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De la pintura y la música absoluta

ROSS. 2º abono Gran Sinfónico | Crítica

Pablo Barragán con la ROSS y la batuta de Óliver Díaz / Juan Pedro Donaire

La ficha

REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA

**** 2º de abono del ciclo Gran Sinfónico. Solista: Pablo Barragán, clarinete. ROSS. Director: Óliver Díaz.

Programa:

Jesús Torres (1965): Tres pinturas velazqueñas (2015)

Magnus Lindberg (1958): Concierto para clarinete y orquesta (2002)

Jean Sibelius (1865-1957): Sinfonía nº2 en re mayor Op.43 (1902)

Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves 21 de octubre. Aforo: Media entrada.

El zaragozano Jesús Torres ganó en 2015 con Tres pinturas velazqueñas el VIII Concurso de Composición de la AEOS (Asociación Española de Orquestas Sinfónicas). Seis años ha tardado la ROSS en presentarla, a pesar del compromiso adquirido (como miembro de la asociación) y a pesar de la invocación velazqueña, luego sevillana, de una composición que no persigue la más elemental descripción de ambientes ni siquiera el acercamiento más o menos programático, aunque sí la evocación, y lo hace con un dominio técnico sobre la orquesta ciertamente extraordinario. El formidable trabajo con las texturas domina esta obra en la que Torres traza con sonidos su visión de tres cuadros de Velázquez: La Venus del espejo es hedonista en sus fluidos contornos melódicos y sus contrastes tímbricos; Cristo crucificado, un auténtico lamento de fuerte impronta dramática, tenso y sugerente al tiempo; El triunfo de Baco, una áspera pero a la vez brillantísima escena dionisíaca en la que la orquesta es explotada al límite. Torres busca ante todo la comunicación con el oyente, sin renunciar por ello a las conquistas armónicas y tímbricas de la orquesta moderna. En su obra hay retazos de Bartók, de Stravinski, del mundo espectral e incluso de la mejor música de cine actual.

En este gusto por la capacidad para conectar sensualmente con el público la obra de Torres coincidía con el Concierto para clarinete de Magnus Lindberg, una portentosa apoteosis sonora que exprime las posibilidades del solista y de la orquesta en una mezcla casi imposible entre espectralismo, modalidad, jazz, síntesis instrumental, atonalismo y tonalidad (la obra se cierra con un acorde perfecto mayor). El solista fue el sevillano Pablo Barragán (Marchena, 1987), que ya era hora que debutara con la ROSS, y lo hizo derrochando facultades, con una destreza admirable, capaz de hacerse escuchar siempre (y a veces créanme que parecía imposible), de articular los pasajes más inverosímiles (en su cadencia final llega casi a lo delirante), de clavar los multifónicos, de parlotear como quien discute o de dejarse llevar por un lirismo enternecedor en los remansos de instrumentación camerística o de resonancias casi brahmsianas... Un prodigio.

También lo fue la dirección del asturiano Óliver Díaz (Oviedo, 1972), que debutaba con la ROSS en un año en el que tiene varios compromisos con el conjunto, y sacó de ella una claridad de planos siempre soberbia,. Su concertación en el complejísimo Concierto de Lindberg resultó admirable. Se completaba sesión con otro finlandés, el clásico por excelencia, Jean Sibelius, otra vez con su 2ª sinfonía, una obra estupenda, sí, pero de la que la ROSS no parece salir nunca (para próximas ocasiones, sugiero la y la , dos hitos del sinfonismo del siglo XX). La obra del músico finlandés, el antimahleriano por excelencia, se fundamenta en la idea más estricta de la música absoluta. Aunque los patriotas fineses tomaran esta obra como propia y la llamasen la Sinfonía de la liberación, no contiene la ni una brizna de hojarasca extramusical. En sus sinfonías, Sibelius estaba obsesionado con lograr la mayor cohesión de los elementos, la integración orgánica de todos ellos en una obra sólidamente amarrada a sus parámetros puramente musicales. Para un director la tarea esencial es cómo atar y dar sentido a esa enorme variedad de motivos que aparecen y reaparecen continuamente con distintas caras y cruzándose desde ángulos diferentes. El maestro asturiano lo hizo con la delicadeza del orfebre, dejando respirar la obra, pero también buscando con firmeza los enfrentamientos dialécticos entre temas principales (muy destacados en el final), y sin olvidarse de la correcta apreciación de los secundarios, tan importantes. Una visión coherente, con buen sentido y una esencial claridad en el desmenuzamiento de su estructura, aunque su interpretación no nos hizo olvidar la opulencia deslumbrante que Enrique Diemecke logró en este mismo teatro con la misma ROSS y la misma obra en enero de 2020.

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