Paraíso abierto para pocos
Rafael Riqueni | Crítica
La ficha
***** 'Parque de María Luisa'. Guitarras: Rafael Riqueni, Salvador Gutiérrez, Manuel de la Luz. Violonchelo: Gretchen Talbot. Vientos: Gautama del Campo. Percusión: Luis Amador. Palmas: José y Diego Amador. Cante: Arcángel, Diana Navarro, Ana Guerra, Remedios Amaya. Baile: Antonio Canales, Rocío Molina. Piano: Dorantes. Lugar: Cartuja Center. Fecha: 9 de marzo. Aforo: Casi lleno.
Hay músicas para soñar. Hay músicas para pasar el rato. Hay músicas para bailar. Yotras, en serio, para pensar. A algunas músicas les damos un dedo y a otras un brazo. Las mejores son aquellas a las que les damos nuestro corazón, precisamente porque nos hacen mejor personas. Incluso mejores animales. Son aquellas en las que podemos reconocer nuestro miedo, nuestra melancolía, nuestra rabia, nuestra alegría, en la universalidad de estas emociones. Pero luego hay otras músicas aparte. Músicas que apelan a otra cosa. Son las músicas que apelan a nuestro carácter divino. Aquellas que nos recuerdan que estamos vivos, o nos recuerdan que olvidamos que estamos vivos o nos recuerdan que olvidamos que olvidamos que estamos vivos. Que este precioso don dura un instante. Esas son el privilegio de unos pocos. En algunos pasajes de Parque de María Luisa, como en otras músicas compuestas en el pasado por Rafael Riqueni, reconocemos ese mensaje. El guitarrista es, así, un enviado de los dioses, un sacerdote en un ritual sagrado en el que todos nos reconocemos. Por eso Rocío Molina renuncia a una de sus señas de identidad, el zapateado categórico, inasible, para bailar al compás de estos vaivenes cósmicos, de esta música de las esferas que sucede delante y en nuestras raíces y que nos unce al carro de la vida con el compañero de butaca, que nos hace uno al auditorio entero. Y esa música, nos hace mejores animales, mejores personas, sirve para pensar, nos cuestiona como seres humanos, como seres vivos, nos pregunta por nuestro compromiso con el presente. Nos hace bailar.
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