Raphael paró las horas

Icónica Sevilla Fest | crítica

Un Raphael triunfal derramó el viernes sobre el público que abarrotaba el recinto de la Plaza de España una treintena de las canciones que han dado forma a su carrera, de la que está celebrando el 60 aniversario con una gira espectacular que se ha detenido dos noches en nuestra ciudad

Una imagen de la actuación de Raphael.
Una imagen de la actuación de Raphael. / Juan Delgado

Cuatro tiernos añitos tenía yo cuando Raphael comenzó a cantar en los escenarios. Y ocho cuando me di cuenta de que estaba delante de una estrella al verle en el televisor en blanco y negro de mi casa llenando él solo toda la segunda parte del Festival de Navidad del Teatro de la Zarzuela. Y esta noche del viernes, en otro de los conciertos del Icónica Sevilla Fest de la Plaza de España, le sigo reconociendo como aquel a pesar de que ya han pasado 60 años desde que empezó su carrera y así nos lo recuerda, aún sin su voz, esa mítica canción suya, que sirvió de introducción a esta parada sevillana de la gira Raphael 6.0 con la que celebra el llevar tantísimos años acompañando las alegrías y endulzando el dolor, cuando era ese el caso, de cientos de miles de seguidores de todo el orbe. En el escenario había trece personas: dos guitarristas y un bajista, un batería, un percusionista, un teclista con un set electrónico y un pianista ante un precioso piano de cola negro; un trío de metales y otro trío haciendo coros. Con su música trayendo a nuestra mente aquellas palabras… yo soy aquel que cada noche te persigueeee… apareció él.

Raphael nunca ha necesitado avivarse en nuestros ojos y oídos encarnado en el Ave Fénix de la canción con la que comenzó este recorrido que se iba a prolongar durante dos horas y cuarto y casi una treintena de canciones, porque él nunca ha estado enterrado en las cenizas del olvido; y aquí sigue, igual de viejo que sincero, como nos aseguró en Loco por cantar, la segunda de las que interpretó, para reinventar a Camilo Sesto en Vivir así es morir de amor y dejar luego más de dos mil almas en éxtasis sumidas con el primer gran chorro de eternidad, interpretando seguidas No vuelvas, Digan lo que digan y Mi gran noche; una tras otra, tres perlas del pasado en vuelo seductor. Esta noche sus canciones adquirieron otra dimensión que trascendía a como se las hemos escuchado siempre gracias a una producción musical moderna y diversa que nos sorprendió con unos arreglos techno en Digan lo que digan, que se rompían en los momentos en que la gente cantaba el estribillo con él, o un acompañamiento totalmente funky en Mi gran noche. Más tarde Estuve enamorado llegó como una pieza de soul con metales y ritmo Stax, con la que no sufrí un síndrome de Stendhal porque me saqué la adrenalina a gritos.

Raphael desde la monumental fuente de la Plaza de España
Raphael desde la monumental fuente de la Plaza de España / Nicolo Guadini

En un concierto en el que una y otra, y otra, y otra vez subíamos al cielo, también hubo ocasiones para bajar al infierno, porque Me olvidé de vivir es una canción tan mala que ni el genio de Raphael la hace atractiva. Algo mejor quedó, ya en la recta final, Resistiré, aunque la brillante instrumentación y el trabajo del coro no consiguieron quitarnos de encima la saturación de malos recuerdos y el cansancio que nos produjo durante tantos meses. Durante todo el concierto menudearon las versiones, todas las demás interpretadas con mucha más solvencia: el Frente a frente de Jeanette fue una balada plenamente cool, como la Vida loca de Pancho Céspedes; interpretó el clásico tango de Nostalgias a solas con las notas del piano, de forma muy íntima, creando la base perfecta para seguir con Se nos rompió el amor y traer después el Adoro de Manzanero a su campo, a su manera de suave histrión.

Pero cuando realmente Raphael desplegaba su arte y nos envolvía hasta dejarnos sin respiración es cuando interpretaba sus propias canciones. Volveré a nacer seguro que es autobiográfica y por eso fue tan real el nudo que se le formó en esa garganta que le sirve para cantar canciones como esta, canciones de su alma, desde los catorce años. Con el Ave María que entonó sin pausa siquiera, ese nudo en la garganta pasó a las nuestras para deshacerse, convertido en lágrimas, con el grito de la trompeta del Aleluya del silencio. Raphael se apoyó en el coro para un medley tintado de gospel, intercalando entre las estrofas de estas otras más de Le llaman Jesús, haciendo de estos minutos los más conmovedores de la noche. Un momento mágico llegó también con Cuando tú no estás, en el que sentimos de verdad su dolor; la hiel de la pérdida de Laura se convirtió en miel con Estar enamorado es, la canción con la que más complicidad mostró hasta ahora con el público que abarrotaba el recinto. Una complicidad que se multiplicó al celebrar los pasos de baile que esbozó mientras uno de los músicos, cambiando la guitarra eléctrica por una acústica, se sentaba en el rincón derecho del escenario y comenzaba a desgranar los acordes que iban a ser el único acompañamiento, con un suave ritmo de vals, de Que nadie sepa mi sufrir.

Al interpretar En carne viva estaba, en realidad, describiendo el estado de nuestros corazones, que no cesaban de vibrar de emoción, como Raphael cantó también en uno de los instantes de Qué sabe nadie. El final de esta, con unos metales de sabrosísimo regusto philly soul, lo encadenó con el inicio de Escándalo, otra sorpresa inundada de groove, en la que hasta dejó un colorido rapeado. Y así llegamos al final de una forma muy cercana al anticlímax, con Raphael abandonando el escenario después de unas estrofas de Como yo te amo, que en realidad fueron una excusa para colarnos que nos amaba en una de las pocas veces que, parco en palabras, se dirigió al público. No volvió a salir y en el aire se quedó Yo soy aquel, que figuraba en su setlist y hubiese sido un broche de oro espectacular; y a mí particularmente me faltó también Hablemos del amor, una de mis favoritas, aunque eso no ha impedido que de sus versos saque el titular de esta crónica.

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