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Púrpura para el poeta eléctrico

La generación 'beat', los subterráneos, ha recibido en manos de su hijo, su criatura, un Nobel de Literatura.

Pedro Ingelmo

14 de octubre 2016 - 01:00

TOMA 1. "Paseas por la habitación con tu lápiz en la mano. Ves a alguien desnudo y dices ¿quién es este hombre? Te rompes la cabeza pero no lo entiendes. Tendrás algo que decir cuando llegues a casa". Toma 2. "Dios dijo: 'Abraham, mátame un hijo'. Abel dice: 'eh, tú debes golpearme'. Dios dice no; Abel dice que 'Dios dice que puedes hacer lo que quieras, Abel, pero cuando me veas venir lárgate corriendo'. Abel pregunta: '¿dónde quieres que sea la muerte?'. Dios dice: 'En la Autopista 61". Toma 3. "Einstein disfrazado de Robin Hood, con sus memorias en un baúl, pasó hace una hora por aquí con su amigo el monje celoso. Se mostró horriblemente correcto cuando mendigó un cigarrillo. Después se marchó oliendo alcantarillas y recitando el alfabeto. Jamás pensaría que se hizo famoso hace tiempo por tocar el violín eléctrico en el callejón de la Desolación". Hasta aquí, tres extractos de canciones/poemas, incluidos en Highway 61 revisited, álbum de Bob Dylan del 65.

Toma 4. "Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo, hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna..." Es el principio de Aullido (1955), de Allen Ginsberg, la pieza bíblica de la generación beat, con permiso de Visiones de Cody, pura escritura eléctrica de Jack Kerouac, tan eléctrica como Dylan decía que hacía sus canciones. Sin pensar. Naturalmente, su musicalidad está en el idioma original, pero es por hacernos una idea.

En un videoclip que podríamos calificar como fundacional aparece Dylan con un montón de cartones escritos a rotulador. Los versos de la canción caen según son pronunciados en off. Él está mudo. Es Subterranean Homestick blues, como Ginsberg llamaba a los poetas beat, los subterráneos, como el título del libro de Kerouac. Detrás, por tanto, aparece Ginsberg, como cómplice. Es un callejón. Quizá sea Desolation Row. Posteriormente, el poeta y el músico llegarían a grabar un disco juntos. Grandes amigos.

Fue en el Village de Nueva York donde Dylan fue reconocido por los barbudos, los hipsters originales. Sólo tenía un disco, el primero, y un lenguaje más político y menos críptico. Los hipsters les jaleaban, aunque casi nadie compró su disco. Aún no había roto con el folk. Aún no se había vuelto eléctrico. El beat le volvería eléctrico. Bob Dylan es el brazo armado en los 60 de la generación beat de los 50. Y así la generación beat ha recibido en manos de su hijo pequeño un Nobel de literatura.

No cabe duda de que Dylan siguió teniendo éxito durante los 70 -Hurricane y Man gave name all the animals fueron grandísimos pelotazos incluidos en dos discos, Desire y Slow train coming, que fueron polémicos, notables y muy vendidos- y en las siguientes décadas ha seguido componiendo, grabando y actuando, con distinta fortuna según lo piensen sus incondicionales o los que nos quedamos en sus primeros trabajos. Lo que no se puede discutir es que su influencia social decayó. No se puede ser un transgresor toda la vida. Pero es en sus diez discos de los 60, tomados como un todo, en sus letras muchas veces incomprensibles, donde encontramos una visión global de la gran década americana que se resume en el título de esa canción, The times they are changing: "Gentes, dondequiera que estéis, reuniros aquí y admitid que las aguas han crecido y que pronto estaréis calados hasta los huesos. Si queréis salvar vuestra época, disponeros a nadar u os hundiréis como piedras".

Compilando esos poemarios de una década en una antología encontramos la forma de entender qué pasaba sin entender, curiosamente, la mayoría de los versos, que muchos nos hemos devanado los sesos intentando traducir no ya de otro idioma, sino de una mente cósmica, la que ni el propio Dylan podía explicar. Pura poesía eléctrica. Tan bella en los tiempos confusos.

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