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FOSA COMÚN. Javier Pastor. Random House. Barcelona, 2016. 451 páginas, 21,90 euros.
Cuando esté acabando el año en curso, y críticos y especialistas elaboren sus listas de libros del año, es muy probable que pocos destaquen, entre los vargasllosa, los vila-matas, los menendezsalmón, los parís-chirbes y las martasanz, esta novela en lugar preeminente. Y será una pena, porque conviene decirlo pronto: Fosa común es una de las mejores novelas (quién sabe si la mejor) con que la literatura española recordará este aún joven 2016.
Javier Pastor (Madrid, 1962) tuvo la suerte, y la desgracia, de cruzarse con Juan Goytisolo cuando aún no era nadie en esto de la literatura. La suerte porque, gracias a él, Esther Tusquets (a cuya memoria va dedicado el libro) le editó su primera novela y lo puso en órbita dentro del siempre difícil mundo literario. La desgracia porque ese padrinazgo parece estigmatizar o lastrar su obra desde entonces. Para los que no la leen, o lo hacen en diagonal, pues ya para siempre lo que Pastor escriba será goytisoliano, bien de forma directa, bien de manera indirecta, esto es, influido por alguno de los autores de cabecera del viejo escritor (con el Julián Ríos juguetón con las palabras al frente). Para los que sí la leen porque algunos recursos típicos -y desgastados- del mediano de los Goytisolo son usados por Pastor, tal vez en explícito homenaje, como la insufrible segunda persona de tantos libros del barcelonés desde Señas de identidad, cargando con cierto lastre esta novela tan poco plúmbea.
Fosa común cuenta un año en la adolescencia de un joven nacido a principios de los 60 del pasado siglo, hijo de militar, en la levítica Burgos del franquismo a desmontar tras la muerte de Franco. Y lo hace en tres partes, que bien podrían ser otras tantas novelas, contadas con tres personas verbales distintas. Una primera parte, la más larga, de unas 170 páginas, donde en tercera persona se va contando la vida de un adolescente en torno a los 15 años, partiendo del curso 1976-77 pero, al modo del Wilder de Los idus de marzo, ensanchando ese horizonte hasta dar cabida en ella a todas las torpezas, ensoñaciones, frustraciones y primeras veces que conlleva esa edad tan grata cuando se recuerda, pero no tanto mientras se vive. Se cuenta la vida de ese chico, pandillero pajillero que busca, como todo adolescente, afirmarse individualmente frente al grupo, a los padres, a los profesores, a las hembras que son básicamente hembras y sólo después, bastante después, mujeres.
Una segunda parte, de unas 130 páginas, cuenta desde el hoy el reencuentro del protagonista, un tipo ya cincuentón, viudo y con dos hijas, con lo que queda del mundo que dejó en ese curso, el último en la vieja cabeza de Castilla. Esta parte la salva la solvencia de la prosa de Pastor, excepción hecha de algún momento en que se recrea en sus invenciones verbales, pues si la segunda persona finalmente no asfixia el texto es por esta prosa. Hay en esta parte una valiente confrontación con las mentiras de la memoria, las ficciones con que se van edulcorando los recuerdos hasta volverlos algo distinto de lo que realmente fueron. Si algo sobra, segunda persona verbal aparte, es la tópica visión de los profesores no seglares del colegio: a estas alturas, después de Almodóvar y otros mil directores españoles de cine, por más que fuera la verdad uno no puede leer o ver ya sin saturación, y hasta cierto punto como algo caricaturesco, a esos profesores ensotanados, pedófilos y amargados que partían chascas y reglas en las cabezas de sus alumnos.
La tercera parte, de unas 120 páginas, narra en primera persona un hecho real, que ha dado cierto eco periodístico al libro: el parricidio de toda su familia, y posterior suicidio, de un militar que era vecino del autor de la novela en los estertores del franquismo, un suceso que encubre un caso de maltrato conyugal de manual (y cómo han cambiado las cosas, por fortuna, en 40 años) que fue silenciado por la prensa nacional para que la milicia no sufriera otro baldón más en tiempos tan convulsos. En este tercera parte es Pastor quien investiga lo que pasó, basándose en documentos transcritos literalmente (que, a la luz de la prosa previa, aún parecen más sombríos, ilegibles e irracionalmente redactados), y cuenta cómo ha escrito las dos primeras partes de esta novela, en esclarecedor contrapunto con lo aquí narrado.
Fosa común es una novela ambiciosa, que logra aunar varias personas verbales en el entramado de una historia sólida. Se nos cuenta la vida española en el momento crítico de la ahora tan denostada Transición, sin maquillajes, hasta mostrarnos que, vistos los mimbres, tampoco salió tan mal cesto. Y lo hace en una especie de tres novelas en una (temáticamente recuerda a la brillante trilogía de Benítez Ariza, casi coetáneo del autor, sobre este periodo), con una potencia verbal que no se queda en mera pirotecnia sino que alumbra, y a veces deslumbra, como sólo lo saben hacer las obras cuyo fuego se intuye que está felizmente llamado a perdurar.
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