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Tras la Puerta Negra

Izumi Kyoka, romántico sin remisión y comparado a menudo con Poe, compuso en 'Laberinto de hierba' una sobrecogedora historia de fantasmas. La editorial Debate recupera el ensayo que Christopher Hitchens dedicó a la figura de Thomas Paine y al pensamiento de Edmund Burke

El escritor japonés Izumi Kyoka (Kanazawa, 1873-1939).
M. Ángeles Robles

06 de marzo 2016 - 05:00

LABERINTO DE HIERBA. Izumi Kyoka. Trad. Iván Díaz Sancho. Satori Ediciones. Gijón, 2016. 224 páginas. 19 euros

Izumi Kyoka (1873-1939) es considerado el Edgar Allan Poe japonés y también el más romántico de los novelistas de Japón. La comparación con el autor norteamericano puede ser obvia si tenemos en cuenta el gusto de ambos por las historias sobrenaturales, pero tiene mayor alcance si profundizamos en el carácter romántico de la obra del japonés, porque con Poe comparte no sólo ese peculiar gusto por los cuentos de fantasmas recreados en lúgubres escenarios, sino también el papel simbólico y central que ambos ceden a los personajes femeninos; y, lo que es más importante, una afín manera de entender la imaginación como vía para conectar con ese más allá, como camino para acceder al plano espiritual que se le revela únicamente a las mentes capaces de comprender que lo que entendemos por realidad no es más que una pequeña parte de lo que realmente sucede.

Iván Díaz Sancho traduce para Satori, por primera vez a nuestro idioma, una de las obras cumbres de Izumi Kyoka: Laberinto de hierba, y con ella brinda al lector español la oportunidad de adentrase en el inquietante mundo de un autor considerado maestro del relato y que como tal ha sido reconocido por escritores de la talla de Akutagawa Ryunosuke y Mishima Yukio.

La traducción brillante y vibrante de Díaz Sancho nos traslada con extremo cuidado y mimo la prosa delicada y preciosista de Kyoka. El mismo traductor y prologuista, que reconoce haber llegado a esta obra a través de la adaptación cinematográfica que hizo Shuji Terayama en 1979 bajo el título Kusa meikyu, advierte sobre la dificultad de un texto "manierista y arcaizante".

Con Laberinto de hierba el lector se encuentra ante una novela sobrecogedora e inquietante. El mismo título propone una inmersión evocadora en un camino cuyo destino desconocemos. En él encontraremos una mezcla exquisita de elementos tradicionales -y no perdamos de vista que los fantasmas de múltiples clases y condiciones forman parte de la tradición japonesa- que conviven con hallazgos narrativos y estilísticos del autor impregnados de un marcado carácter simbólico: la serpiente, recurrente en los textos del escritor; la pelota, que es la luna, que es también una cara de mujer empolvada de blanco oculta tras un abanico.

Izumi Kyoka consigue crear desde el primer capítulo, en el que describe magistralmente el imponente telón de fondo de la historia, el Gran Despeñadero situado en la península de Miura, el ambiente propicio para que el lector se sitúe en ese otro lado en el que todo es posible y se adentre en un relato contado a pedazos por varios personajes que imponen a la narración su propia perspectiva, su personal acento. La historia se nos presenta precedida de una canción infantil, Toryanse, que acompañaba al tradicional juego de la pelota: "Allá en la ciénaga se yergue una serpiente; / la hija menor del ricachón de Hachiman, / con qué habilidad se mueve y juega / llevando una pelota en cada mano...". La canción nos traslada al mundo de las pesadillas infantiles, actúa como conjuro para activar nuestra capacidad para volvernos niños vulnerables capaces de creer en lo que no vemos, de desear lo inalcanzable.

Es la realización de los deseos, y sus a veces terribles consecuencias, tema central de esta obra. El protagonista, el joven Akira Hagoshi, busca hacer realidad un sueño en apariencia inocente: volver a oír una vieja canción que escuchó de niño de los labios de su amadísima madre muerta, que es trasunto doloroso de la madre del propio autor, desaparecida cuando él era aún muy joven. Como la serpiente de la canción escondida en la ciénaga, la realización de este aparentemente sencillo deseo esconde terribles consecuencias. Para oír de nuevo la canción, para hacer realidad el deseo, Akira Hagoshi deberá traspasar el umbral, en este caso, un umbral físico: la Puerta Negra, una mansión abandonada en la que se enfrentará con terribles experiencias sobrenaturales. Está acompañado por una serie de personajes secundarios encargados de materializar el miedo, la angustia, de enriquecer el relato con sus aportaciones a veces delicadas, como ocurre en el caso del inocente bonzo que se instala junto a nuestro protagonista; a veces grotescas, como las del viejo Saihachi, que añade incluso un matiz cómico a la historia con su extrema cobardía.

La Puerta Negra simboliza el espacio conmovedor y terrible de la imaginación entendida como capacidad de ver más allá. En este espacio de revelación todo es posible, la realidad cobra toda su dimensión, la visible y la invisible, los deseos son susceptibles de cumplirse, por fatídico que sea ese cumplimiento.

En Laberinto de hierba Izumi Kyoka adentra al lector en un mundo de brillante oscuridad que se desmorona con las cálidas luces del alba y que nos devuelve a la extrañeza de soñar despiertos.

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