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De libros
El camino de ida. Ricardo Piglia. Anagrama. Barcelona, 2013. 296 páginas. 17,90 euros.
En esta novela de Piglia se cruzan dos tramas o linajes occidentales. Por una parte, la insularidad de Prometeo como príncipe romántico, a solas frente a la hostilidad del mundo; por otra, el deslizamiento del pensador puro, del filósofo de gabinete, hacia el perfil mestizo y el sino programático del intelectual. Por la primera pasamos de los saloniers del XVIII a los grandes malditos del XIX; por la segunda, del idealismo de Hegel al materialismo de Marx. En ambos casos se trata de una suerte de misionerismo, cuyo fin último es modificar la realidad, cualquiera que ésta sea. En ambas situaciones se presentará como precipitado social, como urgencia colectiva, una precisa variante del caudillaje. Sloterdijk ha llamado al pensamiento puro, resumido en Husserl, la "muerte aparente en el pensar". El camino de Ida trata justamente de lo contrario: de la intromisión, del solapamiento, de la fatal urdimbre de pensamiento y vida en la figura de un terrorista solitario.
La trama, torpemente expuesta, es como sigue: el escritor argentino Emilio Renzi acude a New Jersey para impartir un seminario sobre el escritor anglo-argentino W. H. Hudson. Llega invitado por la profesora Ida Brown, especialista en Dickens y ahora interesada en la relación de Conrad y Hudson. Tiempo después, Renzi y la hermosa profesora Brown mantienen un affaire secreto que se termina abruptamente con la muerte de ella. En apariencia, se trata de un accidente; sin embargo, hay indicios que sugieren la posibilidad de un atentado, obra de un terrorista que persigue a miembros eminentes de la comunidad universitaria. Tras su detención, el terrorista se revelará como un brillante matemático retirado en los bosques de Montana. Su discurso, un discurso contrario al sistema, puede catalogarse sumariamente como ecologista. Renzi, entonces, decide saber si la profesora Brown fue víctima del terrorista o si su relación con los sucesos fue de otra índole. Dado el carácter adánico del terrorista, no parece casual, sino redundante, que Piglia haya escogido a Hudson como protagonista del seminario (Hudson, cuyo recuerdo idealizado de la Argentina rural se reúne en Allá lejos y hace tiempo). Y tampoco que la sombra de Thoreau, de Munford, de Melville, orbiten constantemente sobre la novela. Se trata, por un lado, del hombre en comunión con la naturaleza, el Walden de Thoreau, la utópica New England de Lewis Munford, convertida en comunidad ejemplar y equilibrada; pero se trata, de igual modo, del hombre enfrentado a la sociedad, a lo monstruoso, el hombre prometeico que acucia y que persigue a una desmesurada y pálida ballena blanca.
François Flahault, en El ocaso de Prometeo, postula un pensamiento "ecológico" que orille el carácter asilado, egocéntrico, del hombre moderno. Vale decir, un pensamiento que tenga en cuenta la vida en común, y no el idealismo exacerbado, gregario, maximalista, que ha caracterizado al intelectual y al poeta desde finales del XVIII. Curiosamente, Piglia refuta este "ecologismo" de Flahault con una nueva utopía, la utopía del wildermann, que viene de Rousseau, de Defoe, y entronca con la Beat Generation y el movimiento hippie californiano. La ecología de Flahaut ha servido aquí para dar luz a un nuevo sectarismo, obrado sobre el cadáver del Jardín de las Delicias. Safranski ha definido el ecologismo como la nueva utopía, en el sentido más retardario y fascinante del término. Piglia, el inteligente Piglia que firma estas páginas, utiliza ya esta nostalgia del Edén, inspirado en la figura de Unabomber, para mostrar el minúsculo trayecto que media entre la erudición, la inteligencia y la barbarie.
Lo que se muestra aquí, después de todo, es una conocida paradoja del XX: por qué los hombres cultivados cultivaron la inhumanidad, la más abominable de las crueldades, sin padecer ningún tipo de congoja. Sin embargo, no hay tal paradoja. Fue la propia arboladura intelectual de una élite culta quien propició este tipo de espejismos. Espejismos que se sobreponen al pormenor humano y en cuya consecución no es relevante el sacrificio de unas vidas. Es lógico, por tanto, que Piglia haya situado su novela, que participa del género negro, la novela confesional, el relato de terror y la crónica periodística, en el ámbito universitario. Porque es ahí donde puede florecer una argumentación compacta, verosímil, razonable, que abrigue confortablemente la ignominia. En algún lugar de El camino de Ida se habla de "los saberes arcaicos" de los que es legatario el profesor universitario. Cuando esos saberes se ponen al servicio de la revolución, suelen ocurrir dos cosas. El saber se transforma en propaganda; y la revolución, en una tediosa forma del exterminio.
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