabe recordar aquí que, junto a la publicación de este ensayo, la editorial Shangrila ha editado también un número especial de su revista del mismo nombre íntegramente dedicado al cineasta húngaro (Béla Tarr, ¿qué hiciste mientras esperabas?).

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