Le salieron bien las falsetas

Rafael Riqueni | crítica

Rafel Riqueni cerró anoche de forma brillante el ciclo Flamenco SYNC que se ha venido desarrollando en la Sala X. Fue el reencuentro del maestro con el público de su ciudad después de su periplo por algunos de los mejores teatros del mundo

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Rafel Riqueni en la Sala X
Rafel Riqueni en la Sala X / Emilio Colomer

Cuando hablo me voy de la guitarra y me olvido de las falsetas, nos decía anoche Rafael Riqueni a todos los que nos congregamos en la Sala X, prácticamente llena, para asistir a su esperadísimo concierto, que después de dos intentos fallidos anteriores por fin pudimos disfrutar. Se le veía feliz, asomándole de vez en cuando, entre algunas de las piezas que tocaba, una media sonrisa socarrona; también emocionado, disfrutando por fin en Sevilla del calor de un público más cercano que el de todos esos teatros que ha visitado recientemente. Tras tantos conciertos por el mundo es un milagro volver, recuperado, fue otra de las escuetas frases que nos dedicó… y a ver si me salen bien las falsetas. Por el titular de esta crónica ya habrán deducido ustedes que así fue.

A solas con su guitarra, sentado en un escenario bañado en luz roja, con el único adorno de una X construida con cuadraditos, proyectada al fondo, Riqueni interpretó una docena de melodías flamencas que tenían la cualidad emocionalmente fascinante de una conversación brillante y apasionada, por eso no necesitaba hablar, todo lo dijo a través de las cuerdas de nylon. El concierto lo basó sobre todo en su disco Herencia, del que interpretó la mitad del repertorio, pero sin limitarse a elaborar las melodías y ritmos que podemos escuchar grabados, sino convirtiéndolas en delicias musicalmente sofisticadas que las apartaban del canon pulido de unas alegrías, por ejemplo, como la Herencia que le da título al disco, o unas tarantas, como en Minerico, para darle giros armónicos novedosos y melodías inventivas en medio de esos patrones comunes. De Alcázar de cristal uno de sus discos menos comprendidos, nos dio también dos toques celestiales, la íntima y cálida canción de amor que es Esa noche y la sutil composición de fantasía en tono de rondeña, que es Benamargosa, interpretada con una delicadeza por Riqueni que, sencillamente, fue capaz de parar el tiempo. También recordó dos composiciones del Parque de María Luisa, una de ellas, Tiempos pasados, incluida en el disco, y la otra, Cogiendo rosas, que sin aparecer en él, también pertenece a su ciclo del Parque y vio la luz en el single de Aires de Sevilla. Recuperó también una pieza que es muy raro que toque en sus recitales, Paseo de ensueño, del disco Suite Sevilla, probablemente porque la original era para dos guitarras, aunque es fantástico este arreglo para una sola, y nos enseñó una primicia, porque el tercer tema de la noche fue una composición nueva, que todavía no tiene nombre siquiera, que por sus aires de granaína bien podría ser esa que en la reciente entrevista que tuve con él me dijo que le sorprendía porque con ella había descubierto otra forma nueva de entender su propia guitarra y hay paisajes en los que ni él mismo se reconocía. Curiosamente, a mí sí que me pareció reconocer en ella a Paco de Lucía, incluso mucho más que en Lágrimas, que es la seguiriya que evoca la tristeza y el dolor por la muerte de Paco, a quien Riqueni se la dedicó anoche al interpretarla, en un tono más propio del Niño Ricardo que del propio genio algecireño. Y después de este precioso set, todavía salió Riqueni para concedernos un bis a base de improvisaciones sobre El amor brujo de Falla con las que enriqueció enormemente el vocabulario armónico del flamenco que había mantenido durante todo el concierto, insertando cambios de acordes inesperados e impresionistas que abrían su paisaje expresivo y cuando apenas estábamos sintiendo la energía del familiar Fuego fatuo, el maestro pasaba a un contraste de notas y frases individuales que nos llevaba a sitios totalmente desconocidos. Así de increíble es la musicalidad que esconden las manos de Riqueni.

Rafael Riqueni
Rafael Riqueni / JMC

El glissando de Triste luna fue lo primero que escuchamos. Una melancólica granaína dedicada a Enrique Morente, tan austera como suntuosa. Forma parte de Herencia, la obra que Riqueni dedicó a homenajear, con su guitarra desnuda, como aquí, a todos los grandes maestros del flamenco que han dejado en él una huella profunda. De ahí extrajo también la segunda de las piezas interpretadas, la Soleá de los llanos, con la que honra a Manolo Sanlúcar con una enorme profundidad de expresión y una precisión máxima. Con la nueva y el Paseo de ensueño terminó de soltar los nervios que pudiese tener en este reencuentro con su ciudad, en una sala, además, tan desconocida para él, con el público de pie, como en cualquier otro de los espectáculos rockeros que allí se celebran, pero con un respetuosísimo silencio, y Riqueni se mostró seguro en su demostración del dominio del compás flamenco tradicional; tan seguro que podía salirse de él sin perderlo, como hizo en Esa noche, una canción de amor delicada y sin adornos que ilustró lo elocuente que puede ser el flamenco apartado de sus cánones de destello y fuego emocional cuando se toca en un modo sobrio y tranquilo. El mismo tono suave y resonante empleó en Tiempos pasados, con arreglos claros y esculpidos de forma sencilla, y un sentido del ritmo inusualmente relajado, usando el trémolo clásico de cuatro notas en vez del trémolo flamenco, de cinco, haciendo que lo que escuchábamos se balancease suavemente en nuestros oídos.

Desde ahí volvió a Herencia con tres piezas seguidas, la primera de las cuales fue la de ese mismo título, el homenaje a Pepe Habichuela por alegrías de compleja construcción. Los juegos armónicos de la taranta Minerico, la pieza siguiente, revelaban la íntima relación de Riqueni con Enrique de Melchor. Y Lágrimas, con sus trémolos del inicio y del final, convertida en una seguiriya indispensable para comprender el legado musical de Paco de Lucía. Todavía escuchamos otra más de esas que muestran su herencia cuando interpretó Pureza, unos tangos en los que Riqueni, más que solista, parecía estar acompañando a Camarón mientras este cantaba Rosa María. Fue un punto perfecto para remontar la alegría, porque entre las tres anteriores y esta Riqueni se puso con Benamargosa, renunciando tanto a la fuerza como al ritmo estricto, para dejarse llevar por unas escalas flamencas basadas en la rondeña, de una forma tranquila y triste. Cogiendo rosas marcó el final del set en un clima de recogimiento hermosísimo. La tersura y nitidez de esta composición nos dejó con ganas de más, había pasado una hora y no nos habíamos dado cuenta. Volvió Riqueni con esos toques de Falla antes referidos, para dejarnos después definitivamente echando en falta la magia cruda de su toque, todavía vívido en nuestros sentidos, manteniendo, sobrecogidos, el silencio sostenido mientras el maestro estaba en el escenario. Y rogando por una pronta repetición de su presencia.

Ha sido un glorioso cierre del ciclo Flamenco SYNC que con tanta ilusión comenzaron los responsables de la sala y tantos escollos ha tenido en su final. Lo que no va a ser óbice, según me dijeron anoche, para que haya una segunda edición.

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