Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
En los años de la Gran Depresión, los que siguieron a la crisis mundial de 1929, nacieron los héroes del cómic (Capitán América vuelve ahora a sus 73 años), las retransmisiones deportivas (una voz de excepción, la de Ronald Reagan) y las grandes revistas ilustradas, mientras las de moda se cargaban de diseño y glamour. En las mismas fechas la industria del cine generaba ambiciosas superproducciones y quizá proporcionaba, en unión de los demás productos citados, consuelo y refugio, como el que buscaba en la pantalla Cecilia, la joven esposa de La rosa púrpura del Cairo. Hoy, en nuestra crisis, ante la desesperanza que generan el paro y el subempleo, las industrias de la imagen ofrecen falsas identidades: entresijos de la vida privada convertidos en mercancía (gracias a los derechos de imagen) y alfombras rojas que sólo son pasarelas de vendedores de moda. Incluso tertulia y debate políticos se adaptan al formato reality-show para lograr cuotas más altas de audiencia o mercado electoral.
En tal tesitura -que hace pensar en Adorno cuando decía que la sociedad del capitalismo tardío estaba enferma de falsedad- los trabajos de las jóvenes autoras de esta muestra son cuando menos reconfortantes.
Julia Llerena (Sevilla, 1985) fotografía un pañuelo atractivo y seductor, pero leve: el viento lo arrastra hasta parecer perdido en el espacio. Vienen estos trabajos precedidos de otros con análoga estructura pero que apuntan más bien a la reflexión formal: algo parecido al pañuelo flota en el aire, elevándose sobre un plano bien definido asentado en una rigurosa construcción geométrica. Estos trabajos, fotográficos o realizados mediante diversas técnicas, se inscriben sin duda en la indagación de la forma propia del arte objetivo. Pero en las piezas ahora expuestas el lenguaje más naturalista hace pensar en una intención sustantiva. El pañuelo, al filo del extravío, ¿está según el título en el Límite de la invisibilidad, esto es, a punto de perder su atractivo comercial, o lo sitúa la autora en dicho límite, como irónico juego publicitario?
Sea lo que fuere, la imagen del pañuelo, fecunda, hace pensar en la problemática identidad del artista. Un autor está siempre en la encrucijada entre el afán de ser artista (y que así se le reconozca) y hacer arte. Aquel afán, el deseo de lograr el reconocimiento o de sentirse seguro en la propia identidad, puede atentar contra el quehacer artístico y amenazarlo. Alojado en la imagen pública construida con su trabajo, el encuentro fortuito, la idea fértil pero complicada pueden antojarse un riesgo, una amenaza para el capital acumulado. En el polo opuesto, el autor puede elegir decididamente hacer arte, aunque esto pueda equivaler a renunciar al pasado e iniciar un camino nuevo, sugestivo pero incierto. El pañuelo de Julia Llerena parece señalar en esta segunda dirección: al rozar los límites de la invisibilidad y arriesgarse al anonimato, esboza un mentís, elegante pero firme, a los residentes en las alfombras rojas y otros vendedores de identidades falsas.
Luz Marina Baltasar (Logroño, 1981) se interesa de modo especial en los mitos sociales. Su temple reflexivo es análogo al de Julia Llerena pero lo ejercita y desarrolla mediante el dibujo. Tiempo atrás centró su reflexión en la casa, la vivienda en propiedad que, como ya señalara Sloterdijk, puede ser soñada prolongación del propio cuerpo pero también jaula que aprisiona porque aisla y porque endeuda. Los trabajos que ahora presenta se relacionan con la dudosa identidad que ofrece la publicidad. Para ello recurre al collage, el fotomontaje y la tradición pop, reinterpretándolos de modo muy personal. Toma fragmentos de anuncios, como el cubismo, pero los altera, los dobla y rasga, convirtiéndolos en fragmentos que recuerdan al fotomontaje. Esta calidad fragmentaria da a sus figuras un aspecto residual pero no queda claro si estos residuos son materiales -esto es, se han encontrado en una papelera u otro contenedor- o se han hallado desperdigados en la fantasía o la memoria. De la tradición pop recoge la quiebra de los cuerpos, característica del fetichismo publicitario, y también el juego sutil del doble: James Rosenquist llevó al lienzo un cartel donde aparecía Joan Crawford pero congeló su imagen, dándole aspecto, como icono publicitario, de figura de cera. Luz Marina Baltasar hace algo muy parecido con Kate Moss, convirtiéndola en mero estereotipo.
Estos trabajos de Luz Marina Baltasar retienen un enigma: nunca sabremos si los recortes y pliegues de sus imágenes son anteriores al dibujo o si éste con su práctica alteró la propuesta inicial. El dibujo encierra algo más que destreza. Pausada colaboración de la mirada y la mano, del gesto y el pensamiento, contiene gérmenes de reflexión crítica, dispuesta siempre a interrumpir toda elaboración mecánica.
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