Retales franceses con órgano
ROSS. Gran Sinfónico 1 | Crítica
La ficha
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA
*** Gran Sinfónico 1. ROSS. Director: Marc Soustrot.
Programa: París en Sevilla
Georges Bizet (1838-1875): La jolie fille de Perth: Scènes bohémiennes [1866]
Camille Saint-Saëns (1835-1921): Danse macabre Op.40 [1874]
Maurice Ravel (1875-1937): Ma mère l’oye [1911]
Francis Poulenc (1899-1963): Les mariés de la Tour Eiffel: Le discours du Général y La baigneuse de Trouville [1921]
Camille Saint-Saëns: Sinfonía nº 3 en do menor Op. 78 Sinfonía con órgano [1886]
Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 12 de octubre. Aforo: Menos de media entrada.
¿Se imaginan ustedes un concierto el 14 de julio en París con un programa enteramente alemán (o español)? Yo tampoco. Pero en Sevilla es posible celebrar el Día de la Hispanidad, Fiesta Nacional, con el primer concierto de abono de la ROSS y un programa 100% francés. Más allá del detalle nacionalista (significativo, pero poco importante desde el punto de vista artístico en realidad), Marc Soustrot montó una velada con una primera mitad hecha un tanto a retales y dejando para la segunda una de las más populares sinfonías del Romanticismo de su país.
La ROSS estrenaba timbalera (Laura Melero), que dejó una buena impresión dentro de la notable actuación del conjunto, abierta con las bellas melodías que Bizet entresacó de su ópera La bella muchacha de Perth. Todo biensonante y con esa discreta elegancia que atribuimos a lo francés en una interpretación de extrema claridad y transparencia. En la Danza macabra de Saint-Saëns, la concertino Alexa Farré tocó su parte solista con la precisión y el carácter grotesco que la parte requiere.
Y llegó Ravel, una página que la ROSS ha tocado infinidad de veces, la versión orquestal de Mi madre la oca, y en ese prodigio de orquestación raveliana, en que el color armónico y la atmósfera juegan un papel tan destacado, Soustrot dio lo mejor de sí mismo, especialmente en los números más intimistas: en la Pavana de la Bella durmiente extrajo de la cuerda de la orquesta un sonido de auténtico terciopelo, maravillosamente empastado, y en El jardín encantado una variedad de matices y un control sobre el tempo que dejó flotando un aura de misterio rota por los dos números que Poulenc escribió para el ballet Las bodas de la Torre Eiffel, anticlímax notorio para una música deportiva, despreocupada, popular.
La 3ª sinfonía de Saint-Saëns se ha popularizado por su parte para órgano de los movimientos pares, aunque la obra también incluye una parte para piano y otra para piano a cuatro manos. Resulta cuando menos chocante que la ROSS emplee a la pianista de la orquesta, Tatiana Postnikova, para hacer la parte de órgano (ya lo hizo la anterior ocasión en que el conjunto tocó la obra) y tenga que contratar luego a dos pianistas. ¿No sería más lógico contratar solo a uno y a un organista, con los que hay en Sevilla? Tampoco es que el instrumento escogido, necesariamente amplificado, aportara nada especialmente destacable en lo tímbrico a una obra a la que, en cambio, le generó algunos problemas de coordinación: por ejemplo en el cuarto movimiento, con el órgano amplificado por encima y Soustrot tratando de controlar a la cuerda para que el pasaje del piano a cuatro manos se escuchara con cierta nitidez (lo logró a medias). Hasta ese momento, el maestro francés había hecho una versión de muy buen equilibrio orquestal, con una cuerda de sonido en general mate, que permitió el lucimiento de los solistas de madera y un Scherzo muy bien contrastado entre la energía del tema principal y la ligereza del Trío. Aunque llamativa, la 3ª de Saint-Saëns no deja de ser una pieza menor del repertorio, que cerró un algo caprichoso primer programa de abono para un reencuentro discreto con un público menguante.
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