Raymond Roussel, una constelación desconocida

El Reina Sofía rinde homenaje al gran escritor francés, un autor de imaginación indagatoria que dejó huella en Apollinaire, Duchamp, Breton, Max Ernst y Dalí.

Juan Bosco Díaz-Urmeneta

09 de enero 2012 - 05:00

Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel. R. Roussel. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el próximo 27 de febrero.

Una cabeza de Kant, hecha de misterioso metal, se ilumina con radiantes ideas, cuando una urraca amaestrada se posa en ella; una chica baila bajo agua tratada y sus cabellos, al rozarla, emiten bellos sonidos; una máquina pinta, otra maneja el florete como un experto en esgrima y una tercera produce por energía térmica todos los sonidos de una orquesta; una escultura elaborada con ballenas de corsé y un globo aerostático que compone un mosaico con dientes humanos extraídos sin dolor (y sin anestesia). Estos ingenios de las novelas de Raymond Roussel (1877-1933) entusiasmaron a Apollinaire, Duchamp y Picabia, después a Breton, Max Ernst y Dalí, y más tarde a Tinguely.

A principios del siglo XX, una literatura fantástica, impresionada por la cultura técnica, trazaba paralelos entre la máquina y el afecto. Jarry, creador de Ubú Rey y el Dr. Faustroll, ideó al insaciable Supermacho, muerto en intenso romance con la Máquina del Amor (que también quedó destrozada). Pero la obra de Roussel va más lejos porque sus extraños objetos no surgen de la relación entre la máquina y el automatismo del afecto, sino del lenguaje. Parte de palabras que cambian de sentido según la frase en que se usan, expresiones fonéticamente ambiguas, retruécanos o palíndromos. Es así la suya una literatura fría, de una imaginación indagatoria. Ese modo de escribir (que también dejó huella en Duchamp) interesó, en los años 50, a los promotores del nouveau roman y dos décadas después a algunos autores conceptuales.

Roussel fue un personaje extraño. Heredero de una gran fortuna, la empleó en viajar (dio la vuelta al mundo siguiendo los pasos de Phileas Fogg) y en financiar sus libros y la producción teatral de sus novelas. No interesó a la crítica ni fatigó columnas de diarios, pero la suya fue una obra seminal: fermentó muy diversos estratos del arte moderno. A diferencia de esos artistas pródigos en entrevistas, Roussel apenas habló. Hablaron sus obras.

La muestra del Museo Reina Sofía presenta la gran constelación de su influencia. Partiendo de la versión de Carelman en 1975 del célebre diamante de Locus Solus, se documenta su vida y sus obras para pasar enseguida a obras en la que se advierten sus huellas: del Gran Vidrio de Duchamp a los trabajos conceptuales de Kelley o Ruppersberg, la sugerente escultura de Cristina Iglesias y el reciente Diana y Acteón de Tropa, pasando por Dalí, Fasio (Máquina para leer a Roussel) o Tinguely (Meta-matic, máquina de pintar). Es así un ambicioso trabajo sobre este autor, casi desconocido en España, aunque sus dos novelas (Impresiones de África y Locus Solus) y el breve texto Cómo escribí algunos de mis libros se tradujeron hace ya algún tiempo.

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